Cerebro y corazón
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Normalmente, una crítica no puede dirigirse al lector por apelativo directo. Voy a hacer una excepción. Pido por favor, por un gesto de humanidad, que vayan al cine, preferiblemente solos, y paladeen esta maravilla de película. Es más, cuando vean a un espectador indeciso frente a la cartelera, rompan la norma social de no abordar a desconocidos y aconséjenle. “Pie de página” es, aunque aún no lo sepan, la película que buscan.

El guión trabaja sobre un caso que podría ser verídico, de una excepcionalidad comedida. Sin embargo, el espectador se sorprenderá a sí mismo conteniendo el aliento al ritmo que marcan los personajes. Parpadeará con ellos, transpirará con ellos y se preguntará qué haría él en su lugar.

Las figuras principales son Eliezer Shkolnik (Shlomo Bar-Aba) y Uriel Shkolnik (Lior Ashkenazi), hijo del primero. La primera escena pone de manifiesto el muro invisible que se alza entre ambos. Durante la trama, se podría decir que los dos intentan derribar ese muro, pero ambos a su manera y con un éxito estéril. Eliezer representa la extravagancia de un erudito del Talmud sin recompensa al que robaron la vida, cuando Yehuda Grossman (Micah Lewesohn) publicó la piedra roseta de su campo unos meses antes de que él llevara a término su investigación, extendida en el tiempo por más de veinte años. Su hijo Uriel también dirige sus proyectos profesionales en el cauce de estudio del Talmud con brillante y reconocido éxito, lo que lejos de inflar el orgullo de su padre aguijonea su envidia.

Empatía

Empatía porque es su mayor logro. Cada conflicto que aparece en pantalla es parte del espectador, de la vida cotidiana. Las irremediables tensiones entre padre e hijo, la feroz competitividad académica, la necesidad de reconocimiento y la violencia ética que experimentan configuran un lienzo de humanidad sincera, tierna, real.

Uno se siente incómodo al visionar en pantalla como Uriel, en un momento de desasosiego interno, descarga su frustración contra seres queridos que no tienen absolutamente nada que ver con la semilla de su ira. ¿Hay algo más humano, más humanamente injusto, que ese gesto?

En el nombre del padre

Tildar de convincente la actuación de Shlomo Bar-Aba es incorrecto, porque se estaría dando por hecho que es una actuación. Hay muchos planos donde el espectador se pregunta si ese actor es tal como se le supone actor, o es un personaje que no interpreta, cuya vida es simplemente grabada, tal es el grado de verosimilitud que alcanza Shlomo Bar-Aba en la piel de Eliezer.

El padre es sin duda la pieza clave del largometraje, el núcleo alrededor del cual orbitan el resto de personajes. Su visión marginal, su amarga concepción del academicismo y su incapacidad de relacionarse con normalidad no son óbices para que, cuando la tentación del reconocimiento llama a su puerta, se ponga sus mejores galas. Recuerda al Melvin Udall interpretado por Jack Nicholson en “Mejor imposible”, maniático, obsesivo y cruel por omisión, pero tan humano al mismo tiempo que no deja de enternecer. Además, su vía contracorriente supone la mayor comicidad de la película, protagonista de momentos verdaderamente hilarantes. Sin pronunciar palabra es capaz de provocar carcajadas, con un estudiado movimiento gestual y corpóreo. De lo mejor del filme.

Plano a plano

De esta manera, plano a plano, es como Joseph Cedar se gana la confianza y admiración del espectador. El constante recurso de una conversación fuera de plano o lo que es lo mismo, una imagen sin sonido propio, consigue representar esos momentos donde la situación te desborda. La enumeración al comienzo del largometraje para presentar a los filólogos a modo de documental es arriesgada, pero no saca de la trama y sí consigue una sonrisa, por lo que está justificada.

La música prepara, los sonidos condicionan pero es el silencio el estoque elegido para crear expectación. Con notable éxito. No se pueden explicar los sentimientos que provoca un silencio sepulcral mientras la cámara se acerca a la sudoración capilar de Eliezer. La lengua, al menos en mi mano esgrimida, no está ni cerca de poder describir la tensión que oprime el pecho al asomarse detrás de las gafas de Uriel. Esta incapacidad de descripción me obliga a romper de nuevo la barrera entre crítico y lector, para recalcar de nuevo: por caridad hacia ustedes mismos, vayan a verla.

Acérquense, pasen, vean y vivan

Se nos muestran con acierto algunas escenas de carácter cotidiano. Conversaciones entre cónyuges, un adolescente malgastando su tiempo frente al televisor o estiramientos de yoga pueden parecer detalles sin importancia, pero es la ruptura de esa intimidad la invitación a entrar en la vida que se narra en pantalla.

“Pie de página” es tan sencilla que impresiona. Humor inteligente en cada plano de Eliezer y drama incisivo en cada decisión de Uriel. La grandeza o fortaleza del filme reside en esta combinación que incluso se superpone en un magistral contrapunto, una doble escena que saca a luz los resentimientos que hay entre ambos.

Volviendo al humor, es pretendido sin duda, aunque aparece premeditadamente como si fuera casual e involuntario. Se aleja de cualquier patetismo o ridiculez, salvo la escena del despacho convertido en el camarote de los hermanos Marx, pero que incluso se agradece por su singularidad a lo largo de la película.

El final puede inducir a pensar que es un error, pero con reposo y cavilación se convierte en otro motivo de aplauso. En resumen, “Pie de página” es una obra casi maestra, seguramente tan desconocida que dejará boquiabierto al espectador. Grata sorpresa.

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