La ruta 66 es –por excelencia- el culto convertido en asfalto. 3945 kilómetros que confluyen de este a oeste de los Estados Unidos. Nace en Chicago y muere en la costa californiana. Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California se aposentan en su traza. Traza que desde el nacimiento de aquella –allá por 1926- ha sufrido numerosas modificaciones hasta acabar siendo descatalogada de la red de carreteras federales en el año 85, siendo su protagonismo engullido por las interestatales.
Bautizada –comúnmente- como la Will Rogers Highway, acuñada –culturalmente- como The Mother Road por el afamado John Steinbeck en su exitosa novela “Las uvas de la ira” (genialmente dirigida por John Ford e interpretada por los apabullantes andares de Henry Fonda). Novela que radiografía a la perfección el primitivo instinto de la 66: la huida de lo asolador en busca de la prosperidad. Huida escenificada a través de una familia de granjeros de Oklahama que echan un pulso a la suerte emprendiendo un camino de penurias que les llevará a California. Un camino de contrastes.
Su origen es coetáneo a la Ley Seca, en los albores de La Gran Depresión. Eran tiempos del hampa, de “cagneys” de carne y hueso, de valores diluidos como un terrón de azúcar en el cortado. Afloraban los antagonismos: ricos y pobres, cretinos y honestos, subterráneos y transparentes, líderes y mancebos. En nuestros días, corren paralelismos de la época perfectamente extrapolables, no sólo a nivel global sino también en el particular campo de lo periodístico. Para aniquilar los paralelismos hay que recorrer la ruta, ella nos guiará a la libertad, nos concederá un visado para nuestros sueños, el viaje adverso amanecerá onírico, las tornas voltearán la realidad y sentenciarán justicia. Llegó tu hora.
Al son de Route 66 de Nat King Cole (imprescindibles los covers de Chuck Berry y Los Rolling Stones), embárcate en la aventura desde Chicago, acordes bluseros y jazzeros penetrarán en tus poros. A lomos de unaHarley (cual Dennis Hooper y Peter Fonda en “Easy Rider”) o de un genuino Cadillac recorre sus largas rectas, inmortaliza sus puentes de hierro (Chain of Rocks en St Louis como principal bastión), reta a la BigTexasRanch (Amarillo, Texas), descubre el enigmático Bagdad Café, brilla bajo luces de neón y descansa en Williams junto a personajes pintorescos (con mejor suerte que Sean Penn en “Giro al infierno”, claro). Paso a paso irás oliendo la libertad que degustó la “generación beat” (Jack Kerouac y su “On the road” como fidedigno representante).
Salva obstáculos y contratiempos, vence la aridez de su tramo medio, en cuanto menos te lo esperas encontrarás la señal que te indicará que no queda mucho para el destino final. Un ligero desvío para el deleite y a contemplar la exuberante belleza de El gran cañón del Colorado, divisar los monolitos de Monument Valley (escenario fetiche de John Ford, célebre estampa en “Centauros del desierto”) y adentrarte en las cuevas de arena de Antelyope Canyon (guiño metafórico de Malick en la controvertida “El árbol de la vida”). Siéntete un apache sin tapujos caminando por la arcilla que barre el viento del desierto mientras escuchas a Los Byrds y a Los Doors. Estás soplando independencia, disfrutando de los medios para llegar al buen fin.
El viaje se está acabando. A lo lejos aparece el pacífico californiano, suenan Los Beach Boys para darte la bienvenida a la azulada libertad. Los Ángeles y sus alrededores te esperan. Extensas avenidas, acantilados, concurridas playas, imponentes edificios, etc. Has llegado a tu destino. Has llevado contigo las 7 maletas: talento, suerte, constancia, dinamismo, confianza, honestidad y educación. Bebes un largo sorbo de la copa del éxito. Te embriagas de felicidad.