Parece que hoy en día la música clásica pasa desapercibida entre tanto ruido. A lo largo de las décadas e incluso los siglos han surgido muchos estilos, aunque algunos de ellos son bastante cuestionables, sin embargo han llegado a suplir un género cuyo legado parecía imperecedero y a pesar de esto, las nuevas generaciones la están olvidando.

El ruido ha invadido las calles, el tiempo avanza desenfrenadamente y con un ritmo que se ha vuelto frenético y con una venda en los ojos, parece que no queremos apartarla y ver que es necesario hacer un alto en el camino. La música siempre ha sido alimento del alma, una pausa de ese mismo tiempo que a veces nos asfixia, un descanso después de las horas abrumadoras.

El mercado musical se ha visto invadido por la electrónica y por la informática, esto ha provocado que lo que antes buscaba una relación más profunda y pausada, ahora se ha convertido en algo superficial, lejos de tener algún tipo de sentido. El comercio ha invadido todo lo vinculado al arte, banalizándolo y relegando algo que lleva siglos entre nosotros.

Pero no podrá permanecer en el olvido demasiado tiempo, la música clásica siempre ha sido un fuerte productor de sensaciones, inspiración en el arte, un modo de alterar para bien o para mal nuestra consciencia, un punto de apoyo en momentos de crisis y así seguirá siendo. Será una constante para aquella persona que lo sepa apreciar, poder escuchar Las cuatro estaciones de Vivaldi, la Sonata Claro de Luna de Beethoven o el Réquiem de Mozart, escuchar al maestro Mstislav Rostropovich interpretar a Bach, es algo único y que no pasará de moda, una experiencia que nos permite conmovernos, notar cómo se eriza la piel y sentir la inmortalidad.