35 años de 'Alien: el octavo pasajero'
Foto (sin efecto): Geekexchange

En la década de los 70, unos jovencísimos Dan O’Bannon y John Carpenter, estudiantes de la escuela de cine USC, rodaban una ambiciosa película universitaria, llamada Dark Star, que llamaría la atención de la industria cinematográfica del momento. Se trataba de una comedia de ciencia ficción que nada tenía que ver con la idea que ya rondaba la cabeza de O’Bannon. Tenía la primera escena en mente: unos pocos astronautas ven su viaje interrumpido tras recibir una señal alienígena. O’Bannon había plantado la semilla de Alien: el octavo pasajero, un clásico incontestable de la ciencia ficción, la película de terror espacial por antonomasia. Éste sería el origen de la nave comercial Nostromo, de su recepción de una malinterpretada señal alienígena de socorro que se trataba, en realidad, de una advertencia, que provocará que el ordenador central desvíe la nave de su ruta prevista. Las normas de la compañía les obligan a bajar a investigar la señal, pero uno de ellos regresa con un parásito pegado a la cara. Horas después el parásito muere, pero del pecho del infectado (Kane, interpretado por John Hurt) surge una criatura que consigue escabullirse y a la que deciden dar caza.

Scott: "Yo quería hacer La matanza de Texas de la ciencia ficción"

Sin embargo, el proyecto no contaba con la credibilidad suficiente como para que un director consagrado aceptase llevarlo a cabo. Quienes leían el guión veían una historia gore y extravagante de monstruos que se incuban en el pecho de humanos. Ridley Scott era por aquel entonces un director desconocido que había obtenido el premio a la mejor ópera prima en Cannes con la película Los duelistas (1977). Aunque su film no tenía nada que ver con la ciencia ficción, vieron en él el amor por el detalle y por la estética fotográfica que buscaban. Scott aceptó el proyecto, y en tres semanas tenía el storyboard. Quería que el proyecto se alejara lo máximo posible de la ciencia ficción de moda en el momento. Star Wars debía parecer un cuento de hadas. Ridley Scott quería hacer La matanza de Texas de la ciencia ficción. La principal preocupación del director era la estética del monstruo. O’Bannon había conocido al artista Hansruedi Giger tras visitar su exposición en París, y sus diseños le habían dejado sin aliento. El artista, acosado por las visiones de las que solo se libraba con sus habituales dosis de opio, había parido una inquietante criatura biomecánica en su Necronomicon, que se incorporó inmediatamente al proyecto. A pesar de las opiniones de la FOX, que aseguraban que el público huiría de las salas por ser demasiado repulsivo, Giger diseñaría para la película el huevo alien, el facehugger y el alien que salta del pecho a petición de Scott.

El diseño original de H.R. Giger en el que se basó el alien. (Foto (sin efecto): RollingStone)

La película se rodó en los semiabandonados estudios Shepperton (Surrey, Inglaterra), mientras el grupo The Who rodaba imágenes para un documental en una nave cercana. Los enormes decorados eran, al contrario de lo que podría intuirse, tremendamente claustrofóbicos para el reparto: las interminables y asépticas estancias y red de pasillos de la Nostromo invitan a sospechar que cada recoveco puede ocultar un peligro.

Scott: "Un thriller es un maratón de tensión"

Scott tenía una forma muy peculiar de crear la atmósfera de terror, tensión e inseguridad entre los actores que requería la película, pues no les invitaba a ver el rodaje de las tomas en las que no participaban, para mayor fastidio de Sigourney Weaver (la inolvidable teniente Ripley). La escena más famosa de la película, en la que el alien atraviesa el pecho de John Hurt, se rodó sin que el resto del elenco conociera los detalles de lo que iba a suceder, para dar mayor realismo a su reacción. Los planos oscuros y pequeños, tremendamente complicados de iluminar si no era con luz directa, aportan a cada escena el clima opresivo que convierte a la película en un thriller de culto. La paranoia se personaliza en Ash (Ian Holm), el androide que representa el afán científico que se antepone incluso a la supervivencia humana. Y el terror se encarna innegablemente en el monstruo, con tan solo una docena de planos. El alien es un ser vivo completamente opuesto al ser humano, carece de sentimientos y de necesidades biológicas más allá de la reproductora. Es un asesino prácticamente indestructible y letal por cuyas venas fluye ácido.

Alien no solo es técnicamente impecable en su manufactura, si no que también sienta un precedente en cuanto a las intérpretes femeninas. Hasta el momento, la ciencia ficción era un género en el que la protagonista no tenía cabida como heroína. El rictus severo de Sigourney Weaver, la valentía del personaje y su condición de única superviviente de la Nostromo la convierte en un icono del género.

La perfección de Alien culmina en lo innecesario de recurrir a la elevación del sonido para causar el sobresalto del espectador y en una banda sonora, compuesta por Jerry Goldsmith, que se asocia a la vastedad del espacio, a la soledad y opresión.

El film cumple ahora 35 años y goza de una excelente salud, pues el tremendo avance de los efectos visuales del nuevo siglo no consigue que la veamos como una película pasada de moda. Sigue en plena forma, con inédita vigencia en el fondo y en la forma. Y que cumpla muchos más.

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