El soniquete del debate sobre el estado de la nación es como el del sorteo de la Lotería Nacional en Navidad. Es inútil pero reconforta porque siempre está bien que algo permanezca inalterable en una sociedad que cambia a velocidades vertiginosas. Nadie lo escucha pero se necesita de fondo. Nadie confía en que le toque un premio pero tampoco quieren que desaparezca. “La tradición, ya sabe”, dice la gente. “Yo por los críos, que les hará ilusión votar algún día”, sentencian otros. Y mientras, los políticos se insultan, se gritan, se aplauden, se silban, se pisotean los turnos creando una atmósfera única, como esa continua pedrea familiar que van cantanto los niños de San Ildefonso. ¡Mil euros! “Tú eres peor que yo señor presidente”. ¡Mil euros! “Qué va, tú eres aún peor que lo peor que tengo yo, señoría”. ¡Mil euros! “Tú siempre cien veces más”. ¡Mil euros!
Hasta que la monotonía se rompe con algún anuncio que suelta el bombo de los premios. “Vamos a bajar las cotizaciones de no sé qué”. Atención, tenemos un quinto premio, muy repartido. Y el murmullo en el salón de loterías sube en intensidad y de escaño en escaño se suceden las exclamaciones de asombro como una ola en un estadio de fútbol. Y la ciudadanía ni se molesta en mirar sus participaciones porque sabe que la suerte siempre pertenece a otro, a ellos, a los políticos.
“Cuando nosotros gobernemos ampliaremos los derechos hasta el infinito”. Atención, el gordo, ¡es el gordo! “Los derechos que ampliaremos irán desde el derecho a la felicidad absoluta, pasando por el derecho al buen tiempo durante todo el año y terminando por el derecho a meter todos las faltas al borde del área por la escuadra”. Es el gordo, el gordo, y la bancada del grupo afortunado revienta con aplausos el hemiciclo. Ha sido vendido en la administración número 13 de la calle Genova y en la 70 de la calle Ferraz. Todo es felicidad, risas, palmadas en la espalda. Satisfacción.
Luego se acaba el sorteo, bajan los señores diputados de los escaños, los portavoces dejan la tribuna donde estan los bombos dando vueltas y a celebrarlo cada uno con los suyos en las puertas de sus sedes. Fuera, sin que nadie repare en ella, el fantasma de doña Manolita se aparece en forma de ciudadanos con las manos en la cara, haciéndose cruces y repitiendo como posesos: No era esto, no era esto. Pero a nadie de los que salen le importa.
Las cámaras de las unidades móviles se encienden y por el pasillo de los pasos y pasas perdidos y perdidas se descorcha el champán, o los gintonics subvencionados, y cada uno alaba a su lotero por lo bien que lo ha hecho. “¿Qué va a hacer con sus propuestas?” “Poca cosa”, responde un diputado, “tapar algunos agujerillos de bala del 23-F y dejarlas que las disfruten los hijos, que a nosotros con lo que tenemos nos basta y nos sobra. La jubilación ya la tenemos asegurada. Ahora hay que ayudar a que tengan un modo de vida las nuevas generaciones, que si no tendrán que buscarse un empleo y eso es muy duro en estos tiempos”. “¿Y a usted, no le ha tocado nada?”, inquiere el periodista alcachofa en mano. “No, yo soy de un grupo minoritario, nacionalista y tal, y me espero al sorteo del niño y de la niña, que tiene más premio”.
Y la estoica ciudadanía española lo mira todo desde la tele como quien ve un capítulo de Cuéntame mezclado con la película Regreso al futuro. Divertida o irritada, según tenga el humor ese día, pero conscientes en todo momento de que lo que ven es una ficción rodada en un circuito cerrado, y por especialistas. Entonces Paco, que mañana madruga para ir a dejar currículos porque está en paro, o Paca, su mujer, que acaba de volver de trabajar para pagar impuestos que sostengan el teatrillo estatal, apagan la tele, se lavan los dientes y se acuestan. Antes de dormir uno dice: “al menos nos tenemos el uno al otro, y salud claro, porque como tengamos que esperar a vivir mejor y más felices cuando nos toque la lotería, nos morimos amargados diez veces antes de que eso ocurra”. Y la luz se funde a negro, hasta mañana, que hay cosas más importantes que hacer que perder el tiempo viendo la reposición de una mala serie española. Clic.