El comunista y pintor José Renau dijo una vez que un cartel publicitario era un grito pegado a la pared. Debe luchar por llamar la atención del transeúnte que, en su tumultuosa rutina, no busca otra cosa sino llegar a su destino sin mucho tiempo para detenerse en el camino. Así, de entre la gran variedad de imágenes que encontramos en nuestras ciudades, el cartel debe emitir un sonido lo suficientemente alto como para que nuestros ojos solo se fijen en él. Esta metáfora, que mucho tiene que ver con la sinestesia del arte, se aplica diariamente en el cine. Y es que, aunque hoy día el cartel de cine haya sido desplazado en importancia por otras estrategias de publicidad como el tráiler o incluso el merchandising, todavía podemos decidir entre una u otra película según lo que su cartel nos sugiera.
El cartel de cine ha tenido una evolución singular. Ya desde el nacimiento de la industria cinematográfica se apostaba por un reclamo muy directo. El cartel se configuraba principalmente con una tipografía llamativa y los protagonistas del filme, que solían ser grandes estrellas de Hollywood. Pero también surgió una vertiente mucho más simbólica, que apostaba por el uso artístico del color y por la experimentación en cuanto a encuadre, formas y síntesis. Así pues, todo este alarde artístico tiene en Saul Bass a su máximo exponente.
Además de crear los títulos de crédito de muchas de las películas de Alfred Hitchcock, Bass fue un prodigioso cartelista que en los años 40 y 50 fue capaz de describir una película entera a base de colores planos y formas geométricas. Su arte fracturado y cubista, se volvió muy reconocible gracias a su trabajo en carteles como los de West Side Story, Anatomia de un asesinato o Vértigo. Del cubismo se hereda la desaparición de la gradación de la luz y del contorno de los objetos. Otra de sus señas de identidad es la multiplicidad de planos y puntos de vista adoptados por una misma figura. Sus carteles siguen pareciendo actualmente obras contemporáneas, y es que son piezas que han sabido superar a su propio tiempo.
Curioso es que, al contrario de como ocurra en el arte, donde primero viene la figuración y después la abstracción, en el mundo del cartel del cine debamos destacar después de Saul Bass la figura de Drew Struzan. Durante los años 60, en pleno expresionismo abstracto, el ilustrador Struzan se encontraba fuera de lugar. Pero nunca dejó de lado el realismo puro en su obra, y aunque en las galerías de arte nadie apostaba por él, sí que lo hizo la industria discográfica. Grupos como los Beach Boys hicieron que este genial artista diera el salto a la fama, y pronto pasó a dedicarse al cine, creando algunos de los carteles más famosos de la historia. George Lucas fue uno de sus mecenas, encargándole la cartelería de Star Wars.
Después de eso vinieron los míticos carteles de Indiana Jones, Los Goonies e incluso Harry Potter y la piedra filosofal.
Estas dos vertientes (una más clásica y teniendo al realismo, y otra más depurada y simbolista) tuvieron su repercusión en los carteles de cine de todo el mundo. En España, nombres como los de Óscar Mariné, Jano o Bigas Luna han ido creando algunos de los mejores carteles de nuestro cine. De Jano, quizás el cartelista más afamado del cine español, podemos destacar su obra para la película Surcos (1951), donde a pesar de la censura de posguerra, planteaba una gran crítica social: el empresario que espera ansioso la llegada de la mano de obra a la ciudad.
En el caso de Óscar Mariné, carteles para Todo sobre mi madre (1999) o Tierra (1996) muestran un diseño gráfico muy particular, con un uso potente de la tipografía y colores planos que contrastan.
Por último, no podemos dejar de nombrar el cartel que Bigas Lunas creó para su cinta Jamón, jamón (1992), en el que se apropió de uno de los símbolos más potentes del paisaje español.
¿Y qué ocurre en la actualidad? La era de la comunicación digital ha hecho que el cartel de cine deba ser más elaborado aún si pretende convertirse en un reclamo visual. La lucha por mantenerse en el ojo del huracán hace que las nuevas propuestas de cartelería que son más interesantes y arriesgadas no sean finalmente las escogidas, por miedo a que el público no sepa reconocerlas y se lance a lo común. Es el caso de las propuestas del estudio de diseño USER T38, cuyos carteles para películas como Alatriste (2006) o Los Girasoles Ciegos (2008) son bastante acertados, pero mucho más lo eran los bocetos previos que fueron desechados por sus clientes.
Aún así, el diseño de cartel está en pleno auge. Se experimenta, se juega con recursos nuevos, se reutilizan antiguos cánones y se crean piezas de arte en el cine actual que nada tienen que envidiar a los grandes cartelistas que ha dado la historia. El cine de 2014 ha dado, por ejemplo, algunos muy buenos carteles que merecen ser destacados en este repaso. Son propuestas muy significativas debido al nuevo encuadre en La teoría del todo, el uso tipográfico y contraste de color en Interstellar, la metáfora visual en Nymphomaniac o la síntesis cromática y figurativa en Magical Girl.
Y es que el cartel, es ese grito en la pared que ahora debe no sólo llamar nuestra atención en la calle, sino también en las redes sociales, blogs, aplicaciones webs... Las nuevas formas de comunicación han hecho que el campo de trabajo del cartelista se haya multiplicado y desbordado. Por esto, es aún más digo de alabanza el trabajo de esos diseñadores que consiguen, frente a la alta competencia, que nos fijemos, emocionemos y sorprendamos por un simple cartel.