Nacido en Toronto en 1928 con el nombre de Ephraim Goldberg, Frank Owen Gehry (uno de los diez maestros de la arquitectura moderna) es hijo de emigrantes polacos que se instalaron en Canadá y luego marcharon a Los Ángeles, donde adquirió la nacionalidad norteamericana. Su fascinación por la arquitectura comenzó siendo un niño, cuando iba a construir ciudades pequeñas de restos de madera con su abuela. Juntos devoraban las horas creando mientras pequeñas casas, ciudades futuristas e imaginarias en el piso de la sala. Los trozos pequeños de madera provenían de la ferretería de su abuelo, donde pasaba muchos sábados por la mañana. Su padre le consideraba un soñador empedernido, pero fue su madre la que le introdujo en el arte. Gehry trabajó como vendedor de periódicos y conductor de un camión de repartos mientras cursaba los estudios de arquitectura, título que obtuvo en 1954. Comenzó a trabajar en varios despachos de prestigio, entre estos el estudio de Víctor Gruen y Asoc. (L.A.). Cursó urbanismo en la Escuela de Diseño en la Universidad de Harvard, donde una década más tarde ejerció como profesor.
Se marchó a París durante un año para adquirir conocimientos y empaparse del románico de las iglesias francesas, la arquitectura europea. Trabajó en el estudio de André Rémonder y regresó a EEUU para abrir su propio estudio de arquitectura. Adquirió paulatinamente mayor reconocimiento por su creatividad, su singularidad y talento en el juego del volumen, la utilización de los materiales. En 1974 fue elegido miembro del College of Fellows de ALA y en 1983 ganó el premio otorgado por la American Academy y el Institute of Arts and Letters. En 1989 fue galardonado con el premio Pritzker (el Nobel de la arquitectura), otorgado por la Fundación Hyatt.
Sus trayectorias imposibles han impulsado la arquitectura durante el último medio siglo, para Gehry la arquitectura es un arte. Por tanto a la plasmación tangible de un diseño, sus edificios son lo más parecido a la escultura. Quizás por ello a los neófitos en la materia les cuesta reconocer el alma vanguardista y la armonía estructural de su obra. Gehry es un creador con una enorme personalidad que no permite que las críticas le debiliten, algo fundamental en su obra, pues lleva décadas generando controversia. Como dijo en una ocasión: “Si tu edificio no es importante, si no tiene presencia, si no logra estar a la altura del juzgado, de la biblioteca, y de los demás edificios importantes, lo que manifiesta es que el arte que contiene no importa”.
Un edificio suyo jamás dejará indiferente a nadie, muy posiblemente generará la sensación de estar contemplando la materialización física de una idea, que se comporta como un ser vivo desde el instante cero en el que su lápiz entra en contacto con el papel. Y es que como dice el genial arquitecto, el secreto sigue estando donde siempre: “En el lápiz". En la evolución y culminación de los dibujos y bocetos que surgen tras la idea inicial.
Comprobar esto último en la obra de Gehry es una experiencia absolutamente mágica, no levanta el lápiz del papel y a medida que avanza por el mismo el garabato cobra vida, el trazo caótico y arrugado habla, lo que le cuentan las musas se convierte en arquitectura y esa línea asimétrica, esa inconfundible firma Gehry es alzada del suelo mágicamente en sus sueños 3D. Son los sueños creativos de Frank Owen Gehry, que sufre el aterrador instante de las creatividades mustias sobre el inmenso miedo blanco del papel y la nada un instante antes de crear una genialidad arquitectónica, artística y funcional capaz de mantenerse en pie. Es el dibujo, la geometría, la física y las matemáticas, convertidas en arte, la innovación tecnológica y el virtuosismo de la corriente deconstructiva, la fragmentación y la ruptura total del diseño lineal.
Para un profano en arquitectura, no para un especialista, Gehry ha generado un enorme revuelo, ha cambiado la imagen y se ha rebelado ante una disciplina muy conservadora, el genio norteamericano mezcla la falta de restricciones del arte con algo tan inamovible como las leyes de la física. Es arquitecto y artista a la vez, arriesga enormemente para crear algo jamás visto, transforma en una imagen las ideas, si un edificio impacta es que tiene algo y absolutamente ninguna de las creaciones de Gehry dejan de sorprender.
La luz es absolutamente fundamental, del juego de esta con los espacios y los materiales empleados surge el diálogo con el que contempla su obra. La contemplación de la misma es una experiencia mágica, pues este artista de 85 años siempre nos sorprenderá por su natural estado de experimentación. La continua evolución de un creador inacabado que comenzó a experimentar con su propia casa de Santa Mónica (California), en 1978, hace ya 36 años. El impacto de su obra en el espacio, el ciudadano, la ciudad, cambia para siempre la fisonomía estructural y cotidiana del mundo.
Por todo ello, por edificaciones maravillosas como el Guggenheim de Bilbao (1997), la Casa Danzante de Praga (1996), las bodegas de Marqués de Riscal en Elciego (Álava), el Walt Disney Concert Hall (2003), el edificio de Vitra en Basilea, el Museo Aeroespacial de California (1984) o la Torre Gehry de Hannover (2001); la genialidad de Frank Owen Gehry, sus garabatos con vida, han sido reconocidos por enésima vez con un gran premio, en este caso la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Artes en su 34 edición.
Fotos: www.musicaltoronto.org.