Ámsterdam, la ciudad donde la libertad y la tolerancia son las principales filosofías de vida, guarda una no muy conocida relación entre el director más polémico del cine norteamericano contemporáneo, uno de las iconos sexuales de los años 30 y el tabú de las drogas.
Conocida como una de las Venecias del norte, junto con la ciudad alemana de Hamburgo, los canales de Ámsterdam esconden mil y una historias. Recuerdos de un pasado belicoso, como la casa donde residió Ana Frank durante la conquista del ejército nazi, el hogar de la lujuria en el llamado Barrio Rojo de la ciudad, o las incontables bicicletas que convierten las calles empedradas del centro de la ciudad en un caos circulatorio semejante al de la sangre circulando por las venas. Pero si Ámsterdam tiene algo que la caracteriza y la diferencia del resto de las ciudades del mundo son sus coffee shops. Y hay un más especial que el resto.
Situado en el número 12 de la Nieuwezijds Kolk, en pleno centro de la ciudad, se encuentra el Betty Boop, un pequeño establecimiento que pasaría totalmente desapercibido para el visitante de no ser por su extraordinaria historia. A comienzos de la década de los 90, un personaje peculiar pasaba las tardes respirando aquella atmósfera de hachis, marihuana y rock an roll, con estanterías llenas de muñecas del famoso personaje animado que pone nombre al local. Esta persona era nada más y nada menos que Quentin Tarantino, y la finalidad de su estancia en Ámsterdam era escribier el guión de su película más reconocida internacionalmente, tanto por parte del público cómo por la crítica, Pulp Fiction.
Las referencias a la capital de los Países Bajos en el film no son pocas. En una de las primeras escenas, el personaje de Vincent Vega (John Travolta) le comenta a Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) su breve estancia en Ámsterdam y lo que le llamó la atención de la ciudad, sobre todo en el relacionado con el tema de las drogas. El propio Tarantino sitúa su visión de la ciudad en estos efímeros instantes de la película, donde las pequeñas diferencias entre Europa y Norteamérica llaman la atención del director de Knoxville.
Y son estas pequeñas diferencias, o detalles, las que convierten un lugar común en extraordinario, las que hacen que nuestros viajes no sean simples visitas turísticas programadas o que se transforman en los recuerdos que quedarán guardados para siempre jamás en nuestra memoria. Y Tarantino tuvo una pequeña diferencia que no tendrían otros directores de cine. Tras el éxito conseguido por la película, volvió al mismo coffee shop donde tantas horas había pasado y le entregó una bolsa llena de billetes como agradecimiento por la inspiración. O eso es lo que se escucha entre las paredes del Betty Boop.