'Los Juegos del Hambre: En llamas': mismo esquema, idéntica sensación
Foto (sin efecto): khongthe

La sensación que dejaba en el cuerpo Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, Gary Ross, 2012) tras su visionado era, principalmente, la de una agradable sorpresa. Sobre todo teniendo en cuenta su precedente literario y la agresiva campaña de marketing que Lionsgate se encargó de ir trufando en todos los medios con la esperanza de encontrar un nuevo Crepúsculo (Twilight, Catherine Hardwicke, 2008). Es decir: cabía esperar un producto de consumo rápido que encandilase a los fans de la saga original en papel y a nuevos acólitos de edad juvenil. Quizá por esa ausencia total de expectativas la cinta fue un éxito no sólo de público, si no incluso la crítica se rindió moderadamente al buen hacer de un Gary Ross que asumió la dirección con arrojo y personalidad.

He de reconocer que me cuento entre los sorprendidos por aquella primera parte que, a pesar de todo, no aguanta segundos ni terceros visionados. Sus virtudes siguen ahí, pero sus carencias se hacen más notables y es una película que se sirve mucho de la primera impresión. Sigue siendo una película estimable, por encima de la media de este tipo de blockbusters literarios y juveniles tan de moda, sobre todo porque se nota el empeño por no decepcionar a nadie. Ni a su autora, Suzanne Collins (que también influyó en el guion y en la propia producción), ni a la legión de aficionados a la historia de Katniss Everdeen.

Cabía esperar, por lo tanto, que su segunda parte fuese a más a pesar del cambio en la silla del realizador. Francis Lawrence, director de películas como la insuficiente Soy Leyenda (I am Legend, 2007) o la entretenida Constantine (2005), se encarga de la puesta en escena y aunque cumple, lo cierto es que se echa de menos el arrojo de Ross (sobre todo con la utilización de la cámara en mano y su pericia para describir ambientes opresivos). Sí, la producción es mucho más lujosa, los dólares se notan y sus intérpretes se muestran más solventes y aclimatados a sus papeles. Los Juegos del Hambre: En llamas (The Hunger Games: Catching Fire, Francis Lawrence, 2013) es una película más seca y dura, explora más el universo distópico en el que se desarrolla la historia y añade personajes ricos en su ambigüedad. Pero nada más. El resto ya lo hemos visto.

La estructura del guion, la historia en sí misma, las motivaciones de los personajes y el esquema que rige las acciones del filme son algunas de las características directamente recicladas de la primera parte. Esto ya lo hemos visto antes y, como consecuencia, es difícil que nos sorprenda. Da la impresión de que nos encontramos ante una cinta intermedia, que simplemente prepara el terreno para la resolución de la saga (que se dividirá, por aquello de la rentabilidad económica, en dos partes que falta saber si estarán justificadas o no) y que no hace avanzar demasiado el curso vital de los personajes. Y cuando lo hace, ya se ha acabado. Y hasta el año que viene. Como si de un episodio semanal o de un fin de temporada televisiva se tratase, esta segunda parte se queda en el aire dejando una sensación por lo general bastante agria.

Sí, tenemos una película llena de corrección. Sí, hay emoción y sus intérpretes se lo creen (destaca la incorporación de un Philip Seymour Hoffman al que le basta estar para imponer). Sí, Jennifer Lawrence está en estado de gracia tras su Oscar por El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, David O. Russell, 2012). Y sí, es una película comercial para todos los públicos por encima de la media. Pero, ¿no debería exigírsele más que cumplir expediente? Su predecesora sorprendió y sentó las bases. Lo que uno esperaba era algo distinto, un final más elaborado y menos abrupto y un guion que tuviese sorpresas reales y no prefabricadas. Su estructura, dedicando demasiado tiempo a presentar a unos personajes que por lo general ya conocemos, está totalmente descompensada y provoca el tedio más pronto que tarde.

Es difícil decir si esta segunda parte es mejor o peor que la primera. ¿Producción más cuidada? Rotundamente sí. Pero sin sorpresas, sin riesgo, sin rasgos de estilo. Una adaptación más que prepara el terreno para el grand finalleaprovechando para saquear la taquilla mundial. Estrellas, lujo, acción, melodrama. La fórmula perfecta para conseguir un éxito irreprochable. Lástima que el cine, la narrativa en sí misma, se trate de mucho más. De dolor, de emoción, de pasión. En fin, de cine como reflejo de nosotros mismos. Y en Los Juegos del Hambre, desgraciadamente, no hay nada de nosotros mismos.

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