Orson Scott Card publicó a finales de los ochenta una de las novelas más reconocidas de la ciencia-ficción. ‘El Juego de Ender’ crearía cierta tendencia y daría inicio a una saga que se extiende prácticamente hasta nuestros días. Hablamos, pues, de literatura de culto. De un libro venerado en los entornos de la subcultura y que en más de una ocasión quiso ser trasladado a la gran pantalla por grandes super-productoras de Hollywood. No era fácil hacerlo, por lo que hubo que esperar hasta hace apenas dos años para dar luz verde a un proyecto que levantó las expectativas y la ilusión de muchos.
¿Qué había detrás del libro original? Pues una distopía futurista en la que un grupo de niños eran adiestrados de la forma más eficiente posible para combatir a la raza alienígena denominada como Insectores. Los niños, despojados de su familia y también de sus sentimientos y moralidad, combatían entre ellos en busca del liderazgo que salvase a la humanidad.
Lo cierto es que Scott Card, de creencias mormonas, planteaba un fresco sociopolítico de ideario bastante conservador. Muchos confunden su planteamiento con una postura antimilitarista, pero en las páginas del escritor estadounidense se adivinan ideas bastante reaccionarias al respecto de la guerra, los ejércitos y la moralidad que poseen los niños. Su concepto es, principalmente, pesimista al respecto de la humanidad. Y es ahí donde la película decide trabajar en otros frentes, denostando prácticamente lo planteado por Scott Card con el afán de llegar al máximo espectro de espectadores posibles.
Así, El Juego de Ender (Ender’s Game, Gavin Hood, 2013) descarta muchas situaciones del libro original, especialmente todas aquellas que tienen que ver con los hermanos del protagonista y que eran precisamente aquellas que más metían el dedo en la yaga a nivel político. Queda la sensación, al suprimir tanto material, de que la película escrita y dirigida por el sudafricano Gavin Hood avanza de forma muy apresurada. Su factura raya a un nivel decente, haciendo creíble la ambientación futurista (con ecos del Kubrick de 2001: Una odisea en el espacio -2001: A space oddisey, 1968- incluso en los movimientos de cámara) ofreciendo un diseño de producción cuidado y respaldado por un solvente grupo de actores.
Sin embargo le falta alma a esta película. Sus intenciones reales responden a una consigna clara: darle la vuelta a la novela original. Aquí sí encontramos un alegato pacifista que toma cuerpo en su tramo final con un desgarrador y cada vez más crecidito Asa Butterfield. Pero quizá es demasiado tarde. Todo lo ofrecido en los minutos anteriores no posee toda la personalidad que sí poseía, a pesar de sus dudosos objetivos sociales, la aclamada novela. Con todo, resulta entretenida y se deja ver. Y Harrison Ford, reclamo comercial de la cinta, está más entonado e implicado de lo que uno se pudiera esperar.