El Holocausto siempre ha sido un tema recurrente en el mundo cinematográfico. Retratado desde diferentes puntos de vista y englobado desde distintos géneros, desde la tremendista La Lista de Schindler de Steven Spielberg hasta la tragicomedia de La vida es bella, donde Roberto Benigni hacía de los campos de concentración judíos un juego de niños. El horror desde numerosos puntos de vista, pero siempre sobrecogiéndonos ante las barbaries vividas en Auschwitz.

El Hijo de Saúl le da una vuelta más al tema del holocausto, y nos ofrece una película original, desde el punto de vista de los Sonderkommandos, las unidades de trabajo de la Alemania nazi, formadas por judíos que trabajaban en los crematorios y las cámaras de gas. El protagonista es Saúl, un miembro de los Sonderkommandos, que se autoencargará la misión de enterrar el cuerpo sin vida de un niño judío cuyo destino es el crematorio. Este es el hilo argumental de una película que ha conseguido alzarse con el Globo de Oro a la mejor película extranjera, y qué es una de las favoritas para llevarse también el Oscar en la misma categoría.

El director húngaro Laszló Nemes debuta de forma demoledora con una cinta donde su protagonista Géza Röhrig realiza un interpretación espectacular. Nemes nos presenta desde el inicio una película enormemente claustrofóbica, adentrándonos en el punto de vista de Saúl. La cámara se sitúa detrás y delante del protagonista, a la altura de sus ojos, ofreciéndonos de esta manera su punto de vista y su rostro ante las atrocidades que presencia en las cámaras de gas y los crematorios nazis.

El espacio fuera de campo tiene una vital importancia en el film. Nemes no deja ver gran cosa, ya que juega con un fuerte desenfoque con todo lo que no sea su protagonista. El horror se concentra fuera de campo, sin ser necesario mostrar lo que sucede para que nos demos cuenta que son verdaderas atrocidades. Menos es más, y el novel director húngaro parece que quiere hacer sentir a los espectadores como su protagonista, el cual intenta no fijarse demasiado en todo lo que sucede a su alrededor.

El hijo de Saúl es una película que cautiva y consigue la inmersión por parte del espectador en la película. Un espectador que se mueve entre las ganas de ver de unos y la pasividad de los otros, y que se sitúa en la piel de Saúl en medio del horror apocalíptico de las cámaras de gas y crematorios, donde el miedo, la desesperación, las prisas y los gritos de dolor y de desesperación, se entremezclan con los difuminados cadáveres apilados que vemos alrededor del protagonista. Nèmes no nos deja ver demasiado, pero es suficiente para intuirlo todo, convirtiendo así el film en una obra cinematográfica realmente brillante.