'Vivir es fácil con los ojos cerrados': no hace tanto tiempo
Foto (sin efecto): cinedor

David Trueba nos entrega su última película en el momento justo. No era antes, ni era después. Era ahora. A pesar de que lo que nos cuenta esté ambientado a finales de los años sesenta, con ese franquismo ya a punto de morirse (al menos oficialmente). Entre revueltas e injusticias, educación pública mediante, cada vez son menos los derechos que el ciudadano atesora en pleno 2013. Es decir, que las cosas no han cambiado tanto. Y es por eso que, a pesar de no ser una película perfecta, Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013) resulta necesaria. Incluso imprescindible.

Basada en una anécdota real, la acción nos lleva al curso en el que John Lennon visitó Almería para rodar Cómo gané la guerra (How I Won The War, Richard Lester, 1967). Dicho acontecimiento moviliza a Antonio, profesor de inglés que imparte las clases a sus alumnos a través de las letras de los Beatles, con el único objetivo de que el músico inglés le proporcione más y más canciones para seguir con su particular método de enseñanza. Y para hablar un rato con él, claro. Por el camino se cruza con Belén y Juanjo, dos jóvenes que por distintas circunstancias también viajan al sur del país.

Esta cinta es optimismo. Lo es sin adoctrinamiento, con el convencimiento de que el aliento y el calor de las buenas intenciones resulta muy necesario y qué mejor herramienta para promoverlo que el cine. Trueba lo sabe y el guion que él mismo firma en solitario es la armadura desde la que combate todos los monstruos que nos azotan cada mañana. Porque son sus diálogos, situaciones y personajes los que cautivan. No la realización, francamente vacua en muchos momentos, ni la presencia espiritual del más famoso de los Beatles. Es el retrato, la sinceridad que éste desprende, lo que hace grande a esta pequeña pero gran película.

La libertad, el inconformismo, el amor. Valores que sobrevuelan, a modo de viaje iniciático, las peripecias de este atolondrado profesor con más corazón que cabeza. Pedagogía y más pedagogía. ¿Qué es el cine si no pedagogía? En el mejor de los sentidos. Sí, puede que ciertas fases del relato tiendan a caer en la sensiblería o en una ternura desmedida, pero son detalles que uno acepta de buen grado ante semejante derroche de cariño por parte de su creador hacia sus personajes. Más allá de lo idealista que es la propuesta, David Trueba consigue que sea creíble y que participemos de ella. Especialmente los más nostálgicos en el sentido más romántico de la palabra.

Al verla es fácil recordar todo aquello que nuestros padres (o abuelos) nos contaban cuando éramos pequeños. Aquella época de cerrazón que sin embargo aprovechaban, a través de la picardía y la plena voluntad, para hacer más libre que nunca. Aquellos 600 que veíamos en los viejos álbumes de fotos y todos esos vinilos de los Rolling Stones, Credence Clearwater Revival o los propios Beatles. Himnos que simbolizaban ventanas y más ventanas hacia un mundo mejor que todos querían que llegase cuanto antes. Eso es Vivir es fácil con los ojos cerrados. Y eso es lo que permanece tras su visionado. El deseo inamovible de que somos nosotros, y no los que nos torean, los que tenemos la sartén por el mango. Aunque sea de forma idílica. Que nadie permita, con los ojos cerrados, que el mundo avance sin más. Que nadie se deje quitar la sonrisa. Los campos de fresas y el amor de quien tenemos al lado siempre estarán ahí. Javier Cámara, con esa eterna cara de bonachón, lo tiene bien claro.

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