Es común afirmar que el 8 de marzo se debe felicitar a las mujeres, o incluso hay quienes entienden el día como una especie de festividad. En cambio, hay personas que no comparten esta visión, ya que sostienen que, al menos todavía, no hay nada por lo que felicitarse ni tampoco que celebrar. En realidad, esta última postura tiene bastante sentido, puesto que la mayoría de relaciones entre hombres y mujeres, se desarrollan bajo las condiciones de un sutil patriarcado. Así pues, las mujeres no solo tienen que soportar, en ocasiones, discriminaciones y tratos vejatorios, sino también observar como su papel social queda relegado a la pasividad, tal y como se representa en la mayoría de películas y otras producciones. Una programación que, además, se encarga de perpetuar unas aspiraciones y un ideal de belleza femeninos cuyo carácter no deja de ser heterónomo.
Es absurdo que, partiendo de unas insignificantes diferencias entre sexos, hayamos construido todo un sistema en el que la desigualdad sea la nota predominante. En su momento, Aristóteles sentenció que el papel de la mujer debía estar limitado al ámbito privado, es decir a la gestión de los recursos del Oikos (hogar) griego. En la actualidad, es absurdo no asumir que ambos sexos tenemos la misma responsabilidad, tanto en el ámbito privado como en el público. Sin embargo, ese primer paso exige otros que lo acompañen, no debiéndose circunscribir el avance únicamente al territorio económico. Frente a esta limitada visión, quizá sea el momento de reivindicar a otro autor griego, pero esta vez a Aristófanes, y a su obra: “La Asamblea de las Mujeres”, en la que las mujeres atenienses consiguen establecer un sistema político igualitario.
Puede ser que las protagonistas de la historia del 8 de marzo, fueran ya conscientes de esta problemática. Su historia comenzó en Nueva York, en 1909, año en el que se llevó a cabo la conocida huelga de las obreras de la Compañía de Blusas Triangle. Este acto tenía una serie de demandas laborales y políticas, pero también otras distintas como que la empresa habilitara unas salidas de emergencia y que no se cerraran las puertas durante la jornada laboral. La huelga no tuvo éxito en sus peticiones y, dos años después, tuvo lugar el tristemente famoso incendio, cuyas terribles consecuencias pudieron ser de menor gravedad si se hubieran escuchado las demandas de las trabajadoras en la huelga. A raíz de esos hechos, la Liga Nacional de Mujeres Sindicalistas emprendió una campaña para intentar evitar que esos dolorosos acontecimientos se volvieran a repetir.
Mientras tanto, en Europa, año a año, el día iba cobrando nuevo significado y cogiendo más fuerza. Tanto es así, que el 8 de marzo de 1914 se hicieron oficialmente varios actos en Francia, Alemania y Suecia. Además, aquel año en Alemania, los actos tuvieron principalmente un carácter de oposición a la Primera Guerra Mundial. Asimismo, el 8 de marzo de 1917, en Rusia, las mujeres salieron a la calle para pedir pan y el regreso de los combatientes. Poco tiempo después, Alexandra Kollontai (Comisaria del Pueblo de la URSS, para la Asistencia Pública) logró el reconocimiento oficial del 8 de marzo por parte de la Unión Soviética, convirtiéndose tal día en festivo.
En consecuencia, el camino hasta el 8 de marzo, tal y como lo conocemos nosotros, no ha sido fácil. Este día ahora quizás “solo” sea un símbolo, pero su historia, que recoge la lucha y el valor de muchas mujeres, puede que no merezca solo ser recordada bajo un mero paraguas conformista. Es posible que también nos esté demandando que recojamos su testigo y sigamos adelante. Es justo que mantengamos un significado reivindicativo, y que los actos que se lleven a cabo estos días sirvan para tomar conciencia en pos de la igualdad.