Europa llora. El transporte aéreo y el viejo continente se visten de un negro que permanecerá durante meses. Cientos de familias destrozadas, de corazones rotos. De lágrimas incesantes. El luto se ha apoderado de todos. Y es que el sol que esta mañana hacía justicia en varias de las localidades europeas se ha ensombrecido tras el accidente de un Airbus A320 en los Alpes franceses.

Quién le iba a decir a cada uno de los pasajeros, cuando esta mañana se levantaban de sus camas, quizá con una sonrisa en el rostro por ver a su familia, como todos los niños de intercambio que estaban en España con dirección a Alemania, que ese avión que cogerían alrededor de las 10 de la mañana no llegaría a su destino.

Cientos de preguntas sacuden cada una de las mentes afectadas, tanto de cerca, como indirectamente de la masacre ocurrida este martes. Cuanta responsabilidad en tan pocas manos. Familias rotas. Ya no son sólo 150 personas que no volverán. Son cientos de almas que se esfuman con ellos. Quedando el cuerpo, diviendo aquella teoría "platónica". La filosofía de la vida. De la vida más cruel. Nadie volverá a ser el mismo tras todo esto.

Duras líneas. Lo que iba a ser un viaje más, de los miles que hay diarios. El destino lo eligió. 10 kilómetros de altura, una caída estrepitosa en ellugar más recóndito que podría ser. Solo a pie o en helicóptero se puede acceder, para hacer aún más trágico el desenlace. Aún queda mucho que remar, que descubrir. Un mundo de superación personal. Levantar la cabeza, afrontar la vida con una sonrisa, tal y como le hubiese gustado a ellos, que sonreían tras levantarse por la mañana.