Antes de juzgar los éxitos y fracasos de esta categoría mitológica llevada al cine, hay que reconocer que lo que verdaderamente abunda es la mitología griega (Hércules, Furia de Titanes, Inmortales…), mientras que los romanos y los egipcios no interesan tanto a la gran pantalla.
Sin embargo, en su escasa trayectoria cinematográfica ha anotado grandes éxitos. Los primeros ejemplos y a día de hoy los más válidos son Stargate (1994) y La Momia (1999).
El éxito de taquilla condujo a una secuela en 2001, The Mummy Returns, y la precuela El rey Escorpión. Otra secuela, La momia: la tumba del emperador Dragón, se estrenó el 1 de agosto de 2008, que no llegó a igualar el éxito de la primera. Estos productos fueron cayendo en el cine hasta acumular tan solo 90 millones con la última entrega de El Rey Escorpión (2012). Nos encontramos un público perdido, que si bien aceptó de buen grado las primeras ediciones de La Momia, en El Rey Escorpión ve un filme inconexo y vacío de significado.
Como colofón, la novedad: Dioses de Egipto (2016), estrenada en un difícil mes de febrero, rodeada por éxitos en taquilla y los Oscar. Para ambientarnos: Los dioses antropomórficos están representados en una escala de mayor tamaño que los humanos, pero ese recurso es pocas veces explotado y, en cambio, es remplazado por una edición que quiere hacer creer que dos personajes están conversando en el mismo espacio. Además, y esto es lo que más chirría, estos dioses pueden transformarse en monstruos voladores metálicos que lanzan rayos, un elemento ostentoso que gustará a los fans acérrimos al puro estilo ciencia ficción. Solo 14 millones de dólares son los recaudados hasta el momento, mucho menor al gasto presupuestario, de más de 140 millones de dólares. Sus cifras la relegan a un segundo puesto tras Deadpool, y las críticas son mucho más crueles. Algo que ni un Lannister (Nikolaj Coster-Waldau) ni el mismísimo Leónidas (Gerard Butler) pueden remontar.
A pesar de sus éxitos y baches, la mitología egipcia en el cine aqueja en la mayoría de sus ejemplos (según las críticas) de un empleo desmedido de la ficción y una marginación del potencial de la historia de los dioses del Antiguo Egipto.