Cuando uno acude a ver una película de Woody Allen sabe que va a encontrarse con una serie de temas habituales: el amor y el desamor, el adulterio o el desencanto con una vida incapaz de satisfacer las expectativas, pero unas veces el creador norteamericano está más acertado que otras. Que la balanza se incline de un lado o del contrario depende de la inspiración del escritor a la hora de contar historias sorprendentes, estar atinado con los chistes y ofrecer una amalgama de personajes para el recuerdo, y en Día de lluvia en Nueva York hay un poco de todo, pero no parece antojarse suficiente para ponerla a la altura de otras estupendas comedias románticas de su autor como Medianoche en París o La rosa púrpura de El Cairo.
La atmósfera es encantadora y como espectador se agradece el regreso a una Manhattan deslumbrante a la que la lluvia le sienta a las mil maravillas, pero a nivel argumental en ocasiones da la sensación de tratarse de viejos descartes de obras mejores reciclados para la ocasión. Esto no quiere decir ni mucho menos que estemos ante una obra menor, pero si bien el entorno es el propicio para una historia con tirón, falta verdadera inspiración en los que suelen ser los puntos fuertes de Allen. Así ocurre que tras el visionado apenas quedan momentos destacados para el recuerdo, y los chistes, muy escasos, se desvanecen como azucarillos bajo la lluvia de Nueva York.
En el apartado actoral destaca Elle Fanning dando vida a un personaje histriónico y muy divertido que da pie a los mejores momentos de la cinta. En cambio, el protagonista, interpretado por Timothée Chalamet, no corre la misma suerte. Sus escenas no son ni la mitad de interesantes que las de su compañera y, a pesar del esfuerzo interpretativo, no puede extraer más jugo a un personaje eminentemente alleniano, que en otra época habría sido interpretado por el mismo director.
A pesar de los aspectos menos positivos repasados con anterioridad, la realización es lo que más chirría en Día de lluvia en Nueva York. En ocasiones, Allen arriesga cuando no procede, entregando escenas filmadas de un modo difícilmente comprensible; mientras que en otras parece rodar con el piloto automático sin aportar verdadero peso narrativo desde ese lado de la cámara.
Con todo, Día de lluvia en Nueva York es tan disfrutable como la mayoría de las películas de Woody Allen. Su historia fluye con naturalidad y hace pasar un rato muy agradable, con lo que el tiempo entregado no es en balde, como nunca ocurre con el genio neoyorkino.