Un Gauguin vendido en 300 millones de dólares
Foto: www.bbc.co.uk

La vida de Eugène Henri Paul Gauguin arrancó con huida de Francia tras el golpe de Estado de Napoleón III en 1851, viaje en el que se quedó huérfano de padre y tras el que la familia se estableció en Lima, Perú. Sin duda lo contemplado y vivido por Gauguin, su conexión con la naturaleza en aquella época, tuvo influencia directa en el desarrollo artístico del pintor francés. De aquella arcadia infantil el niño Gauguin conservó en sus retinas el brillo del sol peruano, el exotismo de las niñeras que lo cuidaban, los vibrantes coloridos de los vestidos. Luego junto a su madre se trasladó a Orleans, donde los grises de la ciudad francesa le sumieron en una profunda nostalgia de la que no logró salir, tan solo cuando dio libertad al color en la Polinesia francesa.

Del universo exótico de Paul Gauguin, de su legado, su declaración artística del uso del color libre y salvaje, Tahití es musa de inspiración. Es su huida a Tahití, la necesidad humana y creativa que siente por llevar una vida armoniosa que se identifica plenamente con el modo de vida de los nativos. Un modo de vida alterado y adulterado por los colonos, la Iglesia, y como modo de protesta, de rebeldía ante la esclavista imposición del invasor, Gauguin desborda su producción artística y su genio en un torrente de color salvaje que conecta con la inocencia y lo más puro del exotismo, el medio primitivo y la naturaleza.

En la Polinesia francesa arranca la aventura de este genio de la pintura que descubrió un nuevo modo de vida y se convirtió en inspirador de futuras corrientes pictóricas y generaciones de genios de la pintura. Inspirador del fovismo francés de Henri Matisse y su provocativo uso del color, también en su estilo de representación del cuerpo humano del expresionismo alemán. Gauguin se preocupó por devolver el color y la tierra a los maoríes, devolver Tahití a sus auténticos nativos, su preocupación por ellos, su empeño en vivir como ellos, no le granjeó buena reputación en el primer mundo.

Su primer gran cuadro tahitiano fue Vahine no te tiare (Mujer con una flor), curiosamente una modela tahitiana que había elegido indumentaria europea para posar. De este periodo es Mata Mua (Érase una vez), la representación del mundo idílico que perseguía Gauguin, paraísos remotos, paisajes de huida de un mundo del que procedía y por el que sentía desprecio. Gauguin que había huido una vez más de Francia, en busca de una purificación, con 43 años y enfermo de sífilis, sentía la necesidad de comenzar de nuevo. Y en Tahití descubrió escenas que son metáforas perfectas de ese ansiado paraíso, es en este medio donde surge su impresionante talento creador.

De este periodo creativo es Nafea Faa Ipoipo (¿Cuándo te casarás?), considerada por el propio pintor como una de las obras fundamentales de su producción tahitiana. Pintada en 1892, un año después de su llegada, en ella se pueden ver dos mujeres que se asientan en el espacio como pesadas estatuas sobre un fondo paisajístico de colores planos. La primera con un halo de inocencia y una flor en su cabello azabache busca marido, y la segunda es la encargada de encontrarlo. Mujeres tahitianas típicamente arquetípicas en los abismos exóticos de Gauguin. Eugène Henri Paul Gauguin, el más puro de todos, aquel que buscó durante toda su vida recuperar el paraíso perdido, que creyó encontrar en Tahití, pues aunque nunca logró encontrarlo, sus cuadros fueron una forma de habitarlo temporalmente.

Obra que se ha convertido en la pintura más cara de la historia al ser adquirida por 300 millones de dólares (264 millones de euros). La tela que pertenecía a la valiosísima colección de Rudolf Staechelin, antiguo ejecutivo de Sotheby’s, que posee una veintena de obras de incalculable valor, permaneció colgada durante casi 50 años en préstamo en el Kunstmuseum de Basilea. Precisamente y por obras de remodelación en el citado museo, poco antes de que la obra pase en 2016 a manos de su nuevo dueño, la podremos contemplar en el museo Reina Sofía de Madrid.

Resulta tremendamente paradójico que un solo cuadro de su grandiosa obra sea vendido por una inmensa fortuna, que le hubiera venido muy bien al artista, que para nada vivió rodeado de opulencia. Suma que de haber obtenido en vida, le hubiese permitido vivir varias existencias. Un pintor que como hemos citado y a excepción del periodo en el que triunfó como agente de bolsa, vivió con la amenazante espada de Damocles del desastre económico sobre su cabeza. Pues como históricamente sucedió con otros genios de la pintura, el reconocimiento le llegó después de muerto. Es más, su obra era considerada de tan escaso valor, que para el primero de sus viajes tuvo que solicitar una subvención estatal.

Toda una paradoja que la obra de un pintor que jamás encontró el Edén, que se enfrentó a sus fantasmas y al gobierno colonialista francés, ubicándose del lado del paraíso de esencias maoríes que quiso preservar en su obra, se convierta en la pintura más cara de la historia. Trescientos millones de dólares pagados por la Autoridad de Museos de Qatar, de los cuales ni un solo dólar irá a parar a esa tierra que le inspiró y sin la cual no habríamos conocido al mejor Gauguin. Tahití hace tiempo que se borró nuestros pensamientos, es un lugar perdido en el que una vez hubo un terrible tsunami, una bellísima tierra olvidada que inspiró a un genio, pero que sigue hundida en la más profunda de las miserias.

El arte es una de las más bellas expresiones de la creatividad humana, pero la comercialización del mismo, su conversión en vellocino de oro, en moneda de cambio, es una de las más podridas bajezas del ser humano. Con ella no se pretende conservar el patrimonio artístico convirtiéndolo en universal, sino sumarlo al capricho privado de unos pocos, que en la mayoría de las ocasiones lo utilizan como sistema de venta sin regulación que favorece al lavado de dinero y la evasión de impuestos. Gauguin, que llegó a ser condenado a prisión por defender la cultura ancestral tahitiana, que llegó a enfrentarse a los colonos por la contaminación de un paraíso puro, no estaría nada satisfecho con ello.

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