'El apartamento', afecto de segunda mano
Lemmon y MacLaine, dulzura intrínseca (Foto: filmmagazinedigital).

Al ritmo de los latidos de centenares de trabajadores, del traqueteo de grapadoras, del constante ruído de sillas arrastrándose, de hojas pasándose... Mil historias se fraguaban en el interior de las oficinas de Jeff Sheldrake (Fred MacMurray). Mesas colocadas simétricamente, ninguna diferente a la previa. En un rincón, C.C. Baxter (Jack Lemmon) recibe la noticia de que ha sido ascendido y que dispondrá de un despacho propio. Asignaciones propias de una jornada laboral. Méritos. Quizá deméritos. Nada en especial. Sólo trabajo. 

Al otro lado de la oficina, en los ascensores, la sonrisa de Fran Kubelik (Shirley MacLaine) llena el espacio a su paso. Baxter, con su sonrisa inagotable (propia de un Lemmon casi etéreo), atraviesa cada jornada las ensordecedoras oficinas en busca de ese destello, esa magia. Verlos juntos despierta en el espectador una sensación de dulzura encandilante, una ternura pocas veces equiparables. Él, risueño y transparente como el vidrio más puro; ella, ingenua y delicada como una pequeña hoja otoñal. Sus conversaciones desprenden chispa, afecto, admiración... ¿amor? Partamos de esa premisa.

"He dicho que no tengo familia, pero no que mi apartamento esté vacío."

Tras salir del ascensor, Baxter, todavía con su sonrisa intacta, abandona el edificio camino de su apartamento. Un bonito y acogedor piso situado en una zona tranquila y apartada. Para la sorpresa del espectador, que no la suya, llegado a él se encuentra con que no puede acceder. Ocupado. Un minuto más... La imagen de Lemmon vagando por las frías calles persiste en la retina del público. Una persona solitaria, que busca, con su sonrisa, difuminar todos los profundos problemas que guarda su día a día. 

La problemática que presenta Wilder es la siguiente. Un ascenso laboral basado en favores a sus superiores. Favores reflejados en su apartamento. El apartamento. Sheldrake, su principal mandatario y hombre casado, resulta ser uno de los susodichos beneficiarios del piso. Los ojos del espectador se abren. Wilder plantea así el debate interior de Baxter a raíz de ese estilo de vida. Un cariño labrado a base de frialdad y pocas, muy pocas personas cercanas a él. Cada noche, en la oscuridad solitaria de su apartamento que tantos ojos habían contemplado, el joven soñador imagina una vida en la que sea él quien comparta su propio habitáculo. Una paradoja que se clava como un agudo punzón.

El dolor se incrementa cuando se descubre la identidad de la amante de Sheldrake. La luz de la señorita Kubelik se debilita al comprobar su insoportable dolor interior. Perdidamente enamorada del hombre maduro, éste reniega de abandonar a su esposa y la engaña con falsas promesas. Su vida no es muy distinta a la de Baxter. Sufrimiento bajo una caja de cartón. Endeble. Solitaria. Soñadora.

"-El espejo... se ha roto.

Como un topicazo caen del cielo cual relámpago unas Navidades. Wilder lo controla todo a su antojo. Mueve los peones y se reserva a su Reina. Fruto del engaño y la desesperación, la trama consigue que Kubelik y Baxter terminen, en plena festividad, juntos en el piso que ambos han habitado en tantas ocasiones. El rostro de la joven muestra su frío dolor. La calidez de Baxter la guía hacia la recuperación. Es ahí cuando la trama se calienta. Sheldrake toma una decisión. Siendo un hombre acostumbrado a realizar sus libres designios sin rebatimiento alguno, asevera a la débil Fran Kubalik que, ahora sí, dejará a su mujer. Ella, cegada, sigue la señal. Paralelamente, Baxter, abrumado por la experiencia cercana a Kubelik, se da cuenta de la pérdida que estaba suponiendo su vida. -Ya lo sé, me gusta así. Así me veo tal y como me siento." Un camino pedregoso y una recompensa insuficiente. Por primera vez en su vida, grita, se enfurece, enloquece, vive. Dimite.

En paro y en Navidad. Baxter se sienta en su sillón dispuesto a abrir una botella de champagne. 'Toc, toc'. La luz atraviesa su puerta como un volcán en erupción. "Ya sabes, vivo como Robinson Crusoe, náufrago entre 8 millones de personas. Entonces, un día vi una huella en la arena, y allí estabas... es algo maravilloso, cena para dos".

Wilder retrata la suburbialidad del alma solitaria representado en dos personajes con dos caras. Ambas realidades fluyen y se funden en una eternidad simple y perfecta. El afecto y su evolución. Las sonrisas y su complicidad. Las historias que convergen como rayos brillantes a la luz de la luna. Los clásicos. El joven desamparado y la princesa sin trono. Clásicos diferentes. Soles hundidos. Wilder excava durante hora y media y consigue que brillen, a la vista de todos, juntos...

Canto a la ingenuidad y al poder del cariño, 'El Apartamento' no es una película más. Es el reflejo de los sueños de medio universo. La eterna promesa del amor delicado y dulce. La pretensión de llegar a tu casa y recibir un suave gesto, un ligero roce. La contraposición entre la casa vacía y el corazón lleno. El amor como medio de supervivencia.

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