Los volcanes atrajeron la curiosidad de la Humanidad desde el comienzo de los tiempos. Su majestuosa altura, la inhóspita naturaleza de su alrededor o la fuerza de sus explosiones, que traían consigo un apocalipsis de fuego, parecía algo más propio del mundo de los dioses que el de los mortales.
Hefesto o Vulcano para la mitología greco-romana, la pareja de dioses azteca Xiuhtecutli y Chantico, Ngen-Winkul para los mapuches, el malvado dios guanche Guayota, que moraba en el interior del Teide, Loki para los pueblos nórdicos o la diosa hawaiana Pelé son algunos ejemplos de divinidades relacionadas con los volcanes.
La carga mágica de estas montañas de fuego tiene que ver con la delgada línea entre la creación y la destrucción de vida, como si del favor o la ira divina se tratase. La aparición de múltiples islas y archipiélagos por todo el mundo como Japón o Islandia son un ejemplo del primer caso. El hundimiento de parte de la isla de Santorini, en Grecia, (una de las posibles ubicaciones de la Atlántida), el desastre de Pompeya, que conmocionó a todo el Imperio Romano, o las múltiples emisiones de magma de los volcanes de todo el mudo, como si de una especie de entrada al Infierno se tratase, son ejemplos de la mayor de las visiones que se tiene de estas montañas, la de hogar de demonios y castigo divino por los pecados de los mortales.
Pero no todos los volcanes son un reducto de furia magmática. Los hay que llevan miles de años en silencio, otros que murieron, quedando inactivos, y, además, existen otros como el Totumo en Colombia que son un remanso de relax.
A unos cuarenta kilómetros saliendo desde Cartagena de Indias en dirección a Barranquilla se encuentra este pequeño volcán, en el municipio de Galerazamba. Su cráter mide aproximadamente 20 metros de altura, una contradicción de las enormes montañas de fuego y cenizas que vienen a la mente cuándo se piensa en un volcán. Este cráter es su principal atracción, al que se puede acceder por una escalera de madera, y en donde se encuentra una piscina natural de lodo volcánico, que sirve de encuentro para el relax en el lado más salvaje de la naturaleza.
La entrada tiene un precio simbólico para los bolsillos europeos, unos cinco mil pesos (alrededor de dos euros), pero los diez minutos de baño, los masajes antiestrés que ofrecen los lugareños, y las vistas del paisaje salvaje del Caribe colombiano serán una experiencia impagable. Eso sí, hay que tener en cuenta el fuerte olor a azufre, que puede echar para atrás a más de uno pero al que rápidamente se acostumbra el olfato. Tras los masajes, se pueden hacer fotos con el cuerpo cubierto de lodo, degustar la gastronomía local o, incluso, seguir una ruta de navegación por la ciénaga del Totumo y visitar las islas de Cocos, Fantasías y Grazas, con una rica fauna y flora propia de los manglares