'Los tres mosqueteros: Los diamantes de la reina': muchas risas, poca aventura
Foto (sin efecto): dailymail

Produjo Ilya Salkind (conocido por impulsar la primera adaptación de Superman a la gran pantalla en 1978) este trasunto del clásico universal de Alejandro Dumas y el resultado fue francamente dispar. Muy de su época en lo visual, Richard Lester se encargó de dirigirla siendo un habitual de la familia Salkind y es esta decisión la que nos adelanta el resultado.

Estos mosqueteros, lejos de la trascendencia aventurera de Dumas y de otras adaptaciones precedentes y posteriores, se dejan llevar por la alegría y el disparate. Lester, cuya incursión en el medievo sí daría frutos años después con Robin y Marian (Robin and Marian, 1976), opta por ser ligero y se olvida de sus personajes. De tono clásico, pareciera por momentos que vemos un slapstick típico de los años cuarenta y tan sólo los espectaculares parajes franceses y británicos nos ofrecen la sensación de estar ante un blockbuster europeo.

Ni siquiera la presencia de caras conocidas en el reparto consigue salvar al conjunto de la mediocridad visual de su responsable. Si acaso Charlton Heston ocupándose de la elegante villanía del Cardenal Richelieu o la ambigüa sensualidad de Faye Dunaway como Milady. El resto, francamente desaprovechados. Especialmente un joven Christopher Lee que se encargaba de Rochefort, demasiado tapado por un insípido y saltarín Michael York como D'Artagnan. Los tres mosqueteros paladean buenas intenciones y mucha química, pero se ven ensombrecidos ante el resto del reparto, de más peso y con personajes más importantes.

Sorprenden para bien, sin embargo, las abundantes secuencias de acción. Lejos de los epilépticos montajes de hoy en día, Lester optó por planos sostenidos y creíbles disputas entre espadas. Es sin duda lo mejor de un filme lleno de momentos demasiado infantiles y con una fotografía que ha envejecido francamente mal. Si bien en su momento fue toda una superproducción, hoy da la sensación de no llegar siquiera a los mínimos exigibles por la serie B.

Y Richard Lester que filmó la segunda parte al unísono (manía de los Salkind que se repetiría con Superman provocando resultados nefastos) dejando a las claras que esto tenía mucho de producto comercial y poco de homenaje al clásico quedándose ésta primera parte francamente coja en su tramo final. Se notan las prisas y muchas tramas, especialmente en lo que se refiere al duque de Buckingham, quedan sin resolverse. 

Con todo, es divertida y apta para nostálgicos de un cine que nunca jamás volverá y que era toda una rareza en los posmodernos años 70 emulando la capa y espada del mítico Errol Flynn. Quizá si la hubiese atrapado otro director más personal y audaz hubiésemos tenido un producto mucho más pendiente de la aventura y menos de las risas. Pero la historia, Dumas incluido, fue de la forma que fue y poco podemos hacer por cambiarla. Tan sólo fantasear como hace el bueno de D'Artagnan nada más llegar a París.
 

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