Crítica sobre 'Perdiendo El Norte', lo último de Nacho G. Velilla
Cartel promocional de la nueva película de Nacho G. Velilla. Foto: objetivocine.es

Aprovechando la situación actual en la sociedad española, Nacho G. Velilla, el conocido creador de 7 Vidas y Aída, entre otras, emprende un viaje emigrante con tintes protestantes y, en ocasiones, tremendamente exacerbados, bajo un yugo humorístico que le penaliza constantemente, repleto de tópicos y clichés. Vislumbramos una luz en sus personajes que, gracias a un guión previsible y falto de imaginación, dejan al film en un intento de retrato social que transcurre de más a menos.

Partiendo de una producción visiblemente barata (sí, barata), Nacho G. Velilla no ha sabido llevar las riendas de una historia que se antoja interesante para la sociedad española. Pudiendo retratar la imagen social del pesimista que opta por buscarse la vida en Alemania, prefiere convertirse en una comedia romántica, simple y de diálogos recurrentes, en la que se jacta de un humor infantil y previsible. El amor se alza como protagonista, deja a un lado la trama principal y produce un giro (inexistente) de los personajes con maniobras galopantes que sumen al espectador en un vaivén de situaciones, no por casualidad, demasiado rápidas.

Evidente es que, con actores como Javier Cámara, Carmen Machi o Julián López, la carcajada está asegurada, pero no por ello dejan de interpretar personajes planos y anodinos que no provocan la más mínima sensación de un buen trabajo por parte del director. Recalca la mala imagen que Alemania tiene de los españoles, y, con ello, se equivoca terriblemente.

El centro neurálgico de una historia como la que narra Perdiendo El Norte no debe embarcarse en líos de faldas y engaños al progenitor, sino que, desde una perspectiva de comedia incrédula, plasme la verdadera imagen problemática que se sufre en el ecosistema europeo. Una vez abandonada esta idea, la pieza se retuerce en un popurrí de problemas dignos de telenovela absurda. Sin encontrar lugar a las recurrentes protestas contra la situación en España, la película crece cuando intenta arriesgar (posiblemente, durante cinco minutos) saliendo de los temas que el espectador está cansado de escuchar; IRPF, recortes e impuestos.

No es la primera vez que, con un magnífico elenco, el largometraje resulta demasiado plano. Esto es lo que les ocurre a los personajes creados por el cineasta maño. Típicos, inverosímiles y llenos de frases hechas para solventar cualquier enfrentamiento. A pesar del lastre de interpretar a un personaje de ese perfil, consiguen enganchar alguna que otra risa, para placer del espectador. Veteranos como José Sacristán, Javier Cámara o Carmen Machi, se embalsaman en una salsa de presentes y futuros símbolos del cine español, donde destaca, sin duda alguna, la gran actuación de un Miki Esparbé que, hasta el momento, no había saltado a la pantalla nacional. Yon González, Blanca Suárez y Úrsula Corberó resuelven sus monótonos papeles de forma remarcable, manteniendo su línea en el límite de lo correcto.

La nota negativa son las sobreactuaciones de Malena Alterio y su homólogo, Younes Bachir, llegando a ser chirriantes. Testimoniales Arturo Valls y Alberto Chicote, como intento de sorpresa agradable en el espectador. Buena elección. Si hay algo positivo en el filme de Velilla, son las actuaciones con soltura y diversión irrevocables.

Comedia transitoria que, en su inicio, promete un análisis interesante de la situación laboral, pero que termina por ser un intrincado de romances y engaños dignos de adolescentes. Un aprobado raspado para una película donde lo superfluo arrasa con lo importante.

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