Érase una vez un niño vestido de barril, pequeño genio para los juegos verbales del humor al que le daba la Chiripiorca y se convertía en superhéroe colorado. Chaparrón de ingenio que con sombrero canotier y gorra con orejeras, alimentó las sonrisas de varias generaciones de niños grandes y grandes niños que sin querer queriendo crecieron con el Chapulín colorado, el Chavo del 8, Chaparrón Bonaparte y Chompirás, pues la pequeñez inmensa de Roberto Gómez Bolaños nos enseñó que a través del humor se pueden canalizar las mayores miserias humanas, los mayores miedos. Una infancia triste y difícil como la que él mismo vivió, perdiendo a su padre con tan solo siete años y una adolescencia rebelde de un niño de débil complexión física peleador, que quiso ser boxeador para poner punto y final a sus inseguridades. Un hombre que jamás dejó de ser niño, que se sacó el título de ingeniero por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con la esperanza de diseñar juguetes, pero donde no encontró su vocación, pues en la citada profesión los juguetes le quedaban muy lejos.
Quizás por ello no tardó en dar el golpe de timón definitivo a una vida predestinada para la creación, y como escritor creativo en una agencia publicitaria llamada D’Arcy encontró de forma definitiva su vocación. Ahí resurgió su alma de niño, de poeta de un barrio pobre tan grande, sabio e irónico como para reírse de sí mismo, un huérfano cuya casa es un barril y la familia sus vecinos. Y ahí nació el pequeño Shakespeare, Chespirito apodo atribuido al director y cineasta mexicano Agustín Delgado, que al comprobar el inmenso talento que rebosaba de un tipo de tan menguada estatura, no dudó en decirle cariñosamente que era como un Shakespeare, pero en chiquito. Un Shakespearecito.
De esta forma Roberto Gómez Bolaños, se convirtió en escritor, guionista y actor, pues los personajes surgidos de su creatividad precisaban de un idioma corporal y unos juegos lingüísticos que nadie supo hacer mejor. Entonces el creativo abrió su corazón, nos hizo recordar nuestra infancia y con sus recuerdos, sus vivencias y las vivencias de sus hijos, creó una serie de personajes que se convirtieron en nuestros juguetes y llevamos en el corazón. Pues quien no lleva un Chapulín dentro, vive en un barril y hace cosas sin querer queriendo, como decía el Chavo, es que me dio cosa hablar otro idioma que no fuera el de los niños. Y es que desde que nos convertimos en adultos, comprendemos cada vez menos en el juego en el que andamos metidos, por ello nos cautivó la verdad de Chespirito, los vanos intentos de Don Ramón para que el Chavo comprendiera un lenguaje, deliberadamente confundido por el creativo Roberto Bolaños para hacernos morir de risa como cuando éramos niños. Nadie se acercó tanto al niño como Chespirito, que comprendió que para llegar a ese público tan especial había que hablar su mismo lenguaje, y nadie lo hizo con tanto ingenio como él.
Don Roberto fue escritor, publicista, dibujante, compositor de música y letra de canciones populares, actor, director, productor y padre de seis hijos, pero sobre todo nos enseñó que se puede ser feliz sin prácticamente posesiones materiales, pues el Chavo que era un niño que carecía prácticamente de todo, se sentía querido, se divertía y era feliz en ese número ocho que es leyenda. La polémica que se generó en derredor de su creación fue todo un absurdo, pues cada trastada que maquinaba, que guionizaba y parodiaba el pequeño Shakespeare de Ciudad de México, era una forma inteligente de reírse de la violencia del mundo adulto. Por ello la inmensa pequeñez de este genio trascendió las fronteras mexicanas para cautivar al mundo con el Chavo del ocho, una serie de televisión que en 1975 rompió todos los récords con más de 350 millones de televidentes en toda Hispanoamérica; traducida a más de 50 idiomas y llevada a países como Estados Unidos, China, Japón, Italia, Angola…
Y así como sin querer queriendo se nos marchó a los 85 años el niño pobre que generó a Televisa 1,700 millones de dólares, y que según la revista Forbes aún hoy, 22 años después de que la serie dejara de ser producida, es vista por 91 millones de personas cada día. 91 millones de niños que hablan ese maravilloso lenguaje ya olvidado por 91 millones adultos que quieren volver a sentirse niños. Hasta siempre niño del barril, hasta siempre Chapulín, hasta siempre Chavo, pues tú nunca fuiste huérfano, desde el primer día fuiste adoptado por todos nosotros y tú hogar siempre estará en nuestros corazones.
La muerte de Roberto Gómez Bolaños ha sido sentida en gran parte de un mundo adulto que tiene mucho que aprender del idioma de los niños. Y es que como solía decir el Chavo: “Es que no me tienen paciencia…”