Con la elección del traje sin ropa interior-exterior, la supresión de la mítica cabina telefónica y la sutil aparición de las icónicas gafas se establece el horizonte de expectativas: un giro en torno a la figura del superhéroe más conocido.
Krypton, punto de partida
El inicio en Krypton acercará a la historia al espectador novato en materia de Superman. Contar el origen del problema de Krypton y las raíces del nominado Kal-El supone un gran acierto, puesto que cumple uno de los pilares básicos de una historia bien narrada, un tópico que suena redundante: empezar por el principio. En la inminente e inevitable destrucción del planeta se ven los primeros retazos del grafismo épico que busca Zack Snyder. Se conserva sin embargo una metáfora efectiva aunque poco profunda sobre el conservadurismo enfrentado a la ciencia.
Los puños y la acción aún tienen algo que contar.
La trama viaja del escenario alienígena rumbo al planeta azul, donde se rompe la linealidad cronológica por medio de unos flashbacks ilógicos, en pos de una potencia visual que sin duda consiguen, a coste de rebajar la tensión narrativa.
¿Y Clark Kent?
Los personajes carecen de desarrollo, al menos psicológico, porque los músculos de Superman parecen crecer escena a escena llegando incluso a descolocar a una oficial del ejército. Henry Cavill, que bien podría ser modelo de Abercrombie, cumple su papel con correcta discreción. La culpa es por tanto de un guion que presenta un Superman sin álter ego. Este Míster Hyde sin Doctor Jekyll hace añorar una encarnación humana y tejida de Clark Kent.
Lois Lane está representada por Amy Adams como la princesa del castillo.
Aún menos dibujados están sus acompañantes en el que será su puesto de trabajo, el periódico ficticio Daily Planet. Quédense con el nombre del diario para captar un matiz humorístico de primer nivel. Lois Lane está representada por Amy Adams como la princesa del castillo, a pesar del pobre intento de caracterizarla como una intrépida reportera. Se pierde el magnetismo de la identidad velada de Clark Kent como compañero de Lois Lane. El previsto pasaje amoroso es increíble, en la connotación negativa del término. El resto de redacción tampoco rinde ni como personaje colectivo, ni individualmente como Perry White o una becaria aleatoria.
Por último, el némesis elegido es el general Zod, en detrimento del manipulador Lex Luthor, nueva desviación hacia el camino de la lucha física. Michael Shannon peca de histrionismo, a no ser que el general Zod estuviese planeado como un esquizoide. No consigue amedrentar con unos gritos más propios de una pataleta infantil que de un malvado villano. Sin embargo, el maniqueísmo de este personaje tendrá fundamento, explicado breve y tardíamente, pero llevando consigo el planteamiento de un interesante debate sobre la predestinación. No se puede decir lo mismo de sus secuaces, una Antje Traue que ni seduce ni aporta y un gigante a modo de “matón” de discoteca.
Diálogo o violencia
La violencia trae consigo el declive.
El punto fuerte de la película lo sustentan los sucesivos padres de Superman, los extraterrestres Jor-El (Russell Crowe) y Lara Lor-Van (Ayelet Zurer) y los humanos Jonathan Kent (Kevin Costner) y Martha Kent (Diane Lane). Entre ellos se establece un diálogo mudo y distante temporalmente, pero de profunda inquietud ontológica. Jor-El imagina a su hijo como un Dios para los humanos, mientras que Lara teme por su posible marginación, opinión secundada por el padre adoptivo y llevada por el mismo a las últimas consecuencias en una escena rayana en el ridículo. La única que no intenta juzgar al joven es Martha Kent, totalmente verosímil en la piel de Diane Lane. Pone los pelos de punta apoyando sin palabras a su Clark en cada decisión, con tan solo una mirada. Una mirada de madre verdadera.
La violencia trae consigo el declive. Lo que puede ser una máxima social, se aplica al largometraje de Snyder. El interesante debate sobre la configuración del ser da paso a un ejercicio onanístico de destrucción y sadismo. La habilidad con la cámara y el montaje es encomiable y si su objetivo era producir tortícolis en el espectador, deben recibir las más calurosas felicitaciones. Se cae en el manido odio de Hollywood por la ciudad de Nueva York y cuando se cansan de hacer explotar edificios, puentes, aceras, asfalto y toda construcción imaginable, salen a la estratosfera para continuar la catástrofe.
Cuestiones éticas destrozadas a puñetazos.
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