Maratón
La dramática llegada de Dorando Pietri en la Maratón de los Juegos Olímpicos de Londres de 1908.

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Atenas fue la primera ciudad del mundo que entendió el deporte como una virtud necesaria. Todos sus ciudadanos, incluso los más ilustrados, practicaban alguno. Aseguraban que era la única forma de preparar a su sociedad para lograr la excelencia en todos los aspectos. Gracias a esta preparación deportiva, esta ilustre ciudad-estado logró convertirse en la más importante del Mundo Antiguo, ejemplo para todo Occidente. La hoy capital griega tuvo que emprender numerosas guerras para lograr tal distinción. La que cuento en estas líneas terminó bautizando una ciudad y el deporte urbano por excelencia:   Maratón.

La venganza de Darío
Las ciudades-estado griegas luchaban por librarse de la ocupación del todopoderoso imperio persa dando comienzo a la primera guerra médica a principios del siglo V a.C.  Una acción conjunta de las ciudades griegas de Mileto, Eretría y Atenas redujo a cenizas la capital persa de la zona de Lidia, Sardes.  Comenzaron las hostilidades.  Darío I El Grande  sufrió, por primera vez, la fuerza ateniense. Juró venganza. Sus sirvientes le repetían al oído sin cesar:   “Señor, acordaos de los atenienses”.
 
Septiembre del año 490 a.C.
El rey persa confió en su sobrino la misión de conquistar Atenas.  Desembarcaron a unos 40 kilómetros de la ciudad, en la llanura de Maratón,  con un ejército que doblaba al ateniense. La noticia del desembarco encendió todas las alarmas en Atenas. El gabinete de crisis decidió que su más veloz corredor sería enviado a Esparta para suplicar ayuda. "Filípides llegó a Esparta el día después de salir de Atenas", según cuenta Herodoto. Recorrió a pie la distancia de 250 kilómetros. Sus plegarias, después de la gran hazaña, fueron atendidas y los espartanos acudieron en la ayuda de Atenas. No llegaron a tiempo para entrar en batalla.
 
Mientras esperaban los refuerzos espartanos para entrar en acción, recibieron una inesperada información de unos desertores del bando persa. Conocedores de que la mayor parte del ejército ateniense estaba en Maratón, aprovecharon la noche cerrada para embarcar su caballería rumbo a Atenas, prácticamente desguarnecida, y saquearla. No había tiempo que perder, las tropas atenienses tuvieron que plantear batalla para volver rápido a salvar su ciudad. Al grito de ¡eleleu! corrieron a gran velocidad, como un solo hombre, para enfrentarse a los temidos persas. Les derrotaron por su táctica y por su fortaleza física. Estaban acostumbrados a correr ataviados con la armadura de batalla. Una de las competiciones más prestigiosas del momento en Atenas era, precisamente, la carrera de hoplitas. Se celebraba con el uniforme reglamentario para la guerra. Milcíades, estratega ateniense, preparó una táctica envolvente que arrasó al ejército persa, dejando más de 6.000 bajas. Tras esta victoria todavía se produciría otra legendaria hazaña deportiva.       
 
Conocedores los atenienses del inminente desembarco persa en El Pireo, los vencedores decidieron correr hacia su ciudad para llegar antes que los hombres de Darío I. Hubo un ateniense encargado de ser la avanzadilla para comunicar la noticia de la victoria y del apremiante peligro. Tuvo que elegir la ruta norte, montañosa, puesto que en ese momento todavía existía peligro persa en la ruta sur, mucho más asequible.  La leyenda cuenta que fue Filípides pero Plutarco nos demuestra que es incierto, el infatigable corredor estaba de vuelta de Esparta mientras se produjeron estos acontecimientos, después de correr a toda prisa 500 kilómetros.
 
