Lee Daniels ha subido como la espuma. A pesar de ser un director con no demasiado talento y con nulas capacidades estilísticas, Hollywood le ha reído las gracias desde Precious (2009) nominándolo a un porrón de Oscars y dándole ahora la oportunidad de dirigir una superproducción con reparto de campanillas. Claro que por el camino se había hecho Daniels muchos amigos: Shadowboxer (2005)y El chico del periódico (The Paperboy, 2012) iban de provocadoras pero no eran más que retratos fantasiosos de diferentes épocas con muy poco en común. El realizador de Philadelphia buscaba abrumar, remover conciencias. Para eso hace falta mucho más que una cámara nerviosa y la más que evidente pornografía sentimental de la que se tiñen todos sus trabajos.
Con El mayordomo (The Butler, 2013) parece que el bueno de Daniels se relaja. O eso o tenía muchas cuentas que saldar y muchos patrocinadores a los que contentar. Es por eso que entrega una película tan fidedignamente norteamericana, tan pulcra, tan correcta y, esto es lo peor, vacía de toda reflexión y contenido al respecto de diversas épocas convulsas de la historia reciente del país de las barras y estrellas. A lo largo de casi un siglo, el director y coguionista nos hace acompañar a Cecil Gaines, ‘negro doméstico’ que sirvió durante casi treinta años como mayordomo en la Casa Blanca. Mucho que abarcar y poco que a Daniels le interese apretar realmente junto al reparto más dotado que se recuerde en los últimos tiempos.
Es decir, esta película está bien pensada y construida: se pasa volando y las distintas décadas de la historia (centrándose especialmente en los sesenta y los setenta) se suceden sin que apenas tengamos tiempo para pensar en la historia misma. Es gran cine americano en el peor sentido de la expresión. Cine de masas, autoconvencimiento de ser la mayor historia jamás contada en imágenes y sentimiento desaforado. ‘América, aquel sitio donde todo es posible’. ¿Dónde está, sin embargo, la reflexión acerca de un país que se autoinmolaba continuamente? En una de las secuencias que encaran la recta final del filme, el protagonista vierte la única y fugaz reflexión que deja la película: Estados Unidos se dedica a decir lo que está bien o mal cuando lleva casi 200 años haciendo el mal con sus propios ciudadanos.
Y ya está. Instantes después observamos a Obama proclamando sueños y libertades, aquí nada ha pasado. Ya hemos saldado nuestra deuda. Es por eso que El mayordomo es una película hipócrita, peligrosamente hipócrita. Llena de falsedad y engaño, con un montón de momentos de lágrima fácil y drama de sobremesa. Un conjunto de secuencias sin alma, con mucho cartón y poca veracidad. Por mucho que, como tanto les gusta hacer a los estadounidenses, se rece al inicio de la cinta que todo lo narrado ocurrió de verdad. Lee Daniels, carente de talento más allá de la dirección de actores, llena su mastodonte de 130 minutos de primeros planos y recreaciones de época lujosas pero ausentes.
Los actores, geniales todos ellos, levantan el vuelo de un avión con mucho lastre. Oprah Winfrey, que no visitaba el cine desde hace muchos años, ofrece las mejores secuencias junto a Forest Whitaker que es todo ternura. Los presidentes van de cameo en cameo. Y ese lastre que el avión lleva está lleno de conservadurismo, de utopía barata. De campaña política y de valores mentirosos. Esta película, como en su día Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), engañará a muchos. Porque un piano lleno de lágrimas se ahorra el peaje al corazón, porque la mentira suele ser más confortante que la verdad y el dolor.