Nacido un 21 de julio de 1951 en Chicago, Robin era hijo de un acaudalado ejecutivo de la Ford y una actriz frustrada. Fue un niño solitario y en cierta medida su fallecimiento provoca sensaciones similares a una ‘generación de niños’ que cierran un capítulo de su infancia, pues crecieron con Jumanji, Patch Adams y la señora Doubtfire…
Su sonrisa triste, matizada por la melancolía, denotaba una profundidad interior compleja, pues Robin Williams, uno de los grandes del cine y posiblemente uno de los que más nos hizo reír, no conseguía ser feliz. El ladrón de sonrisas que se sirvió del arma más poderosa para hacer más llevadera la vida a sus iguales, siempre dibujó en su rostro una sonrisa generosa, tremendamente bondadosa, pero tras ella se escondía el más eficaz disfraz del llanto. Quizás por ello poseía esa facilidad para conectar con el gran público, porque no hay nada más puro y triste, que la tristeza de un ser humano alegre.
Filmar siempre fue un juego para Robin, algo de lo que pueden dar testimonio todos sus compañeros. Era un ser humano tremendamente generoso, un hombre de muy pocas palabras que cuando se ponía ante la cámara explotaba de ingenio y hacía prender la magia, estallando en fuegos artificiales. Los guiones solían dejar huecos sujetos a la improvisación natural de Robin, que estaba tocado por el don de la comedia de los dioses.
Su primer papel fue en televisión, en la serie Happy Days interpretando a un extraterrestre. El programa emitido por ABC entre 1974 y 1984 ayudó a lanzar su carrera en televisión. Tras una temporada en Happy Days como estrella invitada, protagonizó un spin-off llamado Mork & Mindy, que la misma cadena produjo entre 1978 y 1982. En 1976 comenzó a aparecer en The Comedy Store, un club nocturno local que presentaba nuevos talentos, trabajo que compaginó con la televisión -'Robin Williams at Met'-, programa también de enorme éxito.
Robin era un actor intenso, que transmitía mucho con las esmeraldas de sus ojos tristes, enmarcadas en el vasto repertorio de sonrisas que nos robó a todos aquellos que quedamos atrapados por el profesor Keating, por la señora Doubtfire, Alan Parrish, Patch Adams, Peter Pan… Desde su debut en el cine interpretando a Popeye en 1980 en una película de Robert Altman, una veintena de trabajos le catapultaron al estrellato, desde Buenos días, Vietnam en 1987 a El indomable Will Hunting, trabajo por el que ganó su único Oscar, pero muy especialmente por la película de Peter Weir El club de los poetas muertos, en la que Robin interpretó de forma maravillosa al profesor John Keating, prócer de unos estudiantes de una rígida, tradicionalista y rancia academia de Inglaterra, que experimentan una profunda transformación al conocer sus métodos, su amor por la literatura, la poesía. El fuerte vínculo que se establece entre la formación y un grupo de jóvenes rebeldes que acaban amando sus enseñanzas por el simple motivo de que les hace sentirse libres. La secuencia del final de la película habla por sí sola, ese ¡Oh Capitán, mi capitán! es uno de los grandes momentos de la historia del cine. Gracias en gran medida al profesor Keating de Robin Williams, muchos de nosotros comenzamos a amar la literatura, a comprender que la poesía puede ser un método tremendamente bello para expresar la rebeldía.
Robin Williams fue sin duda uno de los más brillantes actores del cine estadounidense de las últimas tres décadas. Elocuente, inteligente y dotado de un gran sentido del humor resulta tremendamente inquietante que de entre sus múltiples personajes eligiera al payaso triste que escondía en su interior. Él, que se había preocupado insistentemente por hacer feliz a los demás, acabó siendo devorado por su propia sonrisa. Cuando en 1995 su amigo Cristopher Reeve quedó postrado en una silla de ruedas y tetrapléjico, Robin logró a arrancarle la primera sonrisa después de la tragedia. El actor irrumpió fingiendo ser un excéntrico doctor ruso, (haciendo un gag parecido a su papel en Nine Months) que iba a practicarle una colonoscopia. Aquella broma que hizo recobrar las ganas de vivir de ‘Superman’ refleja con precisión la intensa personalidad de Robin.
Repasando su vida habría que valorar seriamente la posibilidad de que Robin Williams hubiera preferido hacer feliz a los demás, en lugar de buscar una felicidad propia que jamás tuvo entre sus manos. Por eso los versos en su voz siguen teniendo la fuerza de su generosa interpretación y entran a formar parte del legendario Club de los poetas muertos. En esencia este maravilloso actor, este grandioso ser humano, era un bello dibujo animado desdibujado entre las bambalinas de su complejo interior, desbordado completamente por la sombra de su otro yo, reo de la depresión y la adicción a las drogas, tributo que pagó por hacer feliz a los demás. Una depresión íntimamente relacionada con su talento, su sensibilidad, pues en determinados seres humanos, dotados con un maravilloso don, la carga es tan pesada que prefieren el destierro mental a universos paralelos en los que reina la soledad.
Y en mitad del silencio Peter Pan llora, por las mejillas maquilladas de la Sra. Doubtfire resbalan lágrimas de nácar, en el rostro de Patch Adams se quiebra la sonrisa, Alan Parrish es devorado por un león que se esnifa, John Keating vive en una muda desesperación y Sean Mcguire escoge cada día a quién deja entrar en su mundo. Hoy sus personajes son Robin Williams, acostumbrado a dotar de ingenio, humor y sello personal a todos, vislumbramos en ellos al verdadero hombre de ojos melancólicos que los hizo posibles.
El ser humano que disfrazó de humor su desdicha, aquel que vistió su generosidad con una amplia sonrisa donada a la máscara imperfecta de la vida, se cansó de estar triste y no poderlo contar. Aunque el genio no llegara a tiempo para espantar a sus demonios, el agradecimiento al maestro siempre será eterno. Eterno porque el cine y la vida pudo ser menos divertida sin él, y eterno por demostrarnos que el talento y la generosidad focalizados en el humor, pueden llegar a constituir métodos terapéuticos tremendamente eficaces para sanar el alma. Y es que en el fondo Robin Williams somos todos, pues cada uno de nosotros recurrimos a la sonrisa para ocultar el payaso triste que habita en nuestro interior.
Hasta siempre hacedor de sonrisas…