En una época donde los reboots y las continuaciones de las sagas están más de moda que nunca, el cine independiente francés ha decidido unirse a la tendencia con Los años más bellos de una vida, tercera entrega de la saga conformada por Un hombre y una mujer y Un hombre y una mujer: 20 años después.
Claude Lelouch vuelve a rodearse de Jean-Louis Trintignant y de Anouk Aimée para contar la historia de ese reencuentro entre un hombre y una mujer que hace más de 50 años vivieron una historia de amor.
Los años de una vida sabe jugar a la perfección con el paso del tiempo. Elementos como la pérdida de la memoria están muy presentes en la historia, y que hacen que el personaje de Françoise Gauthier (interpretado por Souad Amidou), el hijo del protagonista, juegue un papel fundamental en la historia, y sea quien propicie ese emotivo reencuentro.
La cinta es mucho más que un viaje nostálgico cincuenta años atrás. Lelouch tira del humor agridulce para presentar una historia amarga, con gran carga dramática y que está repleta de reflexiones enternecedoras, lo que otorga mucho más interés a la cinta.
Lo más sorprendente de Los años de una vida no es su guión, que puede jugar a la simpleza en algunos momentos; lo mejor es cómo trata la triste realidad de que todos van a morir sin abusar del dramatismo, mientras reflexiona sobre el gran significado de la palabra amor.
Los años más bellos de una vida es una película honesta de un cineasta que demuestra ser un romántico y que sabe tocar la fibra sensible del espectador sin abusar de melodramatismo. Si bien es cierto que no aporta demasiado al largometraje original, sirve como complemento, como oda al amor verdadero y duradero, que ni siquiera 53 años son capaces de disminuir.
Valoración: 3,5/5.
Lo mejor: el personaje interpretado por Antoine Sire.
Lo peor: que pueda resultar algo cursi y empalagosa.