Nacido en Queens un 17 de noviembre de 1942 y procedente de una familia de clase trabajadora, de una segunda generación italo-americana, para Martin Charles Scorzeze (verdadero nombre) la vida se compone con un tríptico de imágenes repletas de matices expresados a través de personajes imperfectos. Criado en un seno familiar residente en la Little Italy de los años cuarenta, donde no había una tradición de leer libros, creció marcado por una clara tradición mucho más visual. Sufrió asma severo desde los dos años y medio, por lo que creció amparado en la sobre protección de sus padres. No le dejaban que corriera, ni siquiera que se riera, para evitar sobreesfuerzos que alteraran su inestable saturación de oxígeno. Aquello le impidió hacer deporte, estar en contacto con la naturaleza o tener animales, y lo único que pudieron hacer sus padres fue llevarle al colegio, vigilarle y sobre todo ir a la iglesia y al cine.
Por tanto Martin moldeó sus recuerdos visuales y la base cultural de su crecimiento intelectual a través de la gran pantalla. Todo queda vinculado al cine, a Hollywood, al vaquero Roy Rodgers y los maravillosos contrastes visuales de Duelo al Sol, con Jennifer Jones y Gregory Peck. Aparte de su incipiente vocación religiosa, la estela de sus primeros sueños conectó fantasía e ilusión a través de los vuelos de las cámaras, las escenas de vida y ficción que le proporcionó el séptimo arte. Inolvidable igualmente para él la llegada de la televisión en el año 48 y 49, con los considerados mejores programas de la televisión norteamericana de la historia. Su familia no contaba con los recursos económicos para ir al teatro o ver shows , por lo que la educación de Martin se basó en la literatura visual. Su avidez por el arte visual fue tal que amplió su bagaje cultural cinematográfico con Cocteau, los maestros italianos del neorrealismo de los años cuarenta y cincuenta, el cine japonés y el costless cinema británico
Scorsese había descubierto un tipo de inteligencia, otro tipo de inteligencia que trataba de contar una historia en la que el director, el guionista y el cineasta enfocaban la mirada del espectador. Empezó a comprender entonces que las lentes, su tipología y la posición de las mismas, podían hacer entender una historia de una manera diferente. Aprendió a interpretar imágenes, especialmente de las películas de Willyan Willer, su lente angular en imágenes fuertes y estables. También con los trabajos de Wells, y su lente angular en 18 mm para moverse con mucha velocidad, transmitiendo la sensación de vuelo y la maravillosa consecuencia del vuelo de la historia.
En un principio no sabía muy bien por qué, hasta que a base de ver las películas en repetidas ocasiones, logró descifrar el maravilloso código expresivo de las cámaras, la capacidad para convertir su utilización en un vocabulario visual tan válido como el que se utiliza en la literatura o en el lenguaje cotidiano. Martin no podía costearse una cámara, por lo que hacía dibujos e imaginaba que se movían. Tras coquetear brevemente con la posibilidad de ordenarse como sacerdote o entregarse a la delincuencia organizada que tendía abismos en las Malas Calles que tejían historias negras a la puerta de su casa, acabó estudiando dirección cinematográfica en la Universidad de Nueva York, obteniendo una licenciatura en la escuela de cine en 1964 y una maestría en la misma disciplina en 1966.
Comprendió entonces que el estudio de la imagen de una manera crítica era esencial para la comprensión de ese lenguaje. En ese momento situó su objetivo en la expresión y comprensión de las ideas y emociones a través de un concepto visual, con un vocabulario y una gramática propia. Paneo a la izquierda, a la derecha, ‘boomig’ hacia arriba y hacia abajo, acercamiento como plano opuesto a plano medio, los diferentes usos de la luz, todos los elementos visuales para crear un punto emocional y psicológico para la audiencia. Ese es Scorsese, el lenguaje del cine, la sabía utilización del poder de las imágenes, su encuadre e interpretación, dirigidas hacia ese punto emocional y psicológico en el que la audiencia capta lo que pretendes. Punto culminante en el que la gente ve lo que tú quieres que vean.
Volcando apasionadamente todos estos conceptos logró convertirse en uno de los directores más influyentes de su generación. Desde que elaboró su cortometraje The Big Shave, no cesó en esa búsqueda compulsiva, intensa y visceral, que continuó con su primer largometraje, Who's That Knocking at My Door? (¿Quién llama a mi puerta?) con su compañero de estudios Harvey Keitel, que interpretó a su alter ego en la película. Para entonces entabló una sólida amistad con Robert De Niro, actor y vehículo esencial para la consolidación de su firma personal. Tras dirigir Boxcar Bertha por encargo del productor de películas de serie B Roger Corman, filmó Malas Calles junto a De Niro y Keitel. Para él representó el momento de salir de la burbuja, Martin que no acababa de encontrar su lugar en el mundo, aportó su pasión y recuerdos compulsivos, descubriendo el camino para un nuevo género, el de las miserias y la violencia urbana.
La crítica comenzó a tenerle en cuenta, por expreso deseo de Ellen Burstyn dirigió en 1974 Alicia ya no vive aquí. La actriz Burstyn ganó un Óscar a la mejor actriz y Scorsese demostró su amplia capacidad de registros. En un regreso a sus raíces rodó luego el documental Italianamerican, y solo dos años después por obra y gracia del guionista Paul Schrader nos regaló la maravillosa Taxi Driver. Pensó en hacer la película en video en blanco y negro porque no encontraba financiación, y acabó creando una obra maestra sobre el síndrome de la soledad urbana. Scorsese en su versión más expresiva y De Niro cumbre en el papel de Travis Bickle, la coherencia estética de una historia sin violencia gratuita y con una compasiva percepción del dolor de la soledad. Son muchas las escenas a destacar pero la improvisación del espejo, realmente incomparable. De Niro empezó a hacer lo de la pistola que venía en el guion, pero decidió improvisar y Scorsese le dejó hacer, repetir una y otra vez aquello con aquella cara insistiendo magistralmente en lo de ¿Hablas conmigo?
