Cuando la guitarra canta el flamenco más puro fluye con sus sonidos negros, porque como le dijo el cantaor Manuel Torre a Federico García Lorca, todo lo que suena bien posee esos ‘soníos’ inexplicables. Y en Cádiz el flamenco tiene un soniquete, el sello de una escuela con un 'swing' tan especial como para viajar vertiginosamente por las luces más cegadoras y las sombras más luminosas. Endiablado por rítmico y matemático, por una cuadratura musical inigualable, que en el mundo del flamenco es ser y estar pasado de compás, todo aquel surgido de los eslabones del Cádiz ultramarino, dulce y salado, contribuye a la perpetuación de una manera única de interpretar el citado arte universal.

El sello del flamenco gaditano

En el sello gaditano se reconoce a un gitano de pura estirpe como José Cantoral, una de las columnas de Hércules que junto a Enrique el Mellizo constituyó el otro inmenso pilar sobre el que se sustenta la leyenda. En los sonidos flamencos de esta ciudad se identifican el surrealismo, la alegría y teatralidad de Pericón, Beni, Chano y Espeleta, la bendita y negra locura de los caramelos de Gabriel Macandé, los aromas de Rosa la Papera, los matices geniales de La Perla, las vertientes grave y alegre de Mariana Cornejo, tan identificable en los estilos de esta tierra, los detalles de Manolo Vargas, la imponente presencia de Juan Villar y la eternidad de la cuadratura del círculo que viajó desde el antiguo Matadero hasta la Isla de León con un Mozart iletrado como Camarón. Son muy escasos los elegidos, capaces de transmitir la pluralidad de culturas musicales arraigadas en esta ciudad cromática, repleta de matices rítmicos y armónicos. Un sello musical grabado en la piel de sus calles de arena, en los ‘quejíos’ de sus vientos marinos y la luz de un sol que dibuja cuerdas de guitarra en el pentagrama azul de su cielo. Todos ellos con un sentido muy profundo de pertenencia al Barrio de Santa María y a una escuela con un poso de siglos de historia, sabiduría y genialidad.

Precisamente en 1975, año en el que La Perla dejó sin reina a los cantes de Cádiz nació Juan Ramón Ortega, un niño predestinado para convertirse en eslabón de la cadena de transmisión de los herederos de este sello inconfundible. Con tan solo nueve años ya despuntaba con las seis cuerdas; con doce ya formaba parte del cuadro de baile de la Peña "La Perla de Cádiz". Sin duda la visión e influencias de Juan Villar y Camarón a la edad de trece años, a los que conoció en un festival, marcaron su forma de sentir el cante y percibir la magia de la guitarra. Quizás casi sin percatarse de ello, aquel niño prodigio, aquel prestidigitador de la dama de madera con cintura de mujer, comenzó a adquirir el poso de verdad de Juan Gandulla. Sin tener consciencia de que en sus manos portaba la llave del Callejón del Duende, aquella que abre la puerta de las musas de los cantaores, fue adquiriendo conocimientos y abriendo el abanico de las experiencias. En 1994 completó una gira por Brasil con la Compañía Internacional de Flamenco. En 1999 acompañó al bailaor Farruquito en el espectáculo Raíces Flamencas en el Teatro Poliograma de Barcelona. En el 2000 formó parte del cuadro de Concha Baras que ofreció su espectáculo en Alemania, un año en el que trabajó en Madrid para varios cantaores, como María Vargas.

Posteriormente en 2001, desplegó su calidad artística en la compañía de Sara Baras, actuando en Santigo de Chile, Buñol, Priego del Cor, Jimena, Torrelodones, Huelva, etc. También actuó en el tablao "Casa Patas" en Madrid junto con el bailaor Jesús Fernández, la Truco, el cantaor el Bocadillo y Talegón de Córdoba. Desde entonces han sido infinidad los artistas flamencos que se han hecho acompañar por su inconfundible firma creativa.

Cádiz sigue teniendo su sonido

Con la presencia y el brillo de Juan Ramón Ortega el tiempo desmiente a la leyenda, respecto al histórico pesimismo de sensación de orfandad del flamenco gaditano, muy vivo, armónico y genial. Gracias en buena medida al buen hacer de un destacado número de flamencos que luchan por su pervivencia eterna, Cádiz sigue teniendo su sello. Un sonido absolutamente identificable en las manos de Juan Ramón, artista que en cada actuación derrocha saber hacer y sentimiento tanto en la pena como en la alegría y, cuya interpretación hace tocar con la yema de los dedos a los más grandes de este instrumento. Quizás por su naturaleza bohemia, por ser un espíritu libre, no haya conseguido el nombre de los Ramón Montoya, Sabicas, Paco de Lucía o Antonio Rey, pero su creatividad con la sinuosa figura instrumental más relevante del arte flamenco, pertenece a la estirpe de estos genios. De lo que no cabe duda es que Juan Ramón Ortega suena a Cádiz y, que por artistas como él, Cádiz sigue teniendo su sonido.