Es el cine un microcosmos en el que los tópicos abundan cual medusas en las playas del Mediterráneo. Apocalipsis destructores del planeta entero que siempre empiezan en algún rincón de los Estados Unidos, chinos saltarines capaces de derrotar a patadas a ejércitos fuertemente armados sin sufrir un rasguño, malos malísimos con la manía de revelar sus planes hasta el último detalle… ya sabéis, lo habitual, qué os voy a contar que no hayáis visto ya. De esos lugares comunes, uno particularmente célebre, del que sólo parece salvarse la familia Corleone, dice que “segundas partes nunca fueron buenas”. Bruce Willis, el más chulo del barrio, se ha propuesto llevarle la contraria a la sentencia, porque él lo vale.
Si se quiere pasar un rato de diversión, ésta es una apuesta seguraEl ilustre calvorota lidera (con acierto, aunque sin llegar a la brillantez) el reparto de la segunda entrega de Red, en el que repiten buena parte de sus antiguas estrellas. Algunos están sublimes, particularmente Helen Mirren y el nunca suficientemente aplaudido John Malkovich. Otros salen poco pero bien, como Brian Cox. Los hay que, como la protagonista femenina Mary-Louise Parker, no llegan a desentonar pero tampoco están como para recibir premios. Entre los nuevos, como diría aquél, división de opiniones: Anthony Hopkins se mantiene en su línea, es decir, maravilloso; Byung-Hun Lee hace lo que le piden (repartir leña y dar saltos, no siempre en ese orden) y lo hace bien; Catherine Zeta-Jones parece sentirse forzada, como si no se lo terminara de creer, aunque tampoco es un problema catastrófico.
¿Qué se consigue con todo esto? Que la película sea igual de buena que su predecesora. No es peor, ni mucho menos, pero tampoco llega a superarla: se mantiene en el mismo nivel de calidad. Se preguntará el curioso e inquisitivo lector si este hecho es positivo o negativo, y la respuesta no puede darse de otra manera que a la gallega: depende del gusto del consumidor. Si la intención es ver algo que haga reflexionar, que transmita emociones, que pueda acercarse a eso que los enterados llaman arte, mejor pasar de largo. Pero si se quiere pasar un rato (bastante generoso, además: roza las dos horas) de diversión, puede que vacía y banal, pero diversión a fin de cuentas, ésta es una apuesta segura. Porque, además, la trama tiene casi de todo. Hay abundante acción, como cabía esperar, incluso con coreografías espectaculares en las que se deja ver un cierto toque asiático; hay momentos de cierta emoción e intriga; hay punto romántico, pero sin llegar al empalague injustificado; y, sobre todo, hay momentos de mucha, mucha risa: el personaje de Marvin puede llegar a generar tales carcajadas que se corre peligro real de atragantarse con las palomitas.
Una virtud de este filme es que ha sabido mantenerse en la línea de su primera parte sin perder frescura ni gracia. De ahí, sin embargo, se extrae su principal defecto: pese a que el director, Dean Parisot, se cuenta entre los recién llegados a la saga, en la práctica no hay gran diferencia con lo rodado dos años atrás. En rigor, nos hallamos ante una mera continuación de la fórmula que ya tuviera éxito en su día, con algún que otro cambio de cromos como consecuencia natural de la evolución del guión. Es más: los espectadores que no hayan visto Red (a secas) posiblemente tengan problemas a la hora de entender algunos aspectos de la historia. Cierto es que, en el fondo, el concepto de secuela consiste en eso, aunque en este caso da rabia porque el defecto sería fácil de subsanar: bastaría con quitarle un poco de protagonismo a Moses y dárselo a algún otro. Es una pena que esta película, que tendría mimbres para convertirse no en una obra maestra pero sí en algo sobresaliente, se conforme con mantenerse en el nivel (insisto, alto) de la precedente, a quedarse igual, sin atreverse a ir más allá.