Veintiún largometrajes como director de ficción y siete largometrajes documentales como bagaje para un genio del cine que en 1980 y de nuevo con un guion de Paul Schrader deslumbró al mundo. En Toro salvaje puso todo lo que sabía, todo lo que sentía, por su situación anímica y personal pensaba firmemente que sería el final de su carrera e hizo un film kamikaze en el que se entregó por completo, olvidando todo, intentando encontrar otra manera de vivir. El resultado la hasta entonces mejor película sobre las dieciséis cuerdas jamás realizada, el apogeo y la caída de un boxeador que llegó a ostentar el título mundial: Jake LaMotta. Interpretado por un alucinante Robert De Niro, quien tuvo que engordar más de 30 kilos y dirigido con ese apasionado lenguaje visual desde el interior de las cuerdas con el que Scorsese firmó esta obra maestra en blanco y negro.
Comenzó una nueva vida Scorsese, que liberado de la autodestrucción de las adicciones quiso cuestionarse buena parte de su identidad y educación católica proyectando para un futuro la polémica La última tentación de Cristo, (que no rodó hasta 1988) adaptación del libro de Nikos Kazantzakis, La última tentación (1951). Antes rodó El rey de la comedia, After Hours y El color del dinero, filme por el que Paul Newman consiguió su segundo Óscar de la Academia. En 1990 regresó a la experiencia acumulada en Little Italy para rodar Uno de los nuestros, una historia de los bajos fondos. Sin la intención de idealizar la conducta criminal sino todo lo contrario, apuntando hacia Henry Hill, un personaje real de la cadena media-baja del crimen organizado, protagonizado por un magistral Ray Liotta. Testigo y cómplice de la brutalidad de mafiosos como Thomas DeSimone o Jimmy Burke, interpretados en el filme por Joe Pesci y Robert de Niro, Scorsese plasmó con absoluta creatividad la vida de un Don nadie, que siempre soñó con ser un gánster. Su trabajo de dirección en esta película supuso todo un avance cinematográfico, pues el pequeño genio puso en práctica todas las técnicas aprendidas para la creación y expresión de ese lenguaje propio, esa gramática cinematográfica del empleo de los espacios y el uso de la cámara sin necesidad de diálogos.
Curiosamente para un apasionado del cine como Scorsese, el hecho de perder nuevamente el Óscar supuso un doloroso contratiempo que mitigó con su apasionado trabajo. El cabo del miedo llegó a continuación, a la que siguió La edad de la inocencia, Casino y Kundun, sobre la vida y exilio del decimocuarto Dalái Lama. En 1999 estrenó Al límite con Nicholas Cage, y en 2002 con Gangs of New York regresó a ese género que apasiona tanto a sus admiradores. En el que fue su primer trabajo con Leonardo DiCaprio y con un presupuesto superior a los cien millones de dólares, (el más alto en la carrera de Scorsese), recibió diez nominaciones al Óscar. Diez nominaciones que se saldaron con una nueva derrota personal, pues Roman Polanski con El Pianista, le arrebató la tan ansiada estatuilla. Con El Aviador logró once nominaciones, pero nuevamente tuvo que ceder ante Million Dollar Baby de Clint Eastwood. Finalmente el 25 de febrero de 2007, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le entregaba el Óscar al mejor director, con lo que Scorsese se hacía con la estatuilla gracias a su magistral trabajo en Los Infiltrados. La historia de Billy Costigan (Leo Dicaprio), un joven policía que fue enviado para infiltrarse en la organización de un poderoso mafioso en Boston, una obra maestra con la que regresó el mejor Scorsese.
En el año 2010 rodó nuevamente junto a Di Caprio el thriller psicológico Shutter Island, una adaptación de la novela de Dennis Lehane ambientada en los años 50. Después dirigió La invención de Hugo, estrenada en el año 2011 en 3D, dejando entre tanto su firma personal en el capítulo piloto de la magnífica serie sobre el crimen organizado, Boardwalk Empire, ambientada en la Norteamérica de la Ley Seca. Su última creación The Wolf of Wall Street, el reencuentro del director con Leonardo Di Caprio, basada en la autobiografía de Jordan Belfort, broker que cumplió pena de cárcel por fraude bursátil y luego colaboró con el FBI para destapar una gran trama de fraude en Wall Street.
Ahora a sus 71 años sus 1,63 metros de estatura menguan de una forma proporcionalmente inversa a su cada vez más agigantada figura, la figura de un genio al que le basta con la lluvia golpeando sobre las hojas, para demostrar que es un mago de la literatura visual, de ese lenguaje y utilización del plano, la colocación de la cámara en ese punto clave en el que la transmisión comienza a fluir. Debajo de la hoja para ver como cae la lluvia en ella, la espera hasta la salida del sol, cuando es tan brillante que la luz comienza a filtrar los matices verdes a través del agua. Scorsese es el respeto por el cine más puro, capaz de mostrarnos en No Direction Home la mirada poética de Dylan. La literatura visual enseñada, entrenador de la mirada y el corazón de la gente, de los amantes del cine que admiran a un director que llegó a cuestionarse todo. Incesante explorador de otras miradas que fomentan el pensamiento sobre historias contadas de una manera visual, una gramática distinta.