El cambio es una de las mejores características inherentes del ser humano, un inexorable destino al que todos, por un motivo u otro, estamos abocados, queramos o no. Y es que el cine, entendido como una ramificación más de la existencia del hombre, no se libra de esta inevitable evolución. Sin embargo, es aquí donde llegamos al tan extrapolable a ámbitos de la vida más personal quid de la cuestión: ¿va esta evolución de la mano de un auténtico cambio y mejora?
Desde pequeños nos han enseñado, muy acertadamente, que el cambio supone avance; no obstante, nunca nadie nos ha explicado que avanzar no debe implicar siempre dejar atrás. Nosotros, el cine somos producto de nuestro pasado, y aunque se tenga la vista al frente, los pilares fundamentales sobre los que nos cimentamos tiempo atrás siempre han estado y estarán ahí, no cometamos el tan frecuente error de olvidarlos.
Y como uno mismo hizo en su momento, el cine clásico abrió camino. Enseñó lo que era experimentar, amar, llorar, reír y, en definitiva, sentir. Demostró que partiendo de la nada se podía crear mucho con solo la humilde intención y voluntad de hacerlo. El problema no es la evolución, no es el avance, sino el olvido. Un cine contemporáneo que no solo olvida de dónde viene, sino que además lo niega, está condenado a perderse. El camino es la pervivencia de lo clásico como sustento de lo moderno.
Quieras o no, buscarás en la nueva película lo que en la antigua te hizo vibrar, seguramente no encontrándolo, intentaremos volver a sentir algo que se dejó atrás, y cerraremos los ojos deseando que lo que antaño despertó los sentidos vuelva hoy, aunque sea por un mínimo instante. Porque entre el rico y amplio catálogo de nuevas películas que se abre ante nuestros sedientos ojos, hay algunas destinadas a manipular los sentimientos, a corromper la memoria y a hacer rechazar lo que un día hizo aprender sobre uno mismo y sobre lo que es hacer cine de verdad.
Confesaré, y algún día todos confesarán, que estas películas pudieron vencernos en la guerra que ellas mismas inventaron, pero jamás nos convencerán. Si avanzar es necesario, que así sea, pero no hacia atrás, sino hacia delante mientras perdure el recuerdo.
Llamadlo esperanza, llamadlo fe, pero los clásicos nunca morirán.