La eterna leyenda de "The Duke"
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Las redes sociales, sin excepción alguna, suelen ser caldo de cultivo para acaloradas discusiones sobre frivolidades, nimiedades y algún que otro asunto de trascendencia inmediata y respuesta más o menos obvia para el ciudadano medio. La cultura y el arte, concretamente el cine, tampoco se zafan de los constantes ataques contra antiguos actores o directores, muchos de ellos ya enterrados desde hace décadas, acerca de ciertos asuntos algo jugosos o sensacionalistas, a la par que moralmente cuestionables. El pasado martes 26 de mayo, aniversario del nacimiento del legendario e inigualable John Wayne, Twitter se llenó de insultos y críticas hacia sus dotes interpretativas basadas única y exclusivamente en aspectos privados relativos a su persona. Dichos usuarios, arremetían contra John Wayne y muchos de las películas en las que apareció, tachándolo de inútil, misógino, homófobo, machista, racista y un largo etcétera de adjetivos despectivos contra su integridad, pero el más grave de todos, etiquetándolo de mal actor.

La ideología de las celebridades, por muy cuestionable que sea, no es más que eso, puro politiqueo liviano con poco, o ningún, peso en su obra. Bien sabido es que James Stewart era un acérrimo conservador y proclive al apoyo de la guerra de Vietnam, al igual que es harto conocido el trato de Hitchcock a ciertas mujeres, solo en su historia, jamás en la vida real. Parece ser que la controversia de la semana giraría alrededor de la figura de "The Duke", siendo esta azotada por una ingente cantidad de tweets aludiendo a su personalidad y ligándolo, sin sentido alguno, a sus dotes interpretativas. Así pues, en este breve artículo se pretende argumentar la razón de su equivocación y exponer, a vuelapluma al menos, el porqué de la trascendencia de John Wayne, su reconocimiento por la Academia y el incalculable valor de las obras que protagoniza. 

Sin orden de importancia, uno de los principales problemas del cine, concretamente de quienes se dedican a la crítica del mismo, es su detenimiento único y exclusivo en las capas más superficiales de la película en sí, siendo estas su argumento (guión) e interpretaciones. No obstante, el cine es mucho más, de hecho, de acuerdo con Amount y Marie, en su maravilloso libro titulado "Análisis del filme", todo aquel que escriba o hable sobre cine deberá dominar, o al menos haber tenido en consideración una serie de elementos como la duración y escala de los planos, los movimientos de cámara, el montaje, la banda sonora y su relación con la imagen y, por supuesto, la puesta en escena y su relación con la posición de los personajes. Así pues, como se puede observar, el peso interpretativo solo supone la punta del iceberg de la composición y naturaleza de la película. De esta forma, todos aquellos tertulianos en las redes sociales que despotricaron contra el valor de las películas en las que aparecía John Wayne por una supuesta mala interpretación, solo abarcaban un ápice del valor total de aquellas obras, que ya se adelanta, son obras maestras absolutas y parte del patrimonio cultural internacional.

Por último, para finalizar, un pequeño apunte del valor de la interpretación de John Wayne en sus obras. Muchos, en redes sociales, argumentaban que sus actuaciones jamás llegaron al grado de verosimilitud y realismo que, por ejemplo, Leonardo DiCaprio en "El renacido" (2015), desplazando así las acciones de The Duke a una insulsa, insípida e implausible interpretación de su papel. Bien, la interpretación se basa en la transmisión, Hitchcock afirmaba que el elenco actoral era completamente inservible salvo para encajar en el encuadre, y muchos han sido los directores y cineastas que han llevado un férreo control sobre sus actores, limitando sus interpretaciones a un simple gesto o posicionamiento frente a la cámara. No obstante, películas como "La diligencia" (John Ford, 1939), "Fort Apache" (John Ford, 1948), "Río Rojo", "Río Bravo" y "Río Lobo" (Howard Hawks, 1948, 1959, 1970); "El hombre tranquilo" (John Ford, 1952), o "El hombre que mató a Liberty Valance" (John Ford, 1962) son claros y perfectos ejemplos de la potencia interpretativa de John Wayne, quien mediante un simple silencio intimida, con una sonrisa cautiva, y con una orden cualquiera se ofrecería voluntarios para adentrarse en territorio apache sin más compañía que la suya. 

John Wayne fue muchas cosas, eso no cabe dudarlo, gran cantidad de estas son cuestionables en los cánones morales hoy en día. No obstante, resulta insultante para todo aquel que se jacte de cineasta o historiador, juzgar actitudes pasadas con estigmas del presente o relacionar las dotes interpretativas de un actor con el valor de su obra y sus hábitos privados. Así pues, como conclusión, no queda más lugar que el afirmar que muy pocos alcanzan la eternidad, y John Wayne ha sido uno de ellos.

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