Aproximadamente, solo entre un 8 y un 13% de la población mundial es zurda, es decir, la mayoría de las personas de este mundo son incapaces de desenvolverse hábilmente con su mano izquierda. De ahí que esa gran mayoría se vea impelida, de un modo natural, a valerse de su diestra. Y ello no entraña el menor problema. Gran parte de las actividades cotidianas permite la libre elección de la mano a usar. Puede uno tomar los cubiertos, coger una taza, atrapar un balón o escribir con la comúnmente hábil derecha. El pianista, sin embargo, no puede elegir con qué mano toca. Está obligado al uso simultáneo de las dos, por lo que se le requiere una habilidad equiparable en ambas. Claro está, por otro lado, que la ejecución de prácticamente cualquier instrumento musical exige la participación de las dos manos, pero generalmente ocurre que a sendas manos son encomendadas acciones claramente diferenciadas, tal y como sucede con la guitarra o con los instrumentos de cuerda fregada, como el violín, el violoncelo y demás. Por el contrario, en el piano, la labor de ambas manos es la misma, y es esta la razón por la cual el desequilibrio entre la habilidad de cada una de ellas aparece más evidentemente. Cualquier persona mínimamente familiarizada con el estudio del piano conoce la sensación de tener una mano lenta y torpe, una mano tonta, que no es otra que la pobre izquierda, y es que seguramente en pocos ámbitos como en el del estudio del piano se ejemplifique tan fielmente esa estadística que confirma a la población zurda como una clara minoría. Acaso también ese carácter minoritario de la habilidad zurda esté detrás de la habitual condena de la mano izquierda a labores de mero acompañamiento en el piano, al margen de que por las condiciones del propio instrumento (en la parte izquierda del teclado están las notas más graves) la zurda deba encargarse de esa tarea.
Sea como fuere, la mano izquierda del pianista siempre está en claro menoscabo con respecto a su compañera diestra. De ahí la existencia de algo poco conocido o ignorado a nivel popular: obras pianísticas para una sola mano. Mayoritariamente, estas obras son de naturaleza pedagógica, es decir, encaminadas a resolver los problemas técnicos de la mano zurda. Sin embargo, algunas de ellas tienen verdadera entidad artística, como por ejemplo los Estudios op. 36 del compositor romántico Felix Blumenfeld.
Pero existen también obras para la mano izquierda que no nacen de ninguna intención pedagógica, sino que solo obedecen a una voluntad puramente artística. Una de ellas, y acaso la más célebre, es el 'Concierto para piano para la mano izquierda' de Maurice Ravel. Lo que sigue es su historia.
Dice así...
Paul Wittgenstein nació en 1887 en el seno de una familia de la alta burguesía vienesa, igual que lo haría dos años más tarde su hermano, el célebre filósofo Ludwig Wittgenstein. Paul, por su parte, desde temprana edad mostró unas inusuales dotes para la música, lo que lo llevó a encaminar su vida hacia una carrera musical, concretamente, como pianista. Punto de encuentro de la sociedad cultural de la Viena de la época, la casa de los Wittgenstein era visitada por algunas de las personalidades más importantes del panorama musical, lo que permitió al joven Paul participar en dúos pianísticos nada menos que con Johannes Brahms, Gustav Mahler o Richard Strauss.
Parecía, pues, que todas las condiciones necesarias se daban cita para que el Paul realizara su propósito de convertirse en un gran pianista. Así, Wittgenstein hizo su debut como pianista en 1913, consiguiendo un éxito notable que lo catapultaría inmdiatamente hacia una carrera en continuo ascenso. Sin embargo, una nube había de posarse en el camino del joven Paul. En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y el joven pianista es llamado a filas. En el frente de Polonia, Wittgenstein es gravemente herido durante un asalto del ejército ruso, lo que acarrea la amputación de su brazo derecho. Lógicamente, este hecho traumático sumió a Wittgenstein en un profundo abatimiento. Sin embargo, una vez terminada la guerra, el joven pianista hizo acopio de fuerzas y de voluntad y decidió reemprender su carrera como concertista asumiendo su discapacidad. Así, empezó una tarea exhaustiva de estudio y compilación de toda la música escrita hasta la fecha para piano a una sola mano.
El ejemplo de perseverancia y de lucha contra la adversidad más cruel de Paul Wittgenstein conmovió a un buen número de las personalidades más relevantes de la música del momento. Varios de los más importantes compositores, como Prokofiev, Strauss o Korngold, dedicaron obras al infortunado pianista, pero ninguna de ellas se haría tan célebre como la que le dedicó el compositor francés Maurice Ravel, el 'Concierto para piano para la mano izquierda'. Ravel compuso la obre entre 1929 y 1931, y tal era el sentimiento del compositor francés, que aparcó todos sus trabajos pendientes para centrarse en la composición del mentado concierto (por esos años había empezado ya a trabajar en su otro concierto para piano, el 'Concierto en sol mayor'). El resultado fue una obra inspiradísima y singular, un concierto estructurado en un solo movimiento, en lugar de los tres canónicos. Ravel compuso una obra que llevaba al límite las capacidades pianísticas de la mano izquierda, hasta el punto de hacer olvidar la inexistencia de la mano derecha. Uno no es capaz de discernir, ante la sola escucha, que se trata de una obra para una sola mano. Con su concierto, Ravel había hecho desaparecer la discapacidad de Wittgenstein.
El 'Concierto para piano para la mano izquierda' fue finalmente estrenado en Viena el 5 de enero de 1932, con Wittgenstein al piano, claro está. Hacia finales de ese mismo año, Ravel asistió por primera vez a una representación de su obra y el compositor advirtió que Wittgenstein había efectuado cambios en su partitura, lo que enemistó a ambos, puesto que el compositor no estaba dispuesto a aceptar de ningún modo esas modificaciones. Esta disputa a punto estuvo de impedir que los dos llegaran a interpretar juntos el concierto, es decir, bajo la dirección de Ravel. Al fin, Wittgenstein cedió ante la postura de Ravel, lo que por fortuna hizo posible que ambos interpretaran felizmente la obra, un 17 de enero de 1933, en París, materializando, así, el único desenlace a la altura de esta bella historia.