El nudo gordiano

¿Hay solución para el atasco político-económico en el que nos encontramos viviendo? No lo sé. Pero lo malo no es que yo no lo sepa, es que por no saberlo ni los economistas lo saben, que se supone que son los que tendrían que diagnosticar correctamente para curarlo, pero que proponiendo un tratamiento distinto cada uno, dejan claro que no tienen ni idea de cómo escalar el agujero.

Muy bien, aceptémoslo. Han conseguido entre todos hacer de nuestra realidad un nudo gordiano y ninguno de nosotros es Alejandro Magno para andar a machetazos, pero los votantes seguimos teniendo el poder, aunque nos hayan hecho creer que ya no nos pertenece. Bastaría con que les exigiéramos entre todos algo muy sencillo, que dijeran siempre la verdad. Seguro que no mentir, nunca, jamás, y vigilarles, al menos ayudaría a que nos tomaran en serio y se esforzaran más y mejor. La verdad y la política tendrían que ser sinónimos y cada político pillado en una mentira, por muy insignificante que fuera, tendría que dimitir agobiado por la presión social. Sobre esa base, el sistema podía regenerarse, estoy convencido.

Lo malo es que en España, ese país en el que casi exclusivamente triunfa el pillo, el tramposo, el trilero peripuesto y sonriente, vendedor de crecepelo por palés, la mentira es considerada entre la masa silenciosa un mérito, como en otros lugares puede ser saber inglés o tener una licenciatura o el carné de manipulador de alimentos. Ése es nuestro drama.

Y no sólo eso. Además de mentirosos, somos pardillos. Nos creemos las versiones de nuestro partido por muy inverosímiles que sean, simplemente porque deseamos creerlas y desechamos las del contrario, porque si aceptáramos que nos puede estar diciendo la verdad, dudaríamos, y eso en España también está muy mal visto. Éste es el país de las "adhesiones inquebrantables". La duda tarde o temprano te lleva a la cola del INEM.

Al final va a resultar que el problema también somos nosotros y que lo sencillo es lo revolucionario. Por eso nunca conseguimos ponerlo en marcha. Nos perdemos en rimbombantes soluciones que sólo consiguen frustrarnos más, porque no estamos dispuestos a asumir nuestra parte de responsabilidad en el drama.

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