El precio de la tierra
Frances McDormand y Matt Damon. (Foto: Focus Features).

La Tierra, esa inmensa bola azul que flota alrededor del sol en un punto indeterminado del espacio. Nuestro hogar. O dicho de otro modo, el planeta que nos estamos cargando. Dejando de lado los documentales sobre el tema (dicen que si te dejas el aire acondicionado encendido más de la cuenta, aparece Al Gore y te saca las entrañas), no son pocos los cineastas que han contado en sus películas historias con un profundo mensaje ecologista. Quizá el caso más flagrante sea el de M. Night Shyamalan con El incidente, esa inclasificable película donde las plantas se vengaban de los humanos, con un Mark Wahlberg que fruncía mucho el ceño y una Zooey Deschanel que abría mucho los ojos.

Ahora le ha tocado el turno de abrirnos los ojos a lo Zooey Deschanel al aclamado director Gus Van Sant, responsable de películas de culto como Elephant o Mi Idaho privado. En este caso, Van Sant se apoya en un guión de los actores Matt Damon (que ya escribió para él el oscarizado guión de El indomable Will Hunting) y John Krasinski para hablarnos de los peligros de las perforaciones de gas natural y de los impúdicos tejemanejes de dichas empresas para lograr sus objetivos a cualquier precio.

Tierra prometida se presenta con muy buenas intenciones y el tema que aborda merece ser contado y conocido por todos, pero su guión navega peligrosamente por las aguas del buenismo, lo que le resta fuerza a la cinta. Todos sus personajes acaban aprendiendo irremediablemente una lección que cambiará sus vidas para siempre, dándose cuenta de que el dinero no lo es todo, que lo importante son las personas. No deja de ser una lección positiva a la par que idealista, pero no se aborda con demasiada sutileza en el film, así que en todo momento uno tiene la sensación de que le están dirigiendo con señales luminosas para aprender lo que la película se propone enseñar.

Por otra parte, hay una subtrama amorosa entre los personajes de Matt Damon y Rosemarie DeWitt que no llega a desarrollarse con tanta naturalidad como le habría convenido. Da la sensación de que se eliminaron algunas secuencias en el montaje final, por lo que acabamos presenciando una relación a trompicones que, sin embargo, vertebra las decisiones de nuestro protagonista (Damon).

Los intérpretes realizan un buen trabajo. Matt Damon carga en la práctica totalidad con el peso de la película y aguanta el tipo con mucha soltura, dando vida a un hombre profesional en su trabajo al que le asaltan serias dudas. Frances McDormand es el contrapunto perfecto de Damon como su compañera y demuestra nuevamente lo asombrosa actriz que es. Rosemarie DeWitt es el objeto de deseo de la película, pero sus intermitentes apariciones hacen que uno acabe echando en falta más consistencia para su personaje. Mención aparte merece John Krasinski (que se ganó el afecto de muchos en la versión americana de The office) con su personaje de ecologista puesto de ginseng. Su invariable sonrisa y sus modales de catequista de acampada llegan a irritar durante sus primeras apariciones, lo que, bien mirado, se convierte en uno de los grandes aciertos de la película.

También merece ser destacado el papel del veterano Hal Holbrook, cuyas apariciones rebosan dignidad por los cuatro costados.

Como detalle para el fan curioso, muchos se sorprenderán al ver al anónimo ente antagonista de Jacob de la serie de culto Perdidos. Titus Welliver (así lo bautizaron) protagoniza algunos divertidos momentos de flirteo con Frances McDormand.

En definitiva, Tierra prometida ofrece algo más de hora y media muy digna, con compromisos medioambientales, hermosos paisajes rústicos, buena música y exaltaciones al karaoke. Quizá la película en sí acabe sabiendo a poco, pero si al menos un espectador acaba adoptando una actitud verde (sin que esto se relacione con perversiones de ningún tipo), habrá servido para algo. Y Macaco os estará eternamente agradecido.

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