En 1966 Ingmar Bergman, considerado uno de los directores más importantes de la historia del cine, estrenó una de sus películas más controvertidas. Persona marcó un antes y un después en la historia del cine. Un filme en blanco y negro, técnicamente audaz y ambicioso, que relata la historia de una actriz que pierde el habla durante una función teatral.
Antes del inicio de la película, Bergman realizó una pieza digna de admiración. El cine da rienda suelta a la vida y una avalancha de imágenes y figuras simbólicas hablan de la vida y de la muerte. De la luz y de la oscuridad. De la religión y de la libertad. Esta introducción marca el estilo visual del filme y, mediante un ritmo trepidante, inunda al espectador en un aura desconcertante e incoherente. Aún así, el peso simbólico y las imágenes hacen que este cúmulo se vuelva una especie de laberinto en el que no se busca una lógica sino una sensación. Bergman busca que al espectador se le erice el vello, que una descarga eléctrica le circule toda la espalda, que sienta ese puñetazo en el estómago.
Ingmar Bergman (Fuente (sin filtro): 39escalones)
Podría decirse que esta introducción es una pesadilla del cine, del cine como tal. Bergman pasa de utilizar el cine y la cámara como en ojo humano, como defendía Dziga Vertov, a utilizarlo directamente como lo que su alma contempla. Este fantástico fragmento se vuelve un canto a la creación sin ataduras, una lucha contra las máscaras y un juego óptico que hace que la consciencia sea dinamitada y las sensaciones pasen a ser las protagonistas de la experiencia cinematográfica.