En 2013, el certero director de acción Antoine Fuqua (El rey Arturo, Shooter: el tirador) proponía una especie de Jungla de cristal en la casa blanca llamada Objetivo: La Casa Blanca, cambiando a John
McClane por Gerard “Leónidas” Butler. La cinta prometía muchas explosiones, destrozos, amenazas al límite y una buena dosis de patriotismo americano, y todo presumiendo de un buen plantel de secundarios y un protagonista más que dotado para la acción. La fórmula funcionó muy bien entre el público, y como toda gallina de huevos de oro hay que explotarla hasta el límite, tres años después llega la continuación. A simple vista, no pinta muy bien: una típica secuela hecha para ganar dinero, donde además se han libro del director bueno pero reputado y han contratado a un desconocido director serbio para que la productora pueda moldear su estilo como quiera en su debut en Hollywood. Esto es lo que mucha gente pensará, así que, ¿qué es lo que ofrece Objetivo: Londres?
La primera pregunta sería si es necesaria una continuación. El espectáculo de acción está muy bien y todo el mundo lo desea, pero ¿por qué desencadenarlo? Nadie duda de que la primera parte es más que efectiva, aún cuando su mecha que prende todo es un poli secundario que casualmente estaba por allí, y unos malos coreanos que cuando les invitan a visitar la Casa Blanca aprovechan para atentar. ¿Coreanos contra estadounidenses sin motivo alguno? En esta segunda parte la excusa es más creíble: un funeral de estado, donde desde el principio se ve que ninguno quiere ir, y todo
se va preparando para que cuando llegue el bombazo las cosas no estén ahí por casualidad. Obviamente, el presidente no puede morir en el primer ataque. ¿Por qué él sí se salva? Tanto eso como cada una de las muertes importantes están muy bien pensadas para atar todos los cabos sin ningún “venga ya” que recriminar. Cada uno está en un sitio con un por qué, y son todos presentados con sus nombres y una breve charla suficiente para que los guionistas presenten un poco su personalidad. Todo funciona como los engranajes de un reloj. Hasta que llega la hora. Si por algo se puede recordar Objetivo: La Casa Blanca era por una magnífica y más que frenética secuencia desencadenante de ataque, donde todo estaba en peligro, todo era destruido, no había refugio posible… Acción sin parar, apabullante, donde el espectador acaba pidiendo un respiro tras más de 10 intensos minutos de locura. Ya se verá más adelante como el film ha cogido las bases de la primera y las ha adaptado a un nuevo terreno. En este caso, no podían repetir la fórmula de acción apabullante, así que una vez que todo ya ha sido presentado, se atacan los puntos concretos. Todo está pensado. Una explosión, un disparo… todas las piezas van encajando una a una, creando una catástrofe horrorosa de muerte y destrucción. Un gran pistoletazo de salida para la yincana.
De lo que sí puede presumir la primera es de una profundización en los personajes mayor. Recordemos que aquel film abría con un drama familiar que se mantenía durante todo el film, además de un conflicto en el protagonista que, al verse forzado en una situación así, se irá desarrollando. Ahora, simplemente han dejado a modo de colchón la típica de historia del bebé y el cambio de ser padre, que no tendrá mayor trascendencia que dos o tres conversaciones y el evidente final. Y no solo en eso: en Objetivo: Londres no se andan con rodeos, y saben que la subtramas familiares (el presidente con sus hijos) o de otros lugares (la zona de control, tanto en EEUU como en este caso en Londres) no son lo que la gente ha pagado para ver, por lo que quedan reducidas a casi cero. Puede que mucha gente critique su vació en este aspecto, pero ¿no sería más criticable el meter tramas típicas y evidentes por rellenar metraje? El mando de control estadounidense está porque tiene que estar pero no se estira, y el británico casi más de lo mismo; solamente este último se aprovecha para un resolución final muy bien pensada para no basar toda la película en lo plano de la acción.
Siguiendo con la profundidad, esta vez en cuanto a los personajes, ya se ha dicho que esto es una yincana, y en ella no interesan los conflictos morales extensos. Esto no quiere decir que haya ciertas concesiones, como alguna charla de padre-futuro padre como breve (y necesario) respiro en el camino, alguna que otra reacción de la mujer de Banning (el personaje de Radha Mitchell es lo más florero que se puede escribir, ya que Mike ni teme por su vida ni por la de la mujer; ¿en serio le dices tu nombre a un terrorista para que vaya a matarla?)… Pero la película va a saco, y el personaje de Gerard Butler
es el mejor ejemplo de ello. Es un guerrero, un Leónidas con pistola, y eso es lo que da, sin parar. Sin miramientos por matar, torturar o sangrar, inteligente y frío. Fácil de seguir, sin más. ¿Acaso se buscaba otra cosa? Butler está sublime y más que creíble. El único daño colateral es el personaje del presidente; más allá de una frase a Banning y un cara a cara final, su personaje es un busto que hay mover y proteger. Por lo menos Banning le enseña tácticas y su carácter débil sirve para que de vez en cuando uno se plantee la moralidad de los actos de Mike, pero entre lo molesto que es y la dureza de Banning, en ningún momento parece que sean amigos los dos, y no se llega a empatizar y temer tanto por la vida del presidente como en la primera película. En cuanto al resto del reparto, no hay nada más que destacar (ni para bien ni para mal, corrección absoluta), a parte del personaje ridículo de Jackie Earle Haley. Freddie Kruger sentado en una silla para 1 minuto en pantalla donde no hace ni dice ni aporta absolutamente nada. Cualquier otro secundario aporta más, cualquiera.
