la cLo afirmó sin pelos en la lengua, de forma clara y concisa en horario de máxima audiencia: "No dormiría tranquilo con Podemos en el Gobierno" , así resumió Pedro Sánchez su negativa a compartir con el partido de Pablo Iglesias los asientos más relevantes del Consejo de Ministros. El entonces presidente del Gobierno en funciones, rechazaba que el partido a la izquierda del PSOE se encargara de la Seguridad Social, de Interior o de Hacienda. No lo quería, y cumplió su palabra.
Meses después, Sánchez firmó con Iglesias un acuerdo de legislatura similar al pactado meses atrás en forma de Presupuestos Generales del Estado. El PSOE copó los ministerios más relevantes, dejando a Unidas Podemos competencias con menor peso. Una de ellas fue a parar para Pablo Iglesias en forma de Vicepresidencia de Derechos Sociales, cartera vacía de competencias, puesto que la asistencia social está en manos de las Comunidades. Por ello, Sánchez le sumó la Agenda 2030, una Secretaría de Estado que vela por los acuerdos que los países de la ONU suscitan en el marco de la sostenibilidad del planeta.
Pero Iglesias no está sentado en el Consejo de Ministros para solo regular leyes sociales. No. La salud del gobierno de coalición pasa porque Unidas Podemos no haga caer a Ejecutivo. Sánchez lo sabe. De ahí la visibilidad y relevancia que ha ido ganado Iglesias en estos primeros 100 días de Gobierno. Siempre que una ley se enquista, el presidente levanta el teléfono para consensuar con Iglesias una salida al embrollo. Ocurrió en la primera semana del mes de marzo con la Ley de Libertad Sexual, se repitió en el Consejo de Ministros previo a la activación del estado de alarma, y se materializó públicamente el pasado martes, cuando Sánchez e Iglesias se reunieron para corregir el fragante error del desconfinamiento que afectará a partir de mañana a los menores de 14 años. Un papel, una relevancia que no es tal si nos adentramos en sus verdaderas competencias en esta crisis.
El 22 de marzo, y ante su ausencia en la gestión de la epidemia, el Gobierno permitió la entrada de Iglesias en el control de la crisis con la autorización del ministerio de Sanidad. Pasaba a ser el encargado de la protección de las residencias de ancianos, con la autoridad de designar a la UME los centros a los que tenía que prestar servicio. Iglesias entraba en la rueda de la gestión. Una competencia de la que no se habla, porque su gerencia es más complicada. Porque él no quiere. No le interesa porque eso no da votos, ni foco mediático, ni relevancia. Ha desplazado a Carmen Calvo en la tarea de la coordinación de la coalición y se eleva como el vicepresidente primero, como la autoridad después del presidente. Detrás quedan las demás vicepresidencias: Nadia Calviño, Teresa Ribera o la citada Calvo.
Descarrila en su intento de encabezar la oposición dentro del Gobierno, filtrando a los medios sus desacuerdos y vislumbrando que sí, que el Gobierno de coalición son dos Gobiernos en uno. Calla en su gestión diaria de las residencias, pero no duda en difundir a la opinión pública que las medidas más "acertadas" son obra del partido que él dirige desde la cúspide. Un político que maneja como nadie la comunicación, y que está utilizando sus escasas competencias como altavoz para que las siglas de su partido no se vean ensombrecidas por los socialistas. Y lo está consiguiendo.