La muerte de 1000 personas en una semana en el Mediterráneo se une a una larga lista: 28 000 muertos desde el 2000. Las reacciones entre la ciudadanía van desde el cinismo conservador hasta la lagrimita progresista. El más listo de todos señala que hay que invertir en cooperación al desarrollo. Y aquí se acaba el debate. El marco mental que nos han impuesto nos impide ir más allá.
Los políticos europeos dicen que esta vez va en serio, que irán a la raíz. Imagino que se preguntarán por qué motivo el continente africano dispone de un volumen considerable de armas ligeras a pesar de no tener prácticamente fábricas de armamento. El representante británico recordará la normalización del racismo, la explotación mineral, la negación de la historia de los indígenas, demasiado salvajes para valorar la suerte de formar parte del imperio más grande que la tierra haya conocido nunca. Su homólogo belga, orgulloso de la indiscutible tradición democrática de su tierra, recordará Leopoldo II, azote de 10 millones de congoleños muertos durante el período colonial, o pensará en las familias belgas que aún explotan los recursos minerales de la República Democrática del Congo, recuerdo de aquellos días donde todo parecía mucho más sencillo. Recordará con una pincelada la división con carnés hutu-tutsi en Ruanda, y como la administración de aquella rivalidad terminó generando horrores que eran de todo menos accidentales.
El francés, en un rincón, dirá que hace mucho tiempo del colonialismo, que ya es hora de mirar adelante. Que los países africanos han tenido mucho tiempo para desarrollarse. El italiano, socarrón, le preguntará de dónde viene el 40% del uranio que alimenta las centrales nucleares francesas, productoras del 86% de la energía que se consume en Francia. Y reirá mientras exclama: "¡Níger, el país más pobre del mundo!" Habrá reproches entre ellos, y Alemania, como siempre, pondrá orden a la reunión rezando para que nadie le recuerde que el primer genocidio del siglo XX se cometió en Namibia: 65 000 herero fueron borrados del mapa por su administración colonial.
Prescindamos de la historia y del pasado. Hablemos del estado africano independiente: ¿Puede ser independiente un país que no puede dictar su política monetaria? Los presidentes de los 14 países que usan el Franco CFA tienen su sede de decisiones en París. Quien se oponga, a la calle. ¿Puede haber estabilidad política en países que, cada vez que intentan salir de las directrices occidentales, reciben golpes de estado? Si Lumumba (Congo-Kinshasa), Um Nyobé (Camerún), Sankara (Burkina Faso), Amílcar Cabral (Guinea Bissau), Boganda (Rep. Centroafricana) o Olympio (Togo) estuvieran vivos, tal vez podrían responder a esta cuestión. Mientras tanto, Mobutu (Congo), Eyadema padre (Togo), Bongo padre (Gabón) o Siad Barre (Somalia), sonríen desde el infierno. Nadie les impidió nunca gobernar sus países de forma tiránica. Uno de ellos, Somalia, sufre una guerra desde hace 25 años. Tras recibir armas soviéticas y americanas durante décadas, el país se desintegró con la caída del dictador. De ahí vienen muchos de los ahogados en Lampedusa. ¿El comercio internacional es una herramienta útil para estos países? El orden económico global los ha convertido en exportadores de materias e importadores de productos manufacturados. Nunca tendrán divisas para desarrollar su propia industria.
El proteccionismo europeo arruina a los agricultores senegaleses. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, decía que es preferible ser una vaca europea que un pobre en un país en vías de desarrollo. Los tratados bilaterales permiten que las multinacionales europeas saqueen las costas. Algunos pescadores, ya arruinados, usan sus embarcaciones para pasar inmigrantes hacia Canarias. Cuando se habla de "mafias" también se les incluye a ellos. Los somalíes que atacan a los barcos europeos que han destruido su único medio de vida son piratas. Curiosas etiquetas.
Todas estas historias quedan enterradas bajo la expresión "guerra y miseria": la desgracia se convierte en un fenómeno atmosférico sin contexto, causas o actores externos. Huyen de la guerra y la miseria y, con la misma inevitabilidad, a veces se hunden. Un día un tsunami, un día un terremoto, otro el ahogamiento de casi 1000 personas. Y la vida continua. En nuestro punto álgido de atención, se celebrará una reunión con un solo punto de discusión: barquitos de rescate. Un poco más de salvamento marítimo por aquí, un poco de financiación para los países que puedan hacer de tapón, y a esperar. Y cooperación al desarrollo, claro. La maquinaria de la explotación seguirá girando, nadie la pondrá en duda. Con bastante suerte será mencionada. Sus muertos, a pesar de estar en nuestras costas, seguirán estando demasiado lejos.