Rusia, junto con Francia y Alemania, era el centro de creatividad artística en las primeras décadas del siglo XX. Sus tendencias estéticas y filosóficas reflejan el entorno de convulsión sociopolítica que precederá a la Revolución del 17. En paralelo a estos cambios, se produce una reacción general contra el academicismo, muchos artistas se nutren de sus viajes por las capitales europeas, y se comienza a romper las bases del lenguaje plástico tradicional.

La exposición, subtitulada “El arte en revolución”, está compuesta por 92 obras y 24 publicaciones que ilustran estilos individuales o colectivos. Comisariada por el francés Jean-Louis Prat, quien ya se encargó de la retrospectiva de Chagall en el Thyssen, la muestra se articula en ocho secciones que parece explicar el culmen en la abstracción, aunque luego se bifurque en otros caminos.  

Los dos artistas principales representan dos polos en las innovaciones pictóricas: Malévich, más radical, marca el camino a la abstracción geométrica; por otra parte, la obra de Chagall es narrativa y tiende al surrealismo. Entre ellos, la exposición recoge a otros 27 que, a través de la pintura y la escultura, dibujan el panorama de las artes, el diseño y la innovación. Entre el elenco destacan una serie de mujeres que muestra una de las pocas experiencias de feminización de las artes, como Liubov Popova, pieza imprescindible del cubofuturismo.

Marc Chagall. El paseo, 1917. © Museo Estatal Ruso, San Petersburgo © VEGAP, Madrid, 2019

De la ruptura a la nueva representación

 “De Chagall a Malévich” comienza por el neoprimitivismo, que conjugaba el interés de Konchalovski o Mashkov por las formas del arte popular y tradicional ruso con las técnicas postimpresionistas. Este inicio seguía conteniendo los temas clásicos (naturaleza muerta, paisaje o retrato) pero esta vez formado por superficies planas o colores de influencia expresionista. Mientras Chagall se fijaba en asuntos locales representados con rasgos cubistas, Malévich creaba sus primeras escenas arquetípicas del campesinado.

En 1912 nació el cubofuturismo. Los tratados cubistas de Metzinger, sobre la combinación de múltiples puntos de vistas, se publicaron en ruso junto con los principales tratados futuristas italianos. Con las obras de Popova coexistió el rayonismo, concebido por Lariónov como la única alternativa moderna a la pintura. Esta combina los factores del anterior movimiento e incluye el orfismo, dando lugar a esos haces de luz que adelantan el advenimiento de la abstracción.

Liubov Popova. Sin título, 1915. © Colección Ekaterina & Vladimir Semenikhin

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La abstracción será la gran aportación a la Historia del Arte y en esta sección se pone el acento en las dos vías en las que se dio: por un lado, el expresionismo y su liberación de formas y colores; por otro, el cubismo con su reducción geométrica de la naturaleza. Kandinsky va a representar la primera vía. En la obra Nublado podemos observar su enfoque a la no figuración y la visión propia de los eventos de que conformaron 1917. Las Arquitecturas pictóricas de Liubov Popova son la segunda vía, que guardan cierta relación con la práctica del papier collé, desarrollada ampliamente por Picasso y Braque durante la fase sintética del cubismo. No obstante, el paso al arte no objetivo o abstracto vino de la mano de la siguiente corriente que trata la muestra.

El suprematismo, “la supremacía del arte puro” en palabras de Malévich, es el movimiento que crea este pintor ucraniano y que será el precedente de la abstracción geométrica. Dos salas enteras están ocupadas por sus cuadrados negros o sus formas sobre fondo blanco. Cuadrado negro es el símbolo de su obra, es el estado mínimo, la pintura en su grado cero, ya que rompe con toda la trayectoria del lenguaje pictórico.

Kazimir Malévich. Cuadrado negro, 1923. © Museo Estatal Ruso, San Petersburgo

Un año antes a este trabajo, en Moscú se estrenó 5x5=25. Esta muestra es el resultado de los cinco constructivistas, Liubov Popova, Alexandr Vesnín, Alexandra Exter, Alexandr Ródchenko y Varvara Stepánova, que proclamaron el rechazo a la pintura de caballete y la bienvenida del arte de producción de impulso colectivo. En la fundación MAPFRE es posible corroborar su intención con algunos trabajos tridimensionales de Tatlin o con los diseños de El Lisitski para el espectáculo “Victoria sobre el sol”.

Tras la creación de la URSS en 1922 el Partido Comunista apostó por el realismo socialista y tildó de elitista a muchas tendencias de vanguardia. Así, las innovaciones en el arte no figurativo y geométrico se paralizaron en favor de imágenes con un lenguaje de lectura fácil e inmediata. Sin embargo, hasta 1934, que se oficializó el realismo socialista y se castigó otras tendencias, se dieron algunos intentos de conciliar el fervor y la creatividad. Destaca las obras de Filónov, el “artista-proletario”, que crea entramadas formas donde se vislumbra aún la influencia del icono ortodoxo.

Por último, la muestra se cierra con tres obras de Malévich del final de su vida en las que se define el giro estilístico, del suprematismo abstracto al llamado supranaturalismo figurativo. Este concepto va ligado al realismo socialista, ya que crea unos arquetipos de proletario o campesino, muy distintos a los de comienzos del siglo XX. Existe poco consenso sobre el significado de estas obras. Las interpretaciones van desde que se trata de una crítica a la alienación soviética, hasta que Malévich modificó su estilo por miedo a la represión del programa de Stalin.

Kazimir Malévich. Deportistas, 1932. © Museo Estatal Ruso, San Petersburgo