Los tonos amarelos se posan sobre un azul que estalla con las primeras palabras del alba, palabras suaves con grandes vocales que suenan a bossa nova, la mañana canta con su enorme sonrisa, las olas bailan, es Brasil que te acoge con brazos de costa maravillosa y arropa con la belleza natural de su Amazonía. Es posiblemente una de las tierras más bellas y puras que existen, es también uno de los países en los que los grandes contrastes firman la personalidad de un pueblo que siempre transmitió alegría. Pero Brasil que ama tanto al futebol que cree que junto a la samba es la cosa más importante de las menos importantes, no piensa permanecer callado, disfrazado de vistosa torcida. En esta ocasión Brasil torcerá por su selección, pero fundamentalmente por su pueblo, que tiene voz para hacer ver al mundo que el Mundial se juega en un país en el que aún quedan muy lejanos los derechos y las igualdades sociales.
Brasil, un país con enorme recursos naturales ha evolucionado, pero las desigualdades siguen siendo tremendamente profundas, son muchos los que han logrado salir gracias a las políticas sociales de Fernando Henrique Cardoso, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, pero todos en menor o mayor medida han tenido que vender su alma al diablo por mantenerse en el poder, y por ahí, lo que pudo ser, se quedó a menos de la mitad del camino. Como sucede en gran parte de nuestro planeta el porcentaje de pobres y ricos, los números que arroja la realidad en referencia a ello, nos hace replantearnos seriamente los valores del sistema creado.
El pueblo brasileño siente que tiene voz para denunciar que siguen siendo legión los que sufren penalidades, que todo ser humano tiene derecho a un empleo mejor, una mejor escuela, un mejor servicio hospitalario. La clave radica en que en estos momentos las reclamaciones del pueblo brasileño son tanto cuantitativas como cualitativas. Se piden más escuelas, más empleo, se reclama además calidad de vida para un pueblo en el que muchos niños alimentan sus sueños sobre cartones. Los garotos descansan sobre almohadas de cemento sobre las que serpentean ilusiones y fantasías, pues como muchos sabemos el fútbol es uno de esos pocos milagros capaces de sacarle una sonrisa al hambre. Niños de la calle que quieren ser Pelé, Ronaldo, Sócrates, Romario, Neymar o Garrincha, en Brasil el ‘futebol’ se ama, pero son demasiados los que al alba, con el abrir de sus ojos a un Sol que parece un balón de fuego, despiertan a una realidad que tiene mucho más de pesadilla.
Las protestas del pueblo, su voz que posee aromas musicales de bossa nova y una sensualidad sonora con curvas de chica de Ipanema, es el grito de un pueblo inteligente. ¡Da Copa eu abro mao! ¡Eu quero mais recursos para Saú de e Educaçao! (¡No quiero la Copa! ¡Quiero más recursos para Salud y Educación!) No son palabras vanas, cánticos vacíos, la construcción de estadios ha beneficiado a un puñado de grandes constructoras mientras han seguido escaseando recursos para salud, educación y transporte. El gobierno ha invertido $10.900 millones de dólares en los preparativos del Mundial, y el flujo turístico (económico) se concentrará en las zonas más exclusivas o populares del País. La prioridad que se le está otorgando al Mundial y los inminentes eventos deportivos a celebrar, no pueden poner en peligro el verdadero proceso de transformación social, lo que reclama el pueblo.
Jugaremos un Mundial, Brasil que siempre fue una veta de oro en la mina del fútbol, que encontró en sus playas, favelas y peladas, el semillero de futbolistas únicos, que envueltos en el ritmo de la samba, al sonido de la cuica y al compás de los tambores, consiguieron lo más difícil: divertir venciendo. Brasil tiene como siempre la obligación de vencer, pero vive un presente y una realidad en la que no posee la certeza de que podrá divertir. Una sentencia aplicada a un pueblo que se divertirá, pero que hoy día se posiciona al lado de la lucha. Y se jugará un Mundial pese a todo, y los brasileños repasaran minuciosamente en el árbol genealógico de un manchego con pies de Zico, cabeza de Sócrates y elegancia morfológica de Tostao, la ascendencia brasileña de Iniestinha en una de sus ramas; buscarán la conexión idiomática entre el portugués de Cristiano Ronaldo y esa folha seca tan brasileña de su grandioso disparo, creerán ver en los pies de fuego de Messi, el regate de piernas torcidas de un ángel llamado Garrincha, pues ambos como personajes Shakesperianos no son más que aire y fuego; abandonando a la vida más grosera sus otros elementos. El pueblo brasileño, la torcida, vibrará con el motor diésel de una selección alemana que va como la seda; creerá ver en la selección colombiana el regreso de la generación Pacho Maturana. Como siempre compartirá con Italia esa competitividad admirable, pero se sorprenderá con una Italia en la que su entrenador apuesta por un fútbol amable y vistoso, una selección en la que sobresale un emperador que podría haber sido engendrado en cualquier playa de Río o en el mismísimo círculo central de Maracaná, pues Pirlo, (como Xavi) se encuentra mucho más cerca de Zizinho o Sócrates, que todos los poderosos medios citados por Scolari.
Y torcerá y torcerá, y disfrutará de un Mundial, si es necesario pitará a España para que los ojos del mundo vean a Brasil salir campeón con un ángel llamado Neymar surgido de la maraña táctica de Luiz Felipe Scolari, pues como dije el futebol en Brasil es la cosa más importante de las menos importantes. En esta ocasión el Maracanazo se vivirá en sus calles, en las que el pueblo se cansó de portar el disfraz de las palabras mudas. Pongamos cara a Brasil, al Mundial, a ambas cosas y, siendo conscientes de ello llegaremos a la conclusión de que hay momentos en que uno tiene enfrente algo tan inmenso que ha de callarse, y contemplarlo, solo contemplarlo, escuchar la voz de un pueblo en el que dicen se jugará un Mundial en el campo, pero el partido más importante en las calles, donde la voz sigue poniendo el rostro a la realidad y las desigualdades…