Según la revista Sciencie las pinturas más antiguas del arte paleolítico se encuentran en la cueva cántabra de El Castillo con pinturas con edades mínimas que, en algunos casos, oscilan entre los 35.000 años hasta los casi 41.000. En concreto el disco rojo del denominado Techo de las Manos fue pintado hace, al menos, 40.800 años, a comienzos del Paleolítico Superior. Por tanto el origen de la pintura y el arte pictórico queda datado y ubicado de forma oficial en la zona de la cuenca cantábrica y del sur de Francia, tanto en el auriñaciense como en el magdalaniense, dos de las grandes zonas y épocas del período paleolítico. El ser humano comenzó a plasmar sobre la roca la simbología, oscilando entre lo abstracto y la figuración, representando escenas y visiones, animales y figuras antropomorfas. Figuras geométricas y representaciones de los órganos sexuales. Chamanes artistas de la pintura que representaron en ocre y rojo tanto el más allá como el más acá, manos en negativo y en positivo que dejan constancia de una presencia que hoy se nos antoja fantasmal y nos transporta a estados superiores e inferiores cuando contemplamos que el ser humano siempre tuvo la sensibilidad de hacer uso del arte para dejar plasmada sobre la roca sus vivencias y su personalidad.
Quizás por ello las pinturas rupestres ejercen sobre nosotros ese poder, nos llaman tanto, posiblemente por esa razón conectamos de inmediato con esos perfiles, esos colores, esas luces y esas sombras elaboradas por unos sujetos cuyo aparente y duro modo de vida debería estar más cercano a la rudeza que a la sensibilidad, la creatividad. Por esa razón este reportaje que va en busca de los Rubens, Miguel Ángel, Leonardo, Picasso, Van Gogh, Caravaggio, Rembrandt y Boticcelli del paleolítico se detiene inexorablemente en Santillana del Mar, enclave montañés en el que se ubica la “Capilla Sixtina del arte rupestre”.
Descubrimiento de la Cueva de Altamira
La cueva de Altamira fue descubierta en el 1868 por Modesto Cubillas, cazador que al intentar liberar a su perro que corría por las lomas de Altamira y desapareció tras un matorral en el que quedó atrapado entre las rocas, dio con una profunda oquedad tras la que se ocultaba uno de los lugares más fascinantes de la historia de la humanidad. En un principio Cubillas pudo comprobar que se trataba de una amplísima cueva, pero al no portar ninguna luminaria regresó al pueblo simplemente dando conocimiento de su hallazgo. Teniendo en cuenta la orografía del enclave natural, ubicado en el término municipal de Vispieres, a los vecinos no sorprendió la existencia de una cueva natural más, puesto que la elevada proliferación de las mismas en la zona era algo habitual, por lo que no dieron demasiada importancia al hallazgo.
La cueva quedó por un tiempo en el olvido hasta que entró en escena la figura de Marcelino Sanz de Sautuola, hidalgo montañés muy interesado en el estudio de la historia y la investigación científica, que en 1875 oyó de boca de un campesino de la localidad de Puente de San Miguel la historia del hallazgo casual de una gran cueva por parte de un cazador en el prado de Altamira. Sautuola que estaba muy interesado en la búsqueda de fósiles creyó que sería terreno inexplorado y muy propicio en cuanto a la proliferación de huesos y objetos primitivos.
Con la esperanza de encontrar algún sílex tallado o un hueso de animal, tan valorado en aquellos inicios de la arqueología europea, se personó en la cueva y comenzó a excavar por su cuenta y riesgo. Encontró piezas de sílex talladas y varios huesos de animales primitivos, pero en aquellos primeros contactos con Altamira, se quedó a tan solo unos metros del más fascinante descubrimiento de la antropología prehistórica. Con la llegada del invierno Sautuola regresó a casa con el material encontrado en la cueva, que fue identificado debidamente por el prestigioso catedrático de Geología de la Universidad de Madrid, don Juan Vilanova, que certificó que lo encontrado correspondía con huesos de bisonte, caballo primitivo, ciervo megacero y otros animales. Pasaron años y Sautuola se olvidó de Altamira hasta que en la Exposición Universal de París comprobó la importancia y el prestigio que se le otorgaban a los utensilios descubiertos por Lartet, Mortillet en el valle de Vézére en la Dordoña francesa. Y pensó que tenía que regresar a su cueva para descubrir en Altamira lo que otros había descubierto en Francia.
El candil de una niña dio con La Capilla Sixtina
En el verano de 1879 reanudó su trabajo de excavación en la cueva montañesa, y en uno de aquellos días en los que fue acompañado por su hija María, de tan solo ocho años, se produjo el encuentro fortuito con lo mágico, lo bello, lo poderoso, lo luminoso, lo misterioso. Mientras su padre estaba enfrascado en la búsqueda de fósiles María comenzó a corretear por la cueva portando un candil en su mano, que al proyectarlo al techo dejó a la luz de una pequeña la fascinante visión de una escena de otro tiempo.
María creyó verlos correr por las praderas, pero aquellos animales danzaban por el techo provocando la excitación y el miedo de una niña que gritó:
--¡ Papá, mira, aquí hay bueyes pintados!
La majestuosidad, abundancia y calidad de las pinturas rupestres dejó sin palabras a Marcelino Sautuola. Ante sus ojos lo más bello del arte cuaternario, la ilustrativa representación pictórica de las escenas cotidianas de la vida del hombre primitivo. En el municipio de Santillana del Mar, a unos 30 kilómetros al oeste de Santander, un inquieto hidalgo montañés se encontró con el súmmum del arte prehistórico. Pudo contemplar extasiado el techo pedregoso, un inmenso lienzo, un maravilloso plafón con bichas, caballos, bisontes.
