Don Luciano Pavarotti, il calciatore che divenne i tenor
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Dicen que un vacío de nueve dos agudos recorre las calles de Módena desde que un 6 de septiembre Don Luciano se despidió con su sonrisa eterna, cuentan que en la nueva casa juventina, con su remozado aire británico y su toque de gran escenario musical, el fantasmal y mágico do agudo de un tifoso eterno resuena cantando “Vinceró” por sus gradas. Es Giuseppe Verdi a viva voz, su Rigoletto, su Aida… es Don Luciano Pavarotti, un soñador que quiso ser calciatore y cambió la palla por la música, para convertirse en el sucesor del inolvidable e incomparable Enrico Caruso, la voz universal del arte lírico.

De portero a irrepetible tenor

Nacido en 1935 en Módena, al norte de Italia, el pequeño Luciano vino al mundo en el seno de una modesta familia. Su padre Fernando, panadero de profesión, llevaba dentro el alma de un músico de vocación, disfrutaba cantando como tenor aficionado, pero los nervios le impidieron llevar a cabo una carrera profesional en el arte lírico. En cualquier caso en su corazón portaba la pasión que insuflaba vida a sus pulmones y la magia musical a su garganta, desde la cual las notas de Verdi cobraban sentido. Su madre, Adele Ventura era cigarrera, trabajaba en una fábrica de tabacos y a ella fue precisamente a la que le confesó la que constituía por entonces su gran pasión. “Mamma vuole essere un portiere calciatore” (Mamá quiero ser portero). Y es que el pequeño Luciano soñaba con ser futbolista profesional, pero afortunadamente su padre identificó en su hijo la vocación y aptitud que llevaba en sus genes, esa que no era otra que la suya, para la que había nacido, para cantar y ser la nueva voz lírica de Italia. Aquella voz celestial del coro de la iglesia de San Gimignano de Módena, donde dicen que la luz iluminaba sus notas y las vidrieras temblaban de emoción.

Luciano tuvo que elegir entre sus dos pasiones para vivir un gran sueño: convertirse en un gran tenor, llegar a cantar como Beniamino Gigli, Giovanni Martinelli, Tito Schipa, Mario Lanza, Enrico Caruso y, principalmente, Giuseppe Di Stefano, su gran ídolo. Durante siete años estuvo entrenando su voz, se graduó en la Scuola Magistrale y como le había aconsejado su madre dejó a un lado su sueño de ser portero y ejerció como profesor durante dos años. Parecía entonces que el portero y el tenor se quedarían tan solo en un bonito sueño, pero Luciano peleó con toda su alma por la música y la hizo prevalecer sobre cualquier otro tipo de circunstancias. Arrigo Pola, un respetable profesor de canto de Módena, le instruyó en primera instancia y pudo comprobar el oído insuperable y la habilidad de Luciano para dar la nota exacta sin preparación alguna. Luciano lo dejó todo por la música, pese a que seguía sintiendo enorme pasión por el fútbol y la pintura. Su destino le aguardaba en su garganta, aquella que adquirió mayor grandeza bajo la enseñanza de Ettore Campogalliani, en Mantua.

El coro del Teatro de la Comuna, en Módena, fue testigo de una de sus primeras apariciones públicas y más tarde en La Coral de Gioacchino Rossini, el nuevo rey del il bel canto se mostró en toda su inmensidad y grandeza. Debutó el 29 de abril de 1961, en La Bohème de Puccini, en el teatro de ópera de Reggio Emilia, en el que su rol de Rodolfo le abrió las puertas a su más importante reto, presentarse en el Teatro Massimo de Palermo. En 1965, debutó en los Estados Unidos junto a la conocida soprano Joan Sutherland, junto a la que conquistó el corazón de cientos de admiradores por todo el planeta. Aquellos que fueron testigos de su magia en La Bohéme, en La Scala, San Francisco y Nueva York. Se consolidó internacionalmente al participar en 1966 en el Teatro “Convent Garden”, en Londres; donde le concedieron el título de “Rey de la Octava Do”. Luego interpretó a Tonio en “La Fille du Régiment”, donde escenificó su clamoroso debut norteamericano -en el Metropolitan- y le consagró por la proeza de cantar nueve do agudos en un aria de La fille du régiment, que le valió una portada de la revista Time.

La audiencia entregada al tenor, descubrió entonces una voz amplia, técnicamente muy segura, sin duda la más bella aparecida en Italia en las últimas décadas. Una voz mágica y poderosa que llegaba directo a sus corazones, consagrada en el estatus legendario de la ópera y la música clásica. Con el paso de los años aquella prodigiosa voz oscureció y creció, interpretó a Mauricio, Ernani, Radamés, Calaf, y en 1992, Otello, el rol más importante y difícil de su carrera. Una carrera que confluyó en un punto operístico realmente estelar y mágico cuando las tres grandes voces de la época (Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras) se reunieron para cantar en las Termas de Caracalla, en Roma, durante el Mundial de fútbol de Italia en 1990.

Una unión de la que surgieron “Los Tres tenores”, verdadera magia, mucha amistad y fútbol, mucho fútbol, puesto que posteriormente, Pavarotti, Carreras y Domingo, cantaron en tres Mundiales más: Estados Unidos-94, Francia-98 y Corea y Japón-2002. Actuaron también en el Camp Nou y San Mamés con motivo de los Centenarios de Barcelona y Athletic. Cuentan que en aquellos años fueron célebres los piques con sus compañeros españoles, que fueron testigos de su amor y pasión por el Calcio. A Don Luciano se le pudo ver en más de una ocasión haciendo malabarismos con la pelota y, de los tres era el que más dominio tenía sobre ella. Plácido y Carreras le vieron vibrar con los triunfos y sufrir con su Vecchia Signora en la final de la Champions de 2003 ante el Milan.

Nessum dorma, hágase la música

Por ello cuando “el Rey del agudo” y la sonrisa eterna del il bel canto nos abandonó, la Juve fue la primera en sentir la partida de su tifoso más ilustre, aquel que un 10 de febrero de 2006, en la ceremonia de inauguración de los juegos invernales de Turín, entonó el “Nessun dorma”, una de las piezas de la opera Turandot, escrita por Giacomo Puccini, sobre el gran palco enclavado en el terreno de juego del estadio “Olímpico” turinés, el viejo “Comunale”. Aquella noche el Maestro de Módena elevó al máximo su voz y cantó como nadie lo ha hecho y como nadie jamás lo hará “Vinceró”, a pocos metros de la que podría haber sido su portería si años atrás su madre no le hubiera aconsejado ser profesor y su padre para deleite de la humanidad no le hubiera insuflado su amor por la música.

Y aquel triste 6 de septiembre de 2007, Gianluigi Bufón, guardameta de La Vecchia Signora y de la selección italiana, dijo lo siguiente y de portero a portero sobre Don Luciano: “Se fue el número uno, un campeón mundial, que nos deja un gran vacío” Ese vacío temporal de la Juve, también aquel otro del que os hablé, el vacío de la música, la lírica, la ópera, aquel que cuentan sigue rellenando de agudos las gradas del nuevo Juventus Arena, donde los corazones bianconeros siguen escuchando a Don Luciano Pavarotti Venturi, il calciatore che divenne i tenor…

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