De 'Hijos de los Hombres' a 'Gravity': el díptico perfecto de Alfonso Cuarón
Foto (sin efecto): Vulture.

Alfonso Cuarón es uno de los cineastas más personales que Hollywood haya tenido en sus manos. Y es, además, uno de los que más ha evolucionado desde el mainstream, algo que no es nada fácil teniendo en cuenta lo encorsetada que está la industria de un tiempo a esta parte. Se ha atrevido a implantar su sello en una saga consolidada como la de Harry Potter y ha salido tan airoso que Harry Potter y el prisionero de Azkaban (Harry Potter and the Prisoner of Azkaban, 2004) es sin duda alguna la mejor entrega del joven mago. Pero ese es un detalle nimio teniendo en cuenta la evolución que el bueno de Cuarón ha experimentado desde que lanzase en su país natal Sólo con tu pareja (1991), un estimable debut que sin embargo no dejaba entrever las cotas de calidad (visual y dramática) que alcanzaría su cine más de una década después.

Y tu mamá también (2001) fue la piedra de toque. Una película arriesgada y difícil, incomprendida en su momento y mejor a cada año que pasa. Una historia de amistad con una voz en off nada tradicional insertado en un guion que asustaría a cualquiera. Existe una carácterística en el cine del mexicano que ya asomaba la cabeza en la aventura iniciática que emprendían unos jóvenes Diego Luna y Gael García Bernal. Se trata de su comienzo, totalmente a contracorriente de la forma tradicional de narrar historias. Es decir, historias que empiezan empezadas.

Y fue en Hijos de los Hombres (Children of Men, 2007), atemporal obra maestra, donde esa característica se dio lugar sin tapujo alguno. Se trata de una película cuya trama transcurre casi fuera de la pantalla. Muchas de las cosas que no se nos cuentan, que las deducimos a través de las imágenes, son tan importantes o más en el crescendo dramático que las que se nos muestran de forma explícita. Y salió del cascarón también en esa película el rasgo estilístico-visual más reconocible y visceral de Cuarón: el plano-secuencia. Bien es cierto que en el resto de su filmografía previa se podían encontrar casos aislados de mayor o menor importancia, como en su fallida versión de Grandes Esperanzas (Great Expectations, 1998) o en la propia incursión en el mundo imaginado por J. K. Rowling.

Pero en ninguna de esas cintas basaba el realizador la puesta en escena en tan complicado arte. Como si de un Andrei Tarkovsky hipervitaminado se tratase. Hijos de los Hombres hace de la cámara en mano y de la continuidad espacial una virtud al alcance de pocos. No se trata de lucimiento y/o narcisismo visual (como en el caso del a veces excesivo Joe Wright), se trata de verdad y decisión. No es un plano-secuencia aislado, no es un momento casual. Es un conjunto de secuencias enlazadas con el mismo proceder, con la misma idea y con la misma claridad. Con el único afán, poderoso y verdadero, de narrar una historia con coherencia. La brutalidad, el dolor y la suciedad del universo pre-apocalíptico de su primera obra maestra solamente podría ser entendida visualmente con esa cámara insistente y nerviosa pero a la vez elegante y firme.

Gravity (2013) es el segundo capítulo. Es la continuación de un estilo ya afianzado y es la coherencia hecha película. Cuarón sigue basando su narrativa en el plano-secuencia, pero lo hace de forma más estilizada, más manierista. Es como el Alfred Hitchcock de Vértigo (Vertigo, 1958) pero con la excusa de la ingravidez. Por eso esa cámara se mueve así. Por eso esa sensación de realidad y por eso ese hiperbólico sentimiento de credibilidad, de transportación directa a la ficción. Muchos se han empeñado, por la directa relación temática, en comparar el filme con 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968). No tiene sentido. Porque Alfonso Cuarón es Alfonso Cuarón y nadie más.

Lo vimos en Hijos de los Hombres y lo vemos ahora en Gravity. Tardar cuatro años en realizar una película, por mucha peripecia técnica que ésta posea, deja a las claras la fidelidad a un estilo, a una idea. A una autoría intransferible. Y qué bonito que triunfe. Qué justicia divina, sea por las tres dimensiones o por lo que sea, que Cuarón aúne al fin crítica y púbico. Siendo fiel a sí mismo, como los grandes cineastas. Seguramente vengan tiempos peores, pero este díptico inmortal permanecerá siempre y dejará bien claro que una vez hubo un creador genial, único, superdotado. A todos los niveles.

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