La negación del descubrimiento
La "Capilla Sixtina" de la prehistoria pintada para dejar constancia del sentir y el vivir de otro tiempo, del principio de los tiempos del ser humano, abrió de esta forma su inmensa verdad a un mundo y una sociedad que posiblemente no estaba preparada para ello. Puesto que este arte universal escapaba absolutamente de la historia oficial, rompía con las ideas que los investigadores se habían formado hasta entonces del intelecto de los hombres del Paleolítico, de los que se creía que tenían poco menos que la capacidad intelectual de un niño. Por ello el descubrimiento generó una auténtica revolución, negación, un enorme rechazo y una injusta desconfianza hacia el hombre que había propiciado semejante hallazgo, semejante descubrimiento. No en vano los frescos eran admirables, dotados de una enorme fuerza y realismo, solo concebibles de la mano de un virtuoso artista, que tuvo que trabajar en unas condiciones de luz posiblemente muy pobres y que logró pintar una auténtica maravilla. Los detalles de las numerosas escenas denotaban técnica e imaginación, manadas de caballos a la carrera, bisontes, toros, enormes, vacas, terneras, jabalíes, policromados con unos colores vivos e intensamente expresivos sobre la piedra. Colores de otro mundo que quedó atrás, pero que estaba muy presente en aquella grandiosa cueva, el amarillo conseguido con la utilización de ocre natural; y los tonos rojos, con oligisto rojo. La mezcla del almagre con ocre y con agua, o con suero sanguíneo, estabilizando la mezcla con sangres y grasas de bisontes o caballos. Artistas que con pinceles de pelos de animales, soplando a través de cañas o simplemente con la creatividad de la yema de sus dedos, fundiendo los tonos con el pulgar, otorgaban perspectiva con trazos potentes a los rasgos principales y suaves al fondo del dibujo. Consiguiendo incluso efectos tridimensionales, adaptando el relieve de la roca a la obra a realizar. Una maravillosa estampa, una obra de arte, una expresión de la sensibilidad y la creatividad del hombre primitivo. Su viaje y conexión con su mundo, pero también el viaje a otro mundo, pues además de las figuras de animales también existían galerías en las que se podían observar caras monstruosas grabadas hace 30.000 años.
No existía en todo el mundo algo similar y por ello lo puso en conocimiento del profesor Vilanova, que al verlo con sus propios ojos comprendió de inmediato la importancia histórica del hallazgo. Además llegó a una clara conclusión, el autor de aquellas pinturas debía ser contemporáneo a los animales representados por los que estas debían de ser antiquísimas. A Vilanova le sorprendió que las pinturas hubieran sido realizadas por hombres prehistóricos y, mucho más que por el nivel y la calidad de las mismas, podían incluirse entre las grandes obras maestras del arte universal. Por ello con el apoyo del profesor Vilanova y convencido del enorme hallazgo, publicó un fascículo con cuatro láminas litografiadas a las que puso el título de Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander (Santander 1880). Desafortunadamente para Sautuola su trabajo de estudio e investigación no fue tomado en serio, es más se dudó en todo momento de la autenticidad de las pinturas. El injusto escepticismo, la lapidaria idea de que el hombre del paleolítico jamás habría podido hacer semejante obra propició que Marcelino Sanz de Sautuola muriera sin que se le fuese reconocido su grandísimo descubrimiento.
El reconocimiento de autenticidad
Altamira y su “Capilla Sixtina del arte rupestre” no pudo ser reconocida hasta que con posterioridad fueron descubiertos hallazgos semejantes, aunque de mucha menor calidad artística. Riviere hizo hallazgos en la gruta La Mouthe que certificaron la actividad pictórica y artística del hombre primitivo y, posteriores descubrimientos en España y Francia corroboraron la enorme relevancia de las pinturas rupestres de Altamira. Nada parecido a aquello, pues sus pinturas son materialmente imposibles de describir en palabras. En el paleolítico hubo un Miguel Ángel que volcó su misticismo y creatividad en una pradera que era techo y lienzo, un antepasado pintor y hechicero del alma quiso legar su genialidad primitiva en Altamira, un lugar poderoso, misterioso y luminoso, al que todo que acude le transporta a una experiencia que va más allá y que nunca podrá volver a experimentar.
El arte entre lo abstracto y lo natural, el realismo y el surrealismo del hombre
Estas impactantes obras de arte fueron realizadas por los primeros grupos de Homo sapiens que poblaron Europa, pero son en esencia un salto infinito, el paseo por un santuario del arte enclavado en un pasado que construyó nuestro ser y encontró en la pintura una forma de expresarlo, de grabarlo para la posteridad. Son manos que te saludan, que te cuentan “nosotros estuvimos aquí”, manos también del más allá. El arte entre lo abstracto y lo natural, el realismo y el surrealismo del hombre. Las más antiguas pueden ser manos sapiens y manos neandertales, manos femeninas o masculinas, pero en esencia son las manos de un pintor, de un modelo, de la penumbra, el misterio y la majestuosa creatividad de aquel que decidió mantener vivo a un primoroso bisonte policromado, plasmar en movimiento una manada de bisontes o caballos en el techo de la incomparable cueva de Altamira, el primer gran lugar de invocación y culto a ese arte que llega a nuestros corazones. En la oscuridad del tiempo, cargado de angeles y demonios, salimos abrazados por la magia a soltarlos a la luz, pues Altamira siempre supone un viaje interior a través del arte y el tiempo.