Los humanos no enseñamos lo que somos hasta que la realidad se tensa y nos pone contra el abismo, como esta pasada noche, con un accidente bestial de tren con muertos y heridos para llenar mil páginas. Twitter hervía, pero es que twitter siempre hierve. Inútilmente, como siempre pero ayer con más lumbre porque salvo algún tuit imprescindible, lo demás no era sino burbujas de una cazuela pestilente: gritos, insultos, mofas, arrimar el ascua a una sardina politizada hasta la náusea. Lo normal. Es la vida. Pocos informan y enseñan y muchos opinan por no callar. Las redes sociales son un bar o un corro de personas en el portal de casa multiplicado por muchas cifras. Con la camisa limpia y descansados y con una cerveza en la mano todos lo hubieran solucionado mejor, coordinado mejor, incluso diseñado el tramo de vía mejor o pilotado o conducido o manejado mejor o lo que hagan los maquinistas con los trenes cuando los llevan de un lugar a otro.
Mirar la sociedad es tan triste que te entran ganas de dejarlo todo y no hacer nada más que despreciar cada segundo el mundo y a los humanos, desde la cuneta. Una tragedia de dar miedo y nosotros aquí discutiendo sobre quién o qué tiene la culpa o qué partido es responsable y por qué. Y para completar el espanto, la vil política se nos metió hasta los codos a sacar tajada en el desastre. Cargos políticos culpando del accidente a otros cargos políticos como si fueran peritos o ingenieros ferroviarios para intentar sacar un puñado de votos. Y gente aplaudiendo con unos bríos como de fanático en un mitin electoral de bocadillo y bebida y autobús. La política nos ha podrido definitivamente como sociedad.
Lo que ocurre es que cuando vas a tirar la toalla, desistir y no discriminar más y odiar a este país hasta que se termine, entero, de la primera baldosa a la última cornisa, te llega una foto, y luego otra, y otra más, de una hilera ordenada de personas que esperan en silencio a poder donar sangre de forma anónima. Y te da por creer, tú que no crees en nada, y pensar que así, sí, que mientras nos enzarzamos en discusiones indignas con personas aún más indignas, otras, que no tienen tiempo para perderlo, deciden ayudar al prójimo de forma libre y sin buscar nada, deciden que se construye mejor en silencio para no perder fuerzas, para no perder la concentración.
Y te quedas frío, casi en agosto, porque la vergüenza da siempre mucho frío, y sin decir nada intentas acoplarte a esa sucesión de personas para que te den calor. Mi patria es una cola silenciosa dispuesta echar una mano siempre, lo de alrededor, buitres que están haciendo círculos carroñeando votos para crear entelequias de las que vivir. Yo quiero ser compatriota de todos los anónimos voluntarios que he visto comerse las lágrimas ayudando en silencio, consolando en silencio, tapando cadáveres en silencio.
Lo que se confirma es que los individuos están muy por encima de la sociedad que tenemos, otra vez, y el ruido, al contrario que el silencio, sigue sin decir nada.