Siendo el tercer jueves de un agosto atípico, como algo normal en una noche de verano gaditana, el Poniente se colaba por el patio del Castillo de San Romualdo.
Datado del siglo XIII, esta obra arquitectónica comenzó siendo un edificio de origen islámico, utilizado como fortaleza y lugar de culto, un ribat. Los siglos y los siglos pasaron por sus paredes, y las personas también: desde musulmanes a cristianos pasando por aquella vez en 1809 en la que la torre se convirtió en polvorín para los isleños antes del asedio francés en la Guerra de la Independencia española. Por aquella época era el Castillo de León, por aquello de que San Fernando se llamaba hace 200 años La Real Isla de León, pero también se le ha conocido a este castillo como el Lugar de la Puente o Castillo de Zuazo.
Por muchas manos, personas e historias, el Castillo San Romualdo ha ido pasando de generación en generación sin moverse de la zona sus antiguos muros de piedra ostionera. Hace poco que acabaron sus reformas, y a día de hoy, es un lugar destinado a oficiar bodas y prestar su patio a eventos culturales, como el cine de verano o las famosas “Noches del Castillo”
De entre toda la gente y las historias que pudo haberse creado bajo esa fortaleza a lo largo de los siglos, la cantautora Carmen Boza entró el pasado jueves 20 de agosto dentro de esa historia.
Nacida en la Línea de la Concepción hace 33 años, a poco menos de 150 kilómetros del recinto, Boza entró a las diez de la noche de un jueves de verano en el patio del Castillo de San Romualdo. La cantautora fue recibida por un público sentado de dos en dos, separados por metro y medio, dos metros, y tapados con mascarillas. Una estampa un poco atípica para la que todos los del recinto están ya más que acostumbrados pero que para el Castillo era algo insólito en sus ocho siglos de historia.
Carmen Boza, que abrió su concierto con un pequeño discurso de agradecimiento por el hecho de que, “a pesar de las circunstancias”, todos estuvieran allí, invitó a disfrutar del momento en estos tiempos tan extraños. Con guitarra eléctrica en mano, sentada en una silla en el centro del escenario y acompañada de percusión y bajo a sus espaldas, Boza dio comienzo a la noche con los primeros acordes de “El sendero no es la obra”.
El Poniente seguía estando allí presente, en esa noche estrellada de agosto con sabor a canciones de cantautor y a historias llenas de verdad. La voz característica de la linense hacía eco en las paredes del patio, haciendo que el entorno fuera más mágico si cupiera.
Boza cantaba y cantaba. Pocas intervenciones fueron las suyas, más allá para agradecer en todo momento que aquel concierto fuera posible en las circunstancias en las que se encuentra el mundo y la cultura ahora. En una ocasión confesó que no era de hablar sobre el escenario porque, éste le impone, y antes que decir cualquier cosa que pueda malinterpretarse o de la que pueda arrepentirse, prefiere traer “muchas canciones en las que digo mucho y muchas cosas”.
Las canciones fueron pasando una detrás de otra. Expresaba mensajes en favor y en agradecimiento por la apuesta a la cultura con la letra de “Fin” y su “No se ha terminado aquí. Volveremos a vernos”, o explicaba con otro de sus temas que “es muy difícil tener relaciones de valor si no se le dedica tiempo”, aludiendo a lo absurdo que es pasar tiempo valorando fotos de otras personas en las redes sociales. También sonaron “Octubre” o “Vida Moderna”, dos de sus temas más conocidos.
El concierto llegó a su fin hora y media larga después. Avisó de su marcha invitando a escuchar su último tema escrito en cuarentena “La Grieta”, diciendo que esto era “para que de esta salgamos mejores, o al menos salgamos" de esta. Pero antes de irse del todo, su tema “Gran Hermano” cerró la noche en el Castillo de San Romualdo.
Noche de estrellas, Poniente y 150 personas acogieron el pasado jueves 20 de agosto a Carmen Boza, que llegaba al patio del Castillo de San Romualdo a contar historias con su música y a formar parte, a partir de ese momento, de la historia de San Fernando.