Mayo del 2010. España agonizaba económicamente, y Rodríguez Zapatero, enunció en apenas dos minutos un serial de recortes sin precedentes en nuestro país. La crisis financiera ocasionada por la esperpéntica gestión de las entidades bancarias de Estados Unidos puso en jaque la economía mundial y por tanto, la salud del tejido financiero español tan marcado por el cemento y el ladrillo.
El 12 de mayo significó el punto y final de Zapatero y como ende, del PSOE en el liderazgo del país. Obligado por la Unión Europea y contradiciendo la palabra dada (una semana antes había anunciado que las políticas de austeridad no podían ser el ingrediente hacia la recuperación), el socialista subió a la tribuna del Congreso de los Diputados para despojarse de sus creencias y valores, incumplir el Pacto de Toledo, romper con los sindicatos, iniciando una fuga hacia adelante requerida para reducir el déficit público que España contraía. Unas medidas que fueron lanzadas sin la seguridad de poder ser aprobadas, lo que hubiera fulminado de inmediato al presidente en esa abrupta primavera. La Unión Europea había obligado a España a lanzar el mayor paquete de recortes de su historia en la democracia y el principal partido de la oposición no estaba por la labor de aprobarlas, a sabiendas del bloqueo que ello podría acarrear al país. "Que caiga España que ya la levantaremos nosotros". La frase, literal, fue articulada por el hasta entonces diputado del PP, Cristóbal Montoro. Se lo comentó a Ana Oramas, diputada de Coalición Canaria.
Partido que junto a Convergencia y UPN, hicieron posible que las medidas del gobierno fueran escritas en el BOE. Por tan solo un voto, el plan de austeridad ideado por Europa tenía luz verde. En el peor momento económico del país desde la muerte de la dictadura, el PP le dio la espalda al gobierno, puso las luces cortas, y se olvidó de su papel de Estado, poniendo en jaque el presente y futuro del país por su único fin de tocar la Moncloa. Meses después, y ya de presidente, Mariano Rajoy aprobó unos recortes similares apoyándose en su mayoría absoluta.
Hoy, ante una crisis que se avecina de unas proporciones superiores a las de entonces, el Partido Popular no duda en criticar día sí y día también al Gobierno central. Con razón o sin ella, Pablo Casado ha apostado por el juicio permanente despreciando el guante que lanzó el gobierno en forma de la reedición de los Pactos de la Moncloa. No quiere consensos, unión o acuerdos. Prefiere aprovechar la mayor crisis de la democracia para comenzar a construir su particular pista de despegue hacia el poder. Como hizo su antecesor hace diez años.