Respecto a la personalidad, muchos echarán de menos al director de la nueva revisión de Los Siete Magníficos, Antoine Fuqua. A primera vista, al igual que la película, el nuevo director parecería un producto a moldear por la productora. Desde luego que Babak Najafi no es la nueva gran personalidad, pero lo cierto es que mantiene un buen pulso, constante, frenético, y claro en cada detalle, nada de emborronar la acción. Alguna que otra explosión y choque de coches queda demasiado de manual, pero durante toda la primera parte da la talla, sin más. Sin embargo, en la segunda mitad, sobre todo en la gran secuencia donde comienza el asalto final (que todos reconocerán por un pequeño giro clave pero más que necesario) es donde lanzan todos los fuegos artificiales para la gran traca final. La mejor escena del todo el film es el fabuloso plano secuencia
nocturno que regala Najafi en una batalla campal como de videojuego entre dos equipos. Un callejón, una calle larga, dos equipos enfrentados, con mucha munición, y solo uno puede salir. Realmente no hay una razón aparente para contar este tramo en plano secuencia, cuando lo más común es cambiar el plano casi cada tres o cuatro segundos para apabullar al espectador; además, los productores se echarían las manos a la cabeza. ¿Un plano secuencia, en un tiroteo con explosiones, en una sola calle, de noche? ¿Para qué? Obviamente hay dos o tres “cortes” (alguno más evidente que otro), pero al final el resultado es una escena que te mete de lleno con una soltura y ligereza más que remarcable, y que en vez de conformarse con la tónica de gran tiroteo sin más en el que puedes mirar de vez en cuando a tus palomitas, te engancha hasta que la tensión culmina con el comienzo de otra trampa de acción a modo de videojuego. Si antes se jugaba al Call Of Duty, ahora Gerard Butler protagoniza Splinter Cell en una misión de espionaje de rescate, con buenos planos en primera persona y acción clara. Un último alegato en pos del director es que en su anterior película, Snabba Cash II (2012) ya convirtió al último Robocop Joel Kinnaman en su Leónidas bruto particular. Aquí ha hecho lo propio con Butler, y el resultado es más que satisfactorio y entretenido.
No se puede tratar una película sin hablar del guión. Sabes cómo empieza, cómo se desarrolla y cómo va a acabar. Desde luego que sorpresas y grandes giros no hay, pero ¿acaso se piden? Lo que sí hay que pararse a pensar un poco es la visión que te quiere transmitir la película. Que se patriotera ya se acostumbra todo el mundo: siempre los buenos los estadounidenses, los malos que son coreanos, islámicos o inmigrantes, la bandera, el orgullo de nación, los discursitos… Vale, nada nuevo. Pero entre tanto frenesí para
dejarse llevar hay que tener cuidado de no dejar el cerebro demasiado lejos y permitir que te inoculen ese punto de vista y te insensibilicen. Como ya se ha dicho, Gerard Butler es una máquina de matar, y no para de asesinar brutalmente a matones musulmanes sin identidad. Clava cuchillos (varias veces), tortura, no tiene piedad ni remordimientos… y el que se sienta en la butaca es el primero que aplaude. Porque oh, claro, tiene que volver con su futuro hijo. Cuidado porque una cosa es defender el patriotismo (como ese discurso del final donde, al igual en la película de Clint Eastwood El Francotirador, solo les falta darte un panfleto de “alístate en la marina”), y otra muy distinta pero muy cercana meterte el odio a otra gente. No hay variedad, solamente dos tonos intermedios a un bando y a otro para medio justificarse. Mucho cuidado.
Objetivo: Londres no es el peliculón del año, no será recordada durante años como gran ejemplo de algo, pero si es un peliculón este mes, para disfrutar gozar en el momento, con altas y buenas dosis de lo que ya uno se espera, lo cual no es que sea nada nuevo, pero sí mejor. Una yincana por las calles desérticas de Londres que te invita a acompañar a sus protagonistas en una marea de tiros, peleas, persecuciones, tensión y todo lo que uno busca para disfrutar en el cine.