Lo que ocurre, de tantas cosas que ocurren con ellos, es que jamás envejecieron. Sí, claro, hoy vemos a Paul, a sir Paul escondido bajo ese extraño rostro de artificio que invoca patéticamente una juventud que ya dejó de existir hace mucho y para siempre, como debe ser, en todo caso. Sin embargo, ellos, como grupo nunca envejecieron, ni lo han hecho aún.
Tal día como hoy no, pero sí como el pasado jueves 30 de enero, hizo 45 años que John, Paul, George, Ringo y un invitado de lujo, el teclista Billy Preston, se subían, aproximadamente hacia el mediodía, a la azotea del edificio de la Apple Corps., en el número 3 de la londinense Savile Row para ofrecer el que sería el último concierto de The Beatles. Como es sabido, fue una actuación no anunciada previamente y, por ende, como también es bien sabido, provocó el asombro tanto de las gentes de los edificios vecinos como de los viandantes que caminaban por los aledaños de la Appel Corps., quienes empezaron a congregarse cada vez en mayor número a los pies del edificio.
En aquel tiempo, el cuarteto de Liverpool estaba inmerso en la grabación de Abbey Road y de Let It Be, dos discos cuya producción se solapó, hasta el punto de que el segundo fue el último disco publicado por The Beatles, mientras que el primero fue el último que grabaron. Sea como fuere, lo que ocurrió el 30 de enero de 1969 nació de la intención preexistente de tocar en directo durante las sesiones de Get Back. Finalmente, esta idea primigenia se convirtió en una sesión de grabación en directo de Get Back y algunos otros temas que habían de completar el álbum Let It Be. De ese modo, el concierto de The Beatles en la azotea de la Appel Corps. consistió en lo siguiente: tres tomas de Get Back, dos tomas de Don’t Let Me Down, dos tomas de I’ve Got a Felling y sendas tomas de One After 909 y Dig a Pony. Así, de alguna forma, puede considerarse este concierto como no otra cosa que parte de la gestación de Let It Be. Nada menos que Allan Parson se encargó de la grabación de las tomas y el concierto fue filmado para ser incluido poco después como parte del documental Let It Be (1970) sobre la grabación del disco homónimo. Y no solo fue filmada la actuación, sino que se dispusieron cámaras también en la calle para testimoniar la reacción de la gente. Así que lo que para los inadvertidos e insospechados espectadores de la calle era toda una sorpresa improvisada, de algún modo, The Beatles ya lo había planeado como un acontecimiento lleno de significado.
En 1969, hacía ya tres años que los Fab Four habían renunciado a tocar en directo, en una decisión controvertida que nació, a su vez, de un puñado de controversias. Entre estas, algunos incidentes diplomáticos como el ocurrido con las autoridades de Filipinas, al rechazar la invitación a un desayuno por parte de la primera dama; la encendida polémica en Estados Unidos por el célebre comentario de Lennon acerca de que The Beatles eran más populares que Jesucristo; o, por otro lado, la precaria infraestructura de las giras de los de Liverpool, cuya experiencia sirvió poco más tarde como lección y acicate para crear una logística eficiente para los conciertos de rock multitudinarios (de la que se aprovecharían Led Zeppelin o Queen en los setenta). Y así fue como el grupo más popular, exitoso e influyente de la historia abandonó su ritmo frenético de conciertos para, una vez publicado Revolver (1966), encerrarse, sin concesión, en los estudios de Appel Corps. y Abbey Road. Y mientras el público de todo el mundo quedaba huérfano de sus incendiarios directos, The Beatles gestaban las obras magnas de su discografía, cuando tras cinco años de darlo todo, sin descanso, a su público, a las multitudes de fans, habían decidido concederse un tiempo para ellos, para su música, y para el rumbo que esta debía tomar. Así, con esa reclusión, lo mejor estaba todavía por llegar: entre otros, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, The Beatles y Abbey Road son tres trabajos que merecen un lugar dorado en la historia.
En la cúspide de su popularidad como el más grande fenómeno del rock, primer y único género musical que nace —cabe recordarlo— como expresión de y para la juventud, The Beatles, a la sazón, los más genuinos representantes de esa juventud, se exiliaron en el estudio, precisamente para descubrir, o mejor, para trazar el camino o los caminos en los que había de permanecer su propia juventud, esto es, la de su música. Y lo lograron, pues en el estudio fueron capaces de crear todo un mundo nuevo, de escribir lo que aún no se había dicho.
Aquel 30 de enero de 1969, debido a las quejas de algunos vecinos y al desorden urbano, como el colapso del tráfico provocado por el estupor entre la gente de la calle, la policía entró en el edificio de la Apple Corps. y subió hasta la azotea para poner fin a la actuación de The Beatles. En una divertida paradoja, quienes renunciaron de plano a conciertos multitudinarios insertados en giras transoceánicas, habían vuelto a tocar en público a modo de concierto ilegal e “improvisado”. Como adolescentes sorprendidos por la autoridad en medio de una travesura inocente, los Fab Four ponían el punto final a su historia, a ese guión perfecto. ¿Cómo iban, pues, a envejecer?