Aterrizamos de golpe en la eterna pregunta: ¿Qué es el arte? Cuestión perfecta para que nuestros queridos eruditos de gomina en pelo, pulserita en muñeca y chaleco sin mangas se luzcan dando largas y complejas respuestas que vacías de sentido y sentimiento caen por su propio peso. A pesar de que aquí intentemos arrojar algo de luz sobre esta continua duda, la principal maravilla del arte es que puede ser lo que a cada uno le apetezca, su concepción es totalmente líquida; para unos puede ser la luz y para otros la oscuridad; el fuego y el agua. Encorsetar el arte dentro de una definición es ir en contra de su propia naturaleza.

Y es que arte es comunicar, fin. No tiene nada más; toda aquella obra con la que un creador quiera decir algo a alguien, por abstracta, insulsa y simple que sea, es arte. Planteemos un ejemplo que hemos escuchado cientos de veces: si le doy una patada a una papelera y la tiro ¿eso es arte? Obviamente no, partiendo de la idea de que la acción ha sido realizada por simple desahogo; sin embargo, si alguien ve en esa papelera y en toda la basura esparcida por el suelo una vía a través de la cual canalizar un pensamiento y/o idea que tenga, sí podemos, y debemos, considerarlo arte.

Porque el arte, y, por lo tanto, el cine, que es por lo que estamos todos hoy aquí reunidos, son una cuestión de miradas. ¿El director es el artista? Por supuesto que no. El verdadero artista no es el que crea, sino el que interpreta lo creado, el que mira, es él o ella el que verdaderamente da forma a lo que ponen a su disposición. El director de una película es simplemente un “proveedor de experiencias”.

De todas formas, en relación a lo que decíamos en un primer momento, el arte es inabarcable, existe desde antes que el propio ser humano, y, por mucho que queramos nosotros, simples mortales, nunca llegaremos a entenderlo.