¿Amamos como podemos o como nos enseñan? Desde que nuestros padres nos pusieron por primera vez delante de una pantalla, ya fuese grande o pequeña, hemos visto cómo los grandes seductores han conquistado a las grandes seducidas; cómo con una simple disputa bajo la fina lluvia de Nueva York se resolvían todos los problemas que distanciaban dos corazones; cómo solo y repito, solo, con que dos personas se quisieran, todo era factible y realizable “en el nombre del amor”. Sin embargo, ¿es esto posible? O, mejor dicho, ¿puede esto ser simplemente real?

De la misma manera que Demi Moore, refugiada por aquel entonces entre los brazos de un ya lejano Patrick Swayze, daba forma a esa vasija de cerámica que giraba al ritmo de Unchained Melody, Hollywood se ha encargado poco a poco de moldear discreta y delicadamente nuestros frágiles subconscientes. Esta industria cultural, encargada de conformar el imaginario social más “conveniente” para el statu quo, nos hace creer que solo hay una manera de amar y de sentir, que si todo no funciona como debería de hacerlo es mejor saltar del barco y morir congelados, en vez de compartir los dos ese trozo de madera que podría salvar lo que tiempo atrás fue el mejor de los paseos por las nubes.

“No sabes cuanto amor me llevo”, decía Swayze a Moore antes de marchar, sin embargo, lo que verdaderamente no sabían ninguno de los dos era lo que eran capaz de provocar en un joven que desde temprana edad devoraba películas que ni su subconsciente, ni él mismo, y ni muchísimo menos, su corazón, eran capaces de abarcar. Irónicamente, primero hay que vivir y sentir para entender las películas, después hay que verlas para conseguir, de nuevo, vivir y sentir.

La ciudad de las estrellas donde todo puede ser posible, o no, en la que se ha convertido el mundo nos ha hecho ver en las películas ideas, conceptos y valores a veces confusos, como por ejemplo lo que un “medio-amigo” mencionaba en su “medio-libro” a cerca de la idea de autosuperación, la cual “nos lleva a pensar que el dolor solo enseña, mientras sentimos puñales por ambos costados, por el dolor y por no saber superarlo”. En este caso se habla del dolor, pero al igual que las fronteras de su concepción están difusas debido a lo que hemos aprendido del cine desde pequeños, con el amor sucede exactamente lo mismo, nos perdemos cuando lo que nos pasa no está dentro de lo que hemos visto antes, cuando vivimos algo por primera vez por nosotros mismos y no sabemos cómo gestionarlo si no lo hemos aprendido antes sentados en una butaca con nuestro refresco y palomitas.

No hace falta que el amor mueva montañas, con mover a las personas, que, de hecho, es más difícil, es suficiente. Las buenas películas son capaces de hacer brotar sentimientos y emociones en nuestros corazones, sin embargo, no les dicen a estos cómo vivirlos, sino que solo les muestran el camino para algún día, si ambas partes son capaces de lograrlo, vivir una de esas “historias de amor como no hay otra igual”.