Incluso a él le fue imposible llegar a tiempo. Fue un soldado llamado Tersipo, quien recorrió la distancia aproximada de 40 kilómetros que separa la llanura de Maratón con Atenas. Exhausto, tuvo tiempo de decir una palabra antes de morir a causa del esfuerzo: “Nenikamen”, hemos vencido. El grueso del ejército llegó poco después y estaba preparado para defender la ciudad cuando la flota persa entró en batalla. Con la  ayuda de Esparta, ésta vez lograron llegar a tiempo, pudieron repeler el ataque y salvar Atenas. No hubiera sido posible sin una escrupulosa preparación deportiva  y la intervención de sus dos veloces soldados: Filípides y Tersipo. 
 
Seis siglos después, Luciano, en un desgraciado error histórico, hizo protagonista de ambas carreras a Filípides.  Tersipo permaneció olvidado mientras la leyenda de Filípides era contada con orgullo por atenienses y maratonianos. Si visitan el museo del Louvre, en París, les sorprenderá una escultura en mármol de Jean-Pierre Cortot de 1834. Representa el momento de la muerte de Tersipo  levantando una hoja de palma al cielo para anunciar la victoria en la batalla de Maratón. Desafortunadamente para la memoria de Tersipo, el escultor sigue la versión de Luciano y atribuye a Filípides el protagonismo, bautizando su obra como “El soldado Filípides anunciando la victoria”.
 
Atenas 1896
Más allá del protagonismo de uno u otro, la leyenda inspiró al historiador francés Michel Breál,  quien propuso celebrar el segundo maratón de la historia. El recorrido fue el mismo, Maratón-Atenas,  pero esta vez los motivos fueron bien distintos, supuso el broche de honor para la clausura de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en Atenas en 1896. Los Juegos Olímpicos, representación máxima  de los valores deportivos, una competición que paralizaba las hostilidades bélicas entre las ciudades-estado para dirimirlas entre sus atletas volvía a Grecia de la mano del Barón de Coubertin. El mundo volvía a tener un campo de batalla sin víctimas, un rayo de esperanza que las guerras apagaron. 
 
Spiridon Louis, seguido por su compatriota Kharilaos Vasilakos, consiguió la primera medalla de oro del atletismo griego en unos Juegos Olímpicos. Había sido prácticamente obligado por un coronel  a disputar los Juegos Olímpicos y nunca más volvió a correr en ninguna competición. Se retiró a su granja. Atenas explotó de júbilo al revivir la memorable victoria en la batalla de Maratón. El señor Louis tuvo tanto reconocimiento que incluso un peluquero y un carnicero le ofrecieron sus servicios gratuitamente de por vida. El gobierno quiso estar a la altura y bautizó en su memoria el estadio olímpico de los Juegos de 2004, obra del arquitecto español Santiago Calatrava.
 
SPARTHATLON
Posiblemente, alguno de los lectores haya pensado que la hazaña de Filípides, recorrer 250 kilómetros en menos de dos días, es simplemente una leyenda, como otras tantas de la Antigua Grecia.
 
Tres miembros de la Royal Army británica (John Folden, John Scholten y John McCarthy) creyeron en los escritos de Herodoto y, para demostrarlo, se pusieron manos a la obra. En 1982 “establecimos una ruta  correcta históricamente utilizando antiguos caminos militares, caminos de peregrinación, lechos de ríos secos y pistas de cabra, teniendo en cuenta los alineamientos políticos en aquel momento”, explica John McCarthy. Emplearon 36 horas para llegar a Esparta, saliendo de Atenas.
 
Cundió el ejemplo. Fue el nacimiento de la Sparthatlon, carrera que se celebra cada año el mes de septiembre, precisamente el mes en que tuvo lugar la batalla de Maratón. Por desgracia, los espartanos no cronometraron el tiempo exacto de Filípides, por tanto, se toma como referencia la marca de los tres John, 36 horas. Cualquier atleta que supere ese tiempo queda descalificado. Solamente un tercio de los que lo intentan lo logra. El premio: una corona de laurel, un vaso de agua y ser un héroe. El último vencedor de la prueba fue el italiano Ivan Cudin, con un tiempo de 23:03:06. Se celebró el 2.500 aniversario. Una carrera con historia. Una leyenda hecha realidad. 